Protección a la familia, educación a la infancia, honradez en el ejercicio de las responsabilidades y conciencia ciudadana son las propuestas que hace el autor para dejar una mejor sociedad a nuestros hijos
No voy a ser pesimista, ya que España ha mejorado exponencialmente en todos los aspectos. Pero es bueno un optimismo bien informado alejado de la autocomplacencia, un optimismo crítico.
Tenemos una sociedad más avanzada en sanidad, cultura, economía, comunicaciones… Pero: ¿es una sociedad más humana, más feliz y más justa? Hay un paro insufrible que castiga a la juventud. Hoy, el 80% de los menores de 30 años están subempleados y no pueden independizarse. Es desalentador el futuro que se les presenta, con posibilidades casi inalcanzables de acceso a una vivienda o de formar una familia. No se puede tener a la mayoría de la sociedad joven con tan limitadas expectativas. Por otro lado, la crisis ha destruido mucho tejido social, ha empobrecido a la clase media y las leyes vienen informadas de igualdad de género.
En este contexto, la familia, como institución de convivencia y supervivencia de la humanidad, ha de ser potenciada. Las ayudas tienen que fortalecer la presencia activa de la familia en todos los campos. Su carácter atomizador ha sido reconocido internacionalmente: en el preámbulo de la Convención sobre Derechos del Niño de 1989 −la familia es “el medio natural para el crecimiento y bienestar de todos sus miembros y en particular de los niños”−; en la Conferencia de Doha −“Las familias estables son el fundamento de las sociedades fuertes”− y en la declaración Universal de los Derechos Humanos −“la familia es el elemento natural y fundamental de la sociedad”−. ¿Para cuándo un ministerio de la familia con jerarquía e interlocución suficientes para defenderla?
Estamos sumidos en una crisis de integridad (David Fischman), con una pérdida paulatina de valores; relativismo de conciencia; deterioro de la convivencia; individualismo, consumismo y hedonismo que afectan a las nuevas generaciones, tradicionalmente más idealistas y generosas; y una falta de identificación de nuestra condición de ciudadanos responsables, que implica también obligaciones, pues no somos simples espectadores de lo que pasa, sino actores de nuestra propia vida. Estamos inmersos, como bien ha sentenciado el Papa Francisco, “en la globalización de las indiferencias”.
La integridad es condición “sine qua non” en una sociedad democrática, y ha de empezar por las instituciones. La corrupción, pérdida de valores, endogamia y distanciamiento de la sociedad a la que sirve la política no es un problema de ahora, pero se ha agudizado preocupantemente ante la falta de concienciación y medidas drásticas. No es cuestión solo de Código Penal, sino de un Código Ético que deberían asumir quienes tienen cargos representativos y sociales. Es una cuestión de valores y de confianza. Y la confianza legítima así como las buenas prácticas deben tener un reflejo inmediato. No puede tardarse lustros en saber si un representante público actuó irregularmente para que deje el puesto. En los deportes existen las tarjetas de amonestación o expulsión, y son ejecutivas, con independencia de la rehabilitación en caso de prosperar los recursos. Hagamos igualmente de la responsabilidad política y corporativa algo deportivo, noble y de ideales.
El fracaso escolar en España, que supera el 30%, tiene un origen más remoto y es la educación desde la infancia, que no compete solo a la familia, pero sí muy especialmente. Se ha de alcanzar el pacto por la infancia que propone UNICEF, y es también absolutamente necesario un pacto por la educación que permita una estabilidad y seguridad jurídica de educadores y educandos frente a los cambios políticos. Es también necesaria una mayor inversión de futuro en investigación, desarrollo e innovación.
La infancia no es solo el futuro, como solemos considerar, sino el presente; “el futuro del niño es hoy, mañana puede ser tarde” decía Gabriela Mistral. Una buena educación supone la transmisión de valores universales: solidaridad, tolerancia, sentido de responsabilidad, respeto a los demás, sentido del esfuerzo, empatía, asertividad, que si nuestros hijos los tienen debidamente interiorizados, tendrán una predisposición al bien de forma natural y espontánea.
Ya desde Grecia se nos decía “educad a los niños y no será necesario castigar a los hombres” (Pitágoras), cita que actualizaba Concepción Arenal, con su célebre “abrid escuelas y se cerrarán cárceles”.
Hay, pues, que volver al concepto de la función política que ya se establecía en la Constitución de 1812, y que no es una utopía: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación”. Y decía Gandhi que debes ser tú mismo el cambio que deseas ver en el mundo, porque el futuro depende de lo que decidas hacer hoy. Añadía, que si quieres la paz del mundo, has de empezar con los niños. Y viene al caso recordar lo que añadía: que lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena.
Dije al principio que no quiero parecer desesperanzado. Y creo haber sido solo pesimista en el diagnóstico, pero optimista en el pronóstico… Si todos nos implicamos, claro.
Pedro Núñez Morgades Ex Defensor del menor de la Comunidad de Madrid y ex diputado de la Asamblea de Madrid