Lamentamos lo que nos sucede mientras que rechazamos lo que podría curar los males
En un artículo reciente de Ignacio Sánchez Cámara titulado El infrahombre, donde expone cómo en el pensamiento moderno cuando se prescinde de Dios se degrada también al hombre y no surge el superhombre sino el infrahombre. Su análisis me parece muy certero y expresivo, de verdadero maestro. Recomiendo su lectura. Y para hacerme eco citaré los párrafos que a mi juicio lo vertebran, a los que añadiré unos comentarios desde la fe cristiana.
La liberación del hombre se ha vinculado con cierta frecuencia a la supresión de Dios. El ideal kantiano de que la Ilustración entrañaba la mayoría de edad del hombre se ha tergiversado concibiéndolo como la supresión de la tutela de Dios. Pero nadie llegó tan lejos y tan genialmente en esta dirección como Nietzsche. Su ateísmo posee dos caras, tal vez antagónicas, tal vez complementarias. Por un lado, para él la "muerte de Dios" provocará el mayor cataclismo de la historia. Nada será ya igual. Con la desaparición de Dios se producirá la inversión de todos los valores y la apoteosis del nihilismo. Algo terrible. Por otro lado, la supresión de Dios habría de entrañar la aparición de un nuevo tipo de hombre que no reconoce nada por encima de él y que por ello bien se puede calificar como el superhombre. El superhombre es una realidad más elevada que el hombre: el hombre sin Dios, la existencia más alta.
Más adelante:
El problema es que su diagnóstico, pese a su genial lucidez, se ha revelado erróneo. La negación de Dios no ha conducido al triunfo de la dignidad humana y de su definitiva liberación, sino al desprecio de su dignidad, a la pérdida del sentido, a la negación de la inmortalidad personal, a la degradación de lo humano y a la "abolición del hombre", al decir de C.S. Lewis.
Y añade más abajo:
El ateísmo no conduce a la liberación del hombre sino a su esclavitud. Cuando se eclipsó en Europa el cristianismo lo que surgió no fue la libertad sino el terror totalitario (…) El comunismo y el nazismo son fruto del ateísmo y del nihilismo que éste lleva consigo.
En el penúltimo párrafo dice el catedrático de Filosofía:
La crisis que vive Europa y el mundo occidental tiene mucho que ver con la pérdida de vigencia social del cristianismo. Lamentamos lo que nos sucede, mientras que rechazamos lo único que podría curar nuestros males. Somos algo así como enfermos rebeldes que agravan, sin pretenderlo, su enfermedad.
Resumiendo diría yo: ésta es la gran cuestión. Si negamos a Dios negamos también al hombre; si afirmamos al hombre −criatura suya− afirmamos también a Dios. Ésta es la gran fuerza del cristianismo, ¡Cristo!, Dios y hombre verdadero. No hagamos recortes, el cristianismo es fe en Jesucristo, en su misterio de Verbo encarnado.
El Hijo de Dios se hace hombre para salvarnos, de modo que nosotros alcancemos, por adopción, la filiación divina. En todo caso éste sí sería el superhombre, el santo, el hombre con la gracia de Cristo, que nos comunica por los sacramentos instituidos por Él.
Contemplar a Cristo, seguir a Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" es la esencia de la vida cristiana. ¡Estamos salvados! Porque Cristo es un hombre real, nacido de María, vivió en Palestina, murió en el Calvario y, resucitado, está a la derecha del Padre intercediendo por nosotros con su omnipotencia y su misericordia. Por ejemplo, la Virgen de Fátima −estamos en su centenario− se revela a unos niños, pastorcitos, para intervenir a través de ellos en la historia del mundo hasta la caída del muro de Berlín, por el rezo del rosario y la contemplación de sus misterios, los misterios de la vida del Señor. Un itinerario bien accesible a muchos.
En verdad, el nazismo y el comunismo fracasaron, pero la cultura del mundo occidental está impregnada de la doctrina de la conveniencia de apartarse de Dios. Familias de bautizados que no bautizan ni conducen a los demás sacramentos a sus hijos; y tantas personas que dicen que creen pero no practican, como si pudiesen darse en simultáneo ambas cosas.
Los resultados son patentes: las tensiones interiores de tantas vidas rotas… y, a nivel social, tantos problemas con sus luchas, conflictos bélicos incluidos. Bien podemos clamar con Josemaría Escrivá (Camino, 301) "Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos".
El retorno a Dios supone la petición por la paz, la conversión interior y la vida de oración. De la amistad con Dios derivará la amistad y el entendimiento entre los hombres. No le demos más vueltas.
Pedro Rodríguez Mariño, en diariodecadiz.es.
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