El Santo Padre se detuvo 45’ con los periodistas para intercambiar impresiones sobre su viaje a Colombia
Gracias, Santo Padre, por el tiempo que nos dedica hoy, tras un viaje intenso, agotador, muy cansado para algunos, pero también un viaje fructuoso. Varias veces ha agradecido Usted a las personas por las cosas que le han enseñado; también nosotros aprendemos tantas cosas en estas culturas de encuentro y se lo agradecemos. Colombia en particular, con su pasado reciente −no solo reciente− nos ha ofrecido algunos ejemplos muy fuertes, testimonios conmovedores de perdón y de reconciliación. Pero nos ha dado también una lección continua de alegría y de esperanza, dos palabras que Usted ha usado mucho en este viaje. Ahora tal vez Usted quiera decirnos algo, y luego pasamos a las preguntas. Gracias.
Buenas noches y muchas gracias por vuestro trabajo. Es verdad que me ha emocionado la alegría, la ternura, la juventud, la nobleza del pueblo colombiano. Claramente un pueblo noble, que no tiene miedo a expresarse como siente, no tiene miedo de sentir y hacer ver lo que siente. Así lo he visto yo. Esta es la tercera vez que estoy en Colombia, que yo recuerde, pero un obispo me dijo: “No, Usted estuvo una cuarta vez, aunque solo para pequeñas reuniones”, una vez en La Ceja y las otras dos o tres, en Bogotá. Pero no conocía la Colombia profunda, la que se ve por las calles. Y agradezco el testimonio de alegría, de esperanza, de paciencia en el sufrimiento de este pueblo. Me ha hecho mucho bien. Gracias.
Gracias, Santidad, muy buenas noches. Primero quisiera agradecerle de parte de todos los medios colombianos que nos acompañan en este viaje, todos nuestros compañeros y amigos, por haber venido a nuestra Patria, por habernos dado tantos mensajes tan lindos, tan profundos, por tanto cariño, por tanta cercanía que Usted le demostró al pueblo colombiano. Santidad, muchas gracias. Mi pregunta es la siguiente: Usted llegó, Santo Padre, a un país dividido a causa de un proceso de paz, entre los que aceptan y no aceptan ese proceso. ¿Qué hacer concretamente, qué pasos dar para acercar a las partes divididas, para que dejen ese odio, para que dejen ese rencor? Si pudiera volver a nuestro país en unos años, ¿cómo cree, cómo le gustaría ver a Colombia? Gracias.
A mí me gustaría que el lema “Demos el segundo paso”, al menos fuera ese. Fueron −yo pensaba que eran más, calculaba unos sesenta, pero me dijeron− 54 años de guerrilla más o menos, y ahí se acumula mucho, mucho, mucho odio, mucho rencor, mucha alma enferma, y la enfermedad no es culpable, viene, te agarraste un sarampión y te agarra… Perdonadme, hablaré en italiano. El alma enferma, la enfermedad no es algo culpable; ¡viene! Y con esas guerrillas que ciertamente han hecho −tanto la guerrilla, como los paramilitares, como los de allá, y también la corrupción, tantas veces, en el País− han cometido pecados feos que han provocado esa enfermedad del odio. Pero hay pasos adelante que dan esperanza, pasos en la negociación: el último es el cese el fuego del ELN (Ejército de Liberación Nacional): les agradezco tanto, doy tantas gracias por eso. Pero hay algo más que he notado, que son las ganas de ir adelante en ese proceso, que va más allá de las negociaciones que se están haciendo y que se deben hacer. Son unas ganas espontáneas, y ahí está la fuerza del pueblo. Yo tengo esperanza en eso. El pueblo quiere “respirar”, pero debemos ayudarlo, ayudarlo con la cercanía, la oración y sobre todo la comprensión de cuánto dolor hay dentro de tanta gente.
Santo Padre, un honor estar aquí con Usted. Mi nombre es José Mujica, soy periodista de “El Tiempo” −casa editorial de Colombia− y le saludo en nombre también de mis colegas colombianos y de todos los medios de comunicación de mi país. Colombia ha sufrido muchas décadas de violencia por cuenta de la guerra, por el conflicto armado y también por el narcotráfico; sin embargo, los estragos de la corrupción en la política han sido tan perjudiciales como la misma guerra, y aunque no es nueva la corrupción, siempre hemos sabido que existe, sabemos que siempre ha habido corrupción, ahora es más visible porque ya no tenemos las noticias de la guerra, del conflicto armado. ¿Qué hacer ante este flagelo, hasta dónde llevar a los corruptos, cómo castigarlos y, por último, habría que excomulgar a los corruptos?
Vos haces una pregunta que yo me planteé muchas veces, y me la planteé de esta manera: ¿El corrupto tiene perdón? Me la planteé así. Y me la planteé cuando hubo un acto, en la provincia de Catamarca, en Argentina, de maltrato, abuso, de violación de una chica, y había gente metida allí muy ligada a los poderes políticos y económicos de esa provincia. Oí tanto de un artículo de Rogelio Frigerio publicado en “La Nación”, en aquel tempo; y escribí un librito que se llama “Pecado y corrupción”. Siempre somos todos pecadores y sabemos que el Señor está cerca de nosotros, que Él no se cansa de perdonar. Pero la diferencia es: Dios nunca se cansa de perdonar, y el pecador a veces encuentra el valor y pide perdón. El problema es que el corrupto se cansa de pedir perdón y olvida cómo se pide perdón: ese es el problema grave. Es un estado de insensibilidad ante los valores, ante la destrucción, la explotación de personas. No es capaz de pedir perdón. Es como una condena, por lo que es muy difícil ayudar a un corrupto, muy difícil. Pero Dios puede hacerlo. Yo rezo por esto.
Santidad, la pregunta es del grupo de periodistas de lengua española. Ha hablado Usted de este primer paso que ha dado Colombia. Hoy, en la Misa ha dicho que no ha sido suficiente un diálogo entre las dos partes, sino que ha sido necesario incorporar más actores. ¿Piensa Usted que es posible replicar este modelo colombiano en otros conflictos del mundo?
Integrar a otras personas… También hoy, en la homilía, he hablado de eso aprovechando el pasaje del Evangelio. Implicar a otros sujetos: no es la primera vez. En muchos conflictos han sido implicados otros sujetos. Es un modo de avanzar, un modo sabio, político... Está la sabiduría de pedir ayuda. Creo que, como hoy he querido apuntar en la homilía −que era un mensaje más que una homilía−, creo que esos recursos técnico-políticos ayudan, requieren a veces la intervención de las Naciones Unidas para salir de la crisis. Pero un proceso de paz irá adelante solo cuando lo coge el pueblo de la mano. Si el pueblo no lo toma de la mano, se podrá avanzar un poco, se llegará a un compromiso… Es lo que he intentado hacer sentir en esta visita: o el protagonista de la pacificación es el pueblo, o se llegará solo hasta cierto punto. Pero cuando un pueblo toma de la mano el asunto, es capaz de hacerlo bien. Esa es la senda superior. Gracias.
Buenas noches, Santidad. Ante todo, nos gustaría preguntarle cómo está. Hemos visto todos que se ha golpeado la cabeza: ¿cómo está? ¿Se ha hecho daño?
Me he inclinado un poco para saludar a los niños, no he visto el cristal y… “pum”.
Entonces, la pregunta es esta. Mientras estamos en vuelo, pasamos cerca del huracán Irma que ha causado decenas de muertos y daños enormes en las Islas del Caribe y en Cuba, y se teme que amplias zonas de la Florida puedan acabar bajo el agua. Seis millones de personas han tenido que dejar sus casas. Tras el huracán Harvey, ha habido casi tres huracanes a la vez en la zona. Los científicos consideran que el calentamiento de los océanos es un factor que contribuye a hacer las tempestades y los huracanes estacionales más intensos. ¿Hay una responsabilidad moral de los líderes políticos que se niegan a colaborar con las otras naciones para controlar las emisiones de gas con efecto invernadero, porque niegan que el cambio climático sea obra del hombre?
Gracias. Empiezo con la última parte, para no olvidarla: quien niega eso debe ir a los científicos y preguntarles a ellos. Porque hablan clarísimo. Los científicos son precisos. El otro día, cuando salió la noticia de la nave rusa −creo− que fue de Noruega al Japón o a Taipéi pasando por el Polo Norte, sin rompehielos, y las fotografías mostraban trozos de hielo… A través del Polo Norte, ahora, se puede pasar. Es muy claro, es muy claro. Cuando salió esa noticia, desde una universidad −no recuerdo dónde− salió otra que decía: “Tenemos solo tres años para volver atrás, si no las consecuencias serán terribles”. Yo no sé si es verdad “tres años” o no; pero que, si no volvemos atrás, vamos para abajo, eso es seguro. Del cambio climático se ven los efectos, y los científicos dicen claramente el camino a seguir. Y todos tenemos una responsabilidad, todos. Cada uno, una pequeña o gran responsabilidad moral: al aceptar, dar la opinión o tomar decisiones. Y debemos tomárnoslo en serio. Creo que es una cosa para no hacer bromas, es muy seria. Usted me pregunta: ¿cuál es la responsabilidad moral? Cada uno tiene la suya. También los políticos tienen la suya. Cada uno tiene la propia. Según la respuesta que dé.
Hay quien dice que vamos al apocalipsis con todos estos eventos atmosféricos…
No lo sé. Yo digo: cada uno tiene su propia responsabilidad moral, primero. Segundo: si uno está un poco dudoso de que eso no sea tan cierto, que pregunte a los científicos. Ellos son clarísimos. No son opiniones lanzadas al aire: son clarísimos. Y que luego decida. Y la historia juzgará las decisiones. Gracias.
Buenas noches, Santo Padre. Yo me engancho a la pregunta que ha hecho antes la colega, porque Usted muchas veces en los discursos que ha dado en Colombia ha reclamado la necesidad de hacer paz con la creación, respetar el ambiente como condición necesaria para que se pueda crear una paz social estable. Y vemos los efectos del cambio climático también en Italia: no sé si está informado, pero ha habido muertos en Livorno…
Sí, después de tres meses y medio de sequía.
Exacto. Y muchos daños en Roma. Por tanto, estamos todos involucrados en esta situación. Pero, ¿por qué tarda una toma de conciencia? Sobre todo por parte de los gobiernos, que en cambio parecen tan solícitos quizá en otros sectores −siempre el discurso de los armamentos: estamos viendo por ejemplo la crisis de Corea. También de esto me gustaría saber su opinión.
¿El por qué? Me viene a la cabeza una frase del Antiguo Testamento: el hombre es un estúpido, es un testarudo que no ve. El único animal de la creación que mete la pata en el mismo agujero, es el hombre. El caballo y los otros no, no lo hacen. Es la soberbia, la presunción de decir: “No, pues no será así…”. Y luego está el dios bolsillo, ¿no? No solo sobre la creación: tantas cosas, tantas decisiones, tantas contradicciones y algunas dependen del dinero. Hoy, en Cartagena: comencé por la parte, llamémosla, pobre de Cartagena. Pobre. La otra parte, la parte turística, lujo y lujo sin medidas morales, digamos. Pero los que van allá, ¿no se dan cuenta de esto? O los analistas sociopolíticos, ¿no se dan cuenta? El hombre es un estúpido, decía la Biblia. Y así, cuando no se quiere ver, no se ve. Se mira solo a una parte. No sé, y de Corea del Norte, te digo la verdad, no lo entiendo, de verdad. Porque es que no comprendo ese mundo de la geopolítica, es muy arduo para mí. Pero creo que, por lo que veo, allí hay una lucha de intereses que se me escapan, no puedo explicarlo. Pero el otro aspecto es importante: no se toma conciencia. Piensa en Cartagena, hoy. ¿Y eso es injusto, se puede tomar conciencia? Esto es lo que se me ocurre. Gracias.
¿Cómo está del golpe?
…pero no duele. Me pusieron un ojo en compota.
En todo caso, lo sentimos. Aunque no le duela, lo sentimos. Santidad, cada vez que Usted encuentra a los jóvenes, en cualquier parte del mundo, siempre les dice: “No os dejéis robar la esperanza, no os dejéis robar la alegría y el futuro”. Desgraciadamente, en los Estados Unidos se ha abolido la ley de los “dreamers”, de los soñadores: estamos hablando de 800 mil chicos, muchísimos mexicanos, colombianos, de tantos países. ¿No cree Usted que, con esa ley, con esa abolición, esos chicos pierdan la alegría, la esperanza, el futuro? Y luego, abusando de su gentileza y de la de mis colegas, si pudiese hacer una pequeña oración, un pequeño pensamiento por todas las víctimas del terremoto en México y del huracán Irma. Gracias.
Claro que sí. Le preguntaba a qué ley se refiere. He oído de esa ley; no he podido leer los artículos ni cómo se tomó la decisión. No la conozco bien, pero, lo primero, separar a los jóvenes de la familia no es algo que dé buen fruto, ni para los jóvenes, ni para la familia. Pienso que esa ley −que creo que viene no del Parlamento sino del Ejecutivo− si es así, pero no estoy seguro, hay esperanza de repensarla un poco. Porque he oído hablar al Presidente de los Estados Unidos: se presenta como un hombre pro-vida, y si es un buen pro-vida comprende que la familia es la cuna de la vida y que se debe defender la unidad. Por eso, tengo interés en estudiar bien esa ley. Pero, verdaderamente −en general, sea este caso u otros casos− cuando los jóvenes se sienten explotados, como en tantos casos, al final se sienten sin esperanza. ¿Y quién la roba? La droga, las otras dependencias, el suicidio… El suicidio juvenil es muy fuerte, y sucede cuando se les separa de sus raíces. Es muy importante la relación de un joven con sus raíces. Los jóvenes desarraigados, hoy, piden ayuda: quieren recuperar sus raíces. Por eso yo insisto tanto en el diálogo entre jóvenes y ancianos, saltando un poco a los padres. Que dialoguen con los padres, pero los ancianos son importantes, porque ahí están las raíces; y están un poco más alejados, para evitar los conflictos que pueda haber con las raíces más próximas, como las de los padres. Los jóvenes, hoy, necesitan recuperar sus raíces. Cualquier cosa que vaya contra las raíces, les roba la esperanza. No sé si he respondido…
Los pueden deportar de los Estados Unidos…
Sí, sí, pierden una raíz… Eso es un problema. Pero sobre esa ley no quiero expresarme, porque no la he leído y no me gusta hablar de lo que no he estudiado antes. Y luego, Valentina es mexicana y México ha sufrido mucho, y os pido a todos por solidaridad con la “decana” −está el otro “decano” allí− una oración por su patria. Gracias.
Santidad, en nombre del grupo italiano quiero hacer una pregunta sobre la cuestión de los inmigrantes, en particular sobre el hecho de que recientemente la Iglesia italiana ha expresado −digamos así− una especie de comprensión hacia la nueva política del gobierno de restringir sobre la cuestión de los que salen de Libia y de las pateras. Se ha escrito incluso que sobre esto ha habido un encuentro suyo con el Presidente del Consejo Gentiloni. Querríamos saber si efectivamente en ese encuentro se ha hablado de este tema, si ha existido ese encuentro y se ha tratado ese tema, y sobre todo qué piensa Usted precisamente de esta política de clausura de las salidas, considerando también que luego los inmigrantes que se quedan en Libia −como se ha documentado por encuestas− viven en condiciones inhumanas, en condiciones muy, pero que muy precarias. Gracias.
Primero, el encuentro con el Primer Ministro Gentiloni fue un encuentro personal y no sobre ese tema. Fue antes del problema, pero salió algunas semanas después, casi un mes después. Fue antes que el problema. Segundo: siento un deber de gratitud con Italia y Grecia, porque han abierto el corazón a los inmigrantes. Pero no basta abrir el corazón. El problema de los inmigrantes es, primero, corazón abierto, siempre. Es también un mandamiento de Dios, de acogerlos, “porque tú fuiste esclavo, inmigrante en Egipto” (cfr. Lev 19,33-34): eso dice la Biblia. Pero un gobierno debe gestionar ese problema con la virtud propia del gobernante, o sea la prudencia. ¿Qué significa? Primero: ¿cuánto sitio tengo? Segundo: no solo recibirlos, sino también integrarlos. Integrarlos. He visto ejemplos −en Italia− de integración bellísimos. Cuando fui a la Universidad Roma-Tre, me preguntaron cuatro estudiantes; una, la última en preguntar, yo la miraba y pensaba: “Pero esa cara la conozco…”. Era una que menos de un año antes vino de Lesbos conmigo en el avión. Ha aprendido la lengua, y como estudiaba biología en su patria, le han convalidado y ha seguido. Ha aprendido la lengua. Eso se llama integrar. En otro vuelo −cuando volvíamos de Suecia, creo− hablé de la política de integración de Suecia como un modelo, pero también Suecia ha dicho, con prudencia: “El número es este; más no puedo”, porque existe el peligro de la no-integración. Tercero: hay un problema humanitario, el que usted decía. ¿La humanidad toma conciencia de esos lager? ¿De las condiciones de las que usted hablaba, en el desierto? He visto fotografías… Hay explotadores… Usted hablaba del gobierno italiano: me da la impresión de que está haciendo de todo para trabajos humanitarios, para resolver también el problema que no puede asumir. Resumiendo: corazón siempre abierto, prudencia, integración y cercanía humanitaria.
Y hay una última cosa que quiero decir, y vale sobre todo para África. Hay, en nuestro inconsciente colectivo, un lema, un principio: “Hay que explotar África”. Hoy en Cartagena hemos visto un ejemplo de explotación, humana, en aquel caso [de los esclavos]. Y un jefe de gobierno, sobre esto, dijo una bella verdad: “Los que huyen de la guerra, es otro problema; pero para tantos que huyen del hambre, invirtamos allí, para que crezcan”. Pues en el inconsciente colectivo está que cada vez que tantos países desarrollados van a África, es para explotarla. Debemos darle la vuelta a eso: África es amiga y hay que ayudarla a crecer. Luego, los demás problemas, de guerras, van por otra parte. No sé si con esto he aclarado…
Buenas noches, Santo Padre. Santidad, hoy ha hablado usted de Venezuela, después del Ángelus. Ha pedido que se rechace todo tipo de violencia en la vida política. El jueves, después de la Misa en Bogotá, saludó a cinco Prelados venezolanos. Lo sabemos todos: la Santa Sede ha estado y sigue estando muy comprometida en un diálogo en aquel país. Ya hace meses que Usted pide el fin de todas las violencias. Pero el presidente Maduro por un lado tiene palabras muy violentas contra los Obispos, y por otro dice que está con el Papa Francisco. ¿No sería posible tener palabras más fuertes y quizá más claras? Gracias, Santidad.
Creo que la Santa Sede ha hablado fuerte y claramente. Lo que dice el Presidente Maduro, que lo explique él: yo no sé qué tiene en su cabeza. Pero la Santa Sede ha hecho mucho: ha enviado allí, a aquel grupo de trabajo, a cuatro ex-presidentes, ha enviado un Nuncio de primer nivel; luego ha hablado, ha hablado con personas, ha hablado públicamente. Yo, muchas veces, en el Ángelus he hablado de la situación buscando siempre una salida, ayudando, ofreciendo ayuda para salir. No sé… Pero parece que la cosa sea muy difícil, y lo más doloroso es el problema humanitario: tanta gente que escapa o sufre… Un problema humanitario que debemos ayudar a resolver de cualquier modo. Creo que las Naciones Unidas deberían dejarse oír también allá, para ayudar. Gracias.
Gracias, Santidad. Creo que nos debemos ir.
¿Por las turbulencias?
Sí.
Dicen que hay alguna turbulencia, y que debemos irnos. Pero os agradezco tanto, os agradezco tanto vuestro trabajo. Y una vez más, quisiera agradecer el ejemplo del pueblo colombiano. Y me gustaría acabar con una imagen, lo que más me ha tocado de los colombianos: en las cuatro ciudades estaba la gente en la calle, saludando… Lo que más me ha impresionado es que los padres, las madres levantaban sus niños para que los viera el Papa y para que el Papa les diese la bendición. Come diciendo: “Este es mi tesoro, esta mi esperanza, este es mi futuro. Yo lo creo”. Eso me ha impresionado. La ternura. Los ojos de esos padres y madres. Bellísimo, bellísimo. Eso es un símbolo, símbolo de esperanza de futuro. Un pueblo que es capaz de hacer niños y luego mostrarlos, hacerlos ver así, como diciendo: “Este es mi tesoro”, es un pueblo que tiene esperanza y tiene futuro. Muchas gracias. Gracias.
Gracias, Santidad. Que descanse.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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