Agradeció a todo el pueblo colombiano la acogida que le brindó y les animó a seguir trabajando por la paz
El Santo Padre ha retomado su agenda habitual, como cada miércoles, tras regresar de su viaje apostólico a Colombia, y lo hace justamente refiriéndose a las vivencias que ha tenido durante esos días.
Queridos hermanos y hermanas:
En la catequesis de hoy deseo hacerles partícipes de mi reciente Viaje Apostólico a Colombia. En primer lugar, quiero agradecer desde aquí al Presidente por su invitación a visitar ese país, a las Autoridades y a todos cuantos han colaborado para hacerlo posible, y muy especialmente al pueblo colombiano por su acogida, su alegría y su afecto.
El lema del Viaje era «Demos el primer paso», y miraba al proceso de reconciliación que vive hoy Colombia para poder salir de 50 años de conflicto interno. Con mi visita he querido bendecir el esfuerzo de ese pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia.
He podido contemplar los deseos de paz y de vida de tantos niños y jóvenes, en quienes exulta la esperanza. He podido encontrar también a los Obispos de esta nación y a los representantes del CELAM, para alentar su labor. En la etapa culminante de mi viaje, Villavicencio, hemos oído el conmovedor testimonio de los mártires y hemos visto el cuerpo mutilado del Cristo de Bocayá, esto nos ha recordado que la paz se funda, ante todo, sobre la sangre de testigos del amor, de la verdad, de la justicia y de la fe.
En Medellín y Cartagena, el tema ha trascendido a la misión y al servicio, con ejemplos insignes de vocación y de seguimiento de Jesús, que hoy como ayer se entregan a los más pobres y se consagran a la promoción humana integral.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Como sabéis, en los días pasados he realizado un viaje apostólico a Colombia. De todo el corazón agradezco al Señor este gran don; y deseo renovar mi reconocimiento al Señor Presidente de la República, que me recibió con tanta cortesía, a los Obispos colombianos que han trabajado tanto para preparar la visita, así como a las demás Autoridades del País, y a todos cuantos han colaborado en la realización de esta visita. ¡Y un agradecimiento especial al pueblo colombiano que me ha recibido con tanto cariño y tanta alegría! Un pueblo gozoso entre tantos sufrimientos, pero alegre; un pueblo con esperanza. Una de las cosas que más me impresionó en todas las ciudades, entre la gente, eran los padres y madres con los niños, que alzaban a sus hijos para que el Papa les bendijese, pero también con orgullo mostraban a sus hijos como diciendo: “¡Este es nuestro orgullo! ¡Esta es nuestra esperanza!”. Yo pensé: un pueblo capaz de hacer niños y capaz de mostrarlos con orgullo, como esperanza: ¡este pueblo tiene futuro! Me gustó mucho.
De modo particular, en este viaje he sentido la continuidad con los dos Papas que antes de mí visitaron Colombia: el beato Pablo VI, en 1968, y san Juan Pablo II, en 1986. Una continuidad fuertemente animada por el Espíritu, que guía los pasos del pueblo de Dios por los caminos de la historia.
El lema del viaje era “Demos el primer paso”, referido al proceso de reconciliación que Colombia está viviendo para salir de medio siglo de conflicto interno, que ha sembrado sufrimientos y enemistades, provocando tantas heridas, difíciles de sanar. Pero con la ayuda de Dios el camino ya está en marcha. Con mi visita he querido bendecir el esfuerzo de ese pueblo, confirmarlo en la fe y en la esperanza, y recibir su testimonio, que es una riqueza para mi ministerio y para toda la Iglesia. El ejemplo de ese pueblo es una riqueza para toda la Iglesia.
Colombia −como la mayor parte de los Países latinoamericanos− es un País donde son fortísimas las raíces cristianas. Y si este hecho hace aún más agudo el dolor por la tragedia de la guerra que lo ha desgarrado, al mismo tiempo constituye la garantía de la paz, el sólido fundamento de su reconstrucción, la linfa de su invencible esperanza. Es evidente que el Maligno ha querido dividir al pueblo para destruir la obra de Dios, pero es igualmente evidente que el amor de Cristo, su infinita Misericordia es más fuerte que el pecado y que la muerte.
Este viaje ha sido llevar la bendición de Cristo, la bendición de la Iglesia al deseo de vida y de paz que rebosa del corazón de aquella Nación: he podido verlo en los ojos de los miles y miles de niños, chicos y jóvenes que llenaban la plaza de Bogotá y que me encontré por todas partes; esa fuerza de vida que hasta la misma naturaleza proclama con su exuberancia y su biodiversidad. Colombia es el segundo País del mundo por biodiversidad. En Bogotá pude encontrar a todos los Obispos del País y también al Comité Directivo de la Conferencia Episcopal Latinoamericana. Doy gracias a Dios por haberlos podido abrazar y haberles dado mi ánimo pastoral para su misión al servicio de la Iglesia sacramento de Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza.
La jornada dedicada de modo particular al tema de la reconciliación, momento culminante de todo el viaje, se tuvo en Villavicencio. Por la mañana fue la gran celebración eucarística, con la beatificación de los mártires Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, obispo, y Pedro María Ramírez Ramos, sacerdote; por la tarde, la especial Liturgia de Reconciliación, simbólicamente orientada al Cristo de Bocayá, sin brazos ni piernas, mutilado como su pueblo.
La beatificación de los dos mártires recordó plásticamente que la paz se funda también, y sobre todo, en la sangre de tantos testigos del amor, de la verdad, de la justicia, y también de auténticos mártires, muertos por la fe, como los dos recién citados. Escuchar sus biografías fue emocionante hasta las lágrimas: lágrimas de dolor y de alegría a la vez. Ante sus reliquias y sus rostros, el santo pueblo fiel de Dios sintió fuerte su propia identidad, con dolor, pensando en las muchas, demasiadas víctimas, y con alegría, por la misericordia de Dios que se extiende sobre los que le temen (cfr. Lc 1,50).
«La misericordia y la verdad se encuentran, las justicia y la paz se besan» (Sal 85,11), hemos escuchado al inicio. Este versículo del salmo contiene la profecía de lo que sucedió el viernes en Colombia; la profecía y la gracia de Dios por aquel pueblo herido, para que pueda resurgir y caminar en una vida nueva. Estas palabras proféticas, llenas de gracia, las vimos encarnadas en las historias de los testigos, que hablaron en nombre de tantos y tantos que, a partir de sus heridas, con la gracia de Cristo salieron de sí mismos y se abrieron al encuentro, al perdón, a la reconciliación.
En Medellín la perspectiva fue la de la vida cristiana como discipulado: la vocación y la misión. Cuando los cristianos se esfuerzan a fondo en el camino del seguimiento de Jesucristo, se vuelven verdaderamente sal, luz y levadura en el mundo, y los frutos se ven abundantes. Uno de esos frutos son los Hogares, las Casas donde los niños y los muchachos heridos por la vida pueden encontrar una nueva familia donde son amados, acogidos, protegidos y acompañados. Y otros frutos, abundantes como racimos, son las vocaciones a la vida sacerdotal y consagrada, que pude bendecir y animar con alegría en un inolvidable encuentro con los consagrados y sus familiares.
Finalmente, en Cartagena, la ciudad de san Pedro Claver, apóstol de los esclavos, el focus fue a la promoción de la persona humana y de sus derechos fundamentales. San Pedro Claver, como más recientemente santa María Bernarda Bütler, dieron la vida por los más pobres y marginados, y así mostraron la vía de la verdadera revolución, la evangélica, no ideológica, que libera de verdad a las personas y las sociedades de las esclavitudes de ayer y, desgraciadamente, también de hoy. En este sentido, “dar el primer paso” −el lema del viaje− significa acercarse, inclinarse, tocar la carne del hermano herido y abandonado. Y hacerlo con Cristo, el Señor hecho esclavo por nosotros. Gracias a Él hay esperanza, porque Él es la misericordia y la paz.
Encomiendo nuevamente Colombia y su amado pueblo a la Madre, Nuestra Señora de Chiquinquirá, a la que pude venerar en la catedral de Bogotá. Que con la ayuda de María, todo colombiano pueda dar cada día el primer paso hacia el hermano y la hermana, y así construir juntos, día a día, la paz en el amor, en la justicia y en la verdad.
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa provenientes de Francia, del Congo, y en particular a los miembros del Comité Inter-diocesano de Senegal con Mons. Mamba, Obispo de Ziguinchor. Que la Virgen María nos ayude a dar el primer paso cada día para construir la paz en el amor, en la justicia y en la verdad. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los de Inglaterra, Escocia, Irlanda, Dinamarca, Noruega, Suecia, Sudáfrica, Australia, Indonesia, Malasia, Filipinas y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Me alegra recibir a los peregrinos provenientes de países de lengua alemana. Cristo es nuestra paz y reconciliación. Como discípulos suyos debemos estar siempre dispuestos a dar el primer paso llevando su amor. Así podemos ser verdaderamente sal, luz y levadura en el mundo. Que el Espíritu Santo nos ayude con su gracia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en especial a los provenientes de España y Latinoamérica, y muy especialmente a los colombianos que veo allá. Confío a todos a la Virgen de Chiquinquirá, que ella pueda ayudarnos a dar el primer paso hacia un mundo más justo y en paz. Que Dios los bendiga.
Queridos peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los numerosos grupos de fieles provenientes de Brasil y de Portugal: os deseo que esta peregrinación refuerce en vosotros la fe en Jesucristo que nos llama a dar el primer paso hacia nuestros hermanos y hermanas que pasan necesidad. Volved a casa seguros de que cuando somos generosos, nunca faltan las bendiciones de Dios. ¡Gracias por vuestras oraciones!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Medio Oriente. Queridos hermanos y hermanas, mañana celebraremos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Acordaos siempre que por medio de la Cruz de Cristo fue vencido el maligno, fue derrotada la muerte, se nos dio la vida y se nos devolvió la esperanza. Que siempre sepáis descubrir y recibir este mensaje de amor y de salvación de la Cruz de Jesús. ¡Que el Señor os bendiga!
Saludo cordialmente a los peregrinos polacos y agradezco el apoyo que me han dado con su oración durante mi Viaje Apostólico a Colombia. La fiesta de la Exaltación de la Cruz, que celebraremos mañana, nos recuerda que la vía hacia la santidad pasa por la Cruz. En esa perspectiva hay que mirar todo sufrimiento: la enfermedad, las injusticias, la pobreza y los fracasos. Que la Cruz sea para nosotros fuente de purificación, de vida y de fuerza en el alma. Llevando con Cristo nuestras cruces de cada día, las dificultades, aprendemos de Él la capacidad de comprender y aceptar la voluntad de Dios. Os bendigo de corazón.
¡Una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana! Me alegra recibir a la Compañía de Santa Teresa de Jesús y a las Hermanas Siervas de los pobres, y las animo a perseverar en el carisma fundacional. Saludo a los participantes en el Congreso de los Institutos Salesianos de las Monjas Salesianas de los Sagrados Corazones y a los participantes en el Congreso Mundial de Medicina aeronáutica. Saludo a los grupos parroquiales, especialmente a los fieles de Marta y Acquaviva delle Fonti, y a la Asociación Obra Diocesana de Asistencia de Florencia. Que la visita a las Tumbas de los Apóstoles sea ocasión para crecer en el amor de Dios para que vuestras comunidades sean lugar donde se experimenta la misericordia con el prójimo.
Dirijo un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Mañana se celebra la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Queridos jóvenes, reforzad vuestro diálogo con Dios, difundiendo su luz y su paz; queridos enfermos, hallad consuelo en la cruz del Señor Jesús, que continua su obra de redención en la vida de cada hombre; y vosotros, queridos recién casados, esforzaos por mantener un constante trato con Cristo Crucificado, para que vuestro amor sea siempre más verdadero, fecundo y duradero.
Dirijo, finamente, mi pensamiento y expreso mi espiritual cercanía a cuantos sufren a causa de las inundaciones que han afectado al territorio de Livorno. Recemos por los muertos, los heridos, por sus respectivos familiares y por cuantos están sufriendo esa prueba.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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