¿Qué hacer para que las crisis del amor lleven al fortalecimiento de los vínculos afectivos, tras superarlas? Esbozo algunas posibles respuestas
En la convivencia íntima entre dos personas resulta imposible que no aparezcan algunos momentos de crisis. Y estas circunstancias son valiosas, pues capacitan al amante para aprender a pedir perdón o a perdonar, para conocerse mejor, para modificar su modo de ser y de actuar, para quedar transformado por el amor y hacerse más amable. ¿Cómo podrá crecer robusto el árbol amoroso, sino superando la lluvia y el viento de las dificultades?
Pero en nuestras sociedades “del cansancio”, como las caracteriza Byung-Chul Han, ocurre algo en parte lógico, pero de funestos resultados: ante un problema complejo se tiende a la solución que requiere menos esfuerzo, y muchas veces ni a eso, sino al abandono del conflicto para evitar el sufrimiento.
En consecuencia, si alguien tiene parte de culpa en un problema de amor y ni lo conoce −por ser superficial−, si no lo ha resuelto o, sencillamente, ha huido, esa carencia volverá a afectarle de nuevo; e incluso, con mayor envergadura, puesto que el paso del tiempo solidifica los defectos de carácter. Así se termina en el círculo vicioso del desamor de quien se desconoce mucho a sí mismo y, posiblemente, ya no sabe cómo amar; o como le sucede a muchos, que ya no creen en el amor.
Sin juzgar a nadie −por supuesto−, ¿qué hacer para que las crisis del amor lleven al fortalecimiento de los vínculos afectivos, tras superarlas? Esbozo algunas posibles respuestas.
Me parece importante recuperar, en primer lugar, la cultura del perdón, pues se encuentra devaluada. Explicaba Hannah Arendt que el ser humano debe manejarse en el tiempo a través del perdón −respecto del pasado− y mediante la promesa −sobre el futuro−. Para Arendt, sin el perdón seríamos “semejantes al aprendiz de brujo que carecía de la fórmula mágica para romper el hechizo”. Por eso, hay que valorar mucho −amar− y no cansarse de admirar la maravilla de perdonar y ser perdonados.
También puede ayudar a resolver las crisis de pareja ampliar la propia comprensión del mundo emocional. Para no confundir la igualdad absoluta en el plano de la dignidad entre varones y mujeres con la maravillosa pluralidad de modos de ser y de entender, que pueden ser −que son− tan diferentes. Me refiero a lo que Julián Marías describía como realizarse “disyuntivamente: varón o mujer”; es decir, que entendemos y vivimos la realidad de modo diverso, y eso exige un esfuerzo por abandonar la simpleza y el juicio moral, y por comprender al otro. En definitiva, lograr una comunicación interpersonal transparente, preguntando con sencillez cuando no comprendemos algún comentario o modo de actuar, y sin juzgar nunca la intención ajena.
Por último, el amor incondicional. “Prefiero vivir como un ciego / y a tu lado / que aspirar / por cada poro / toda la luz del mundo y sus olores”, dice María Eugenia Reyes Lindo en el poema “Gracias pero no”. Porque amar sin condición es una decisión personal. Cuando se toma, ante un problema se busca, a fondo, cómo solucionarlo, puesto que con esa persona se va a compartir toda la vida, la interioridad, la desnudez y los hijos. Al final, se remedia y se consolidan los lazos afectivos.
“Vivir a oscuras de tu mano / y para siempre / será más luz / que aquellas otras sendas / a las que dije no por ir contigo”, sigue Reyes Lindo: el amor incondicional tiene su lado difícil, pero también ¡de cuántos padecimientos interiores libera!
Solo se disipan las dudas sobre el suelo sólido del amor sin condiciones. Sin esto, las crisis suscitan las vacilaciones, y cuánto duele percibir la sombra de la inseguridad: “Un solo instante contigo hace aullar / la duda como a un perro moribundo. / Prefiero el dolor compartido / de tus cargas / a vivir / sin ellas de otros besos, / a morir / por otras manos que parecen / pero no”.