"Que sepamos transmitir a los demás ese amor de Dios, para que se encienda en todos una esperanza nueva”
Queridos hermanos:
En la catequesis de hoy consideramos cómo la certeza de la esperanza se funda en que somos hijos amados de Dios.
Nadie puede vivir sin amor. En cierto modo, detrás de muchas reacciones de odio y violencia se esconde un gran vacío interior, un corazón que no ha sido amado verdaderamente. Lo único que puede hacer feliz a una persona es la experiencia de amar y de ser amado.
El primer paso que da Dios hacia nosotros es su amor anticipado e incondicionado. Dios nos ama antes de que nosotros hayamos hecho algo para merecerlo. Él es amor, y el amor tiende por naturaleza a difundirse, a donarse.
Como una madre, que no deja nunca de amar a su hijo, aunque haya cometido un error y deba cumplir con la justicia, así Dios nunca deja de amarnos, porque somos sus hijos queridos. El amor llama al amor. Para cambiar el corazón de una persona, en primer lugar hay que abrazarla, que sienta que es importante para nosotros y que es querida. Así comenzará a despuntar también en ella el don de la esperanza.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días! Hoy hacemos esta audiencia en dos sitios, pero conectados por las pantallas gigantes: los enfermos, para que no sufran tanto el calor, están en el Aula Pablo VI, y nosotros aquí. Pero estamos todos juntos y nos une el Espíritu Santo, que es el que hace siempre la unidad. ¡Saludemos a los que están en el Aula!
Ninguno de nosotros puede vivir sin amor. Y una fea esclavitud en la que podemos caer es la de considerar que el amor hay que merecerlo. Quizá buena parte de la angustia del hombre contemporáneo deriva de esto: creer que, si no somos fuertes, atractivos y guapos, entonces nadie se ocupará de nosotros. Tantas personas hoy buscan una visibilidad solo para colmar un vacío interior: como si fuésemos personas eternamente necesitadas de aprobación. Pero, ¿os imagináis un mundo donde todos mendiguen motivos para suscitar la atención ajena, y nadie en cambio esté dispuesto a querer gratuitamente a otra persona? ¡Imaginad un mundo así: un mundo sin la gratuidad del amor! Parece un mundo humano, pero en realidad es un infierno. Tantos narcisismos del hombre nacen de un sentimiento de soledad y orfandad. Detrás de muchos comportamientos aparentemente inexplicables se esconde una pregunta: ¿Es posible que yo no merezca ser llamado por mi nombre, es decir, de ser amado? Porque el amor siempre llama por el nombre…
Cuando el que no es o no se siente amado es un adolescente, entonces puede nacer la violencia. Detrás de tantas formas de odio social y de vandalismo suele haber un corazón que no ha sido reconocido. No hay niños malos, como no hay adolescentes malvados del todo, sino que existen personas infelices. ¿Y qué puede hacernos felices si no la experiencia del amor dado y recibido? La vida del ser humano es un intercambio de miradas: alguien que mirándonos nos arranca la primera sonrisa, y nosotros que gratuitamente sonreímos a quien está encerrado en la tristeza, y así le abrimos una vía de escape. Intercambio de miradas: mirar a los ojos y se abren las puertas del corazón.
El primer paso que Dios da hacia nosotros es el de un amor anticipante e incondicionado. Dios ama primero. Dios no nos quiere porque en nosotros haya alguna razón que suscite amor. Dios nos quiere porque Él mismo es amor, y el amor tiende por naturaleza a difundirse, a entregarse. Dios tampoco vincula su benevolencia a nuestra conversión: en todo caso, ésta es una consecuencia del amor de Dios. San Pablo lo dice de manera perfecta: «Dios demuestra su amor hacia nosotros porque, siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros» (Rm 5,8). Siendo aún pecadores. Un amor incondicionado. Estábamos “lejos”, como el hijo pródigo de la parábola: «Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, tuvo compasión…» (Lc 15,20). Por amor nuestro Dios realizó un éxodo de sí mismo, para venir a encontrarnos a este lugar por donde era insensato que él transitase. Dios nos amó incluso cuando estábamos equivocados.
¿Quién de nosotros ama de esa manera, si no quien es padre o madre? Una madre sigue queriendo a su hijo, aunque ese hijo esté en la cárcel. Recuerdo a tantas madres, que hacían cola para entrar en la cárcel, en mi anterior diócesis. Y no se avergonzaban. El hijo estaba en la cárcel, pero era su hijo. Y sufrían tantas humillaciones en los registros, antes de entrar, pero: “¡Es mi hijo!”. “¡Pero, señora, su hijo es un delincuente!” −“¡Es mi hijo!”. Solo ese amor de madre y de padre nos hace comprender cómo es el amor de Dios. Una madre no pide la cancelación de la justicia humana, porque todo error exige una redención, pero una madre nunca deja de sufrir por su propio hijo. Lo quiere aunque sea pecador.
Dios hace lo mismo con nosotros: ¡somos sus hijos amados! ¿Pero puede ser que Dios tenga algunos hijos a los que no quiera? No. Todos somos hijos amados de Dios. No hay ninguna maldición en nuestra vida, sino solo una benévola palabra de Dios, que sacó nuestra existencia de la nada. La verdad de todo es esa relación de amor que une al Padre con el Hijo mediante el Espíritu Santo, relación en la que somos acogidos por gracia. En Él, en Cristo Jesús, hemos sido queridos, amados, deseados. Hay Alguien que imprimió en nosotros una belleza primordial, que ningún pecado, ninguna decisión errónea podrá jamás borrar del todo. Siempre somos, a los ojos de Dios, pequeñas fuentes hechas para manar agua buena. Lo dijo Jesús a la mujer samaritana: «El agua que yo [te] daré se hará en [ti] una fuente de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4,14).
Para cambiar el corazón de una persona infeliz, ¿cuál es la medicina? ¿Cuál es la medicina para cambiar el corazón de una persona que no es feliz? [responden: el amor] ¡Más fuerte! [gritan: ¡el amor!] ¡Bien! ¡Muy bien todos! ¿Y cómo se hace sentir a la persona que uno la ama? Hace falta, ante todo, abrazarla. Hacerle sentir que es deseada, que es importante, y dejará de estar triste. Amor llama a amor, de modo más fuerte que el odio llama a la muerte. Jesús no murió y resucitó para sí mismo, sino para nosotros, para que nuestros pecados sean perdonados. Es pues tiempo de resurrección para todos: tiempo de levantar a los pobres del desánimo, sobre todo a los que yacen en el sepulcro desde hace más tiempo que tres días. Sopla aquí, en nuestros rostros, un viento de liberación. Germina aquí el don de la esperanza. Y la esperanza es la de Dios Padre que nos ama como somos: nos ama siempre y a todos. Gracias.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua francesa, en concreto a los estudiantes de la Conferencia Olivaint de París y a los grupos venidos de Francia, Bélgica e Isla Mauricio. ¡Acordémonos de que todos somos hijos amados por Dios, y que todos somos preciosos a sus ojos! ¡Es la fuente de nuestra esperanza! ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la Audiencia de hoy, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Suecia, Hong Kong, Pakistán, Filipinas, Corea, Tailandia, Canadá y Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y sobre vuestras familias invoco la alegría y la paz de nuestro Señor Jesucristo.
Una cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua alemana, en particular a la comunidad del Colegio de los Padres Escolapios de Illertissen. En el mes de junio veneramos de modo especial al Sacratísimo Corazón de Jesús, fuente de su inagotable amor por nosotros. Procuremos ser alegres testigos de ese amor dándolo a cuantos encontremos. Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España y América Latina. Pidamos a la Virgen María que nos dejemos guiar siempre por el amor de su Hijo. Que sepamos transmitir a los demás ese amor de Dios, para que se encienda en todos una esperanza nueva. Que el Señor os bendiga. Muchas gracias.
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a cuantos han venido de Brasil, invitando a todos a permanecer fieles al amor de Dios que encontramos en Cristo Jesús. Él nos reta a salir de nuestro mundo pequeño y estrecho hacia el Reino de Dios y a la verdadera libertad. Que el Espíritu Santo os ilumine para que podáis llevar la Bendición de Dios a todos los hombres. Que la Virgen Madre vele sobre vuestro camino y os proteja.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los que vienen de Oriente Medio. Queridos hermanos y hermanas, San Pablo en la Carta a los Romanos escribe: vosotros «habéis recibido el Espíritu que nos hace hijos adoptivos, por medio del cual clamamos: “Abbà, Padre!”». Mostremos la alegría de ser hijos de Dios y comportémonos como verdaderos hijos, dejando que Cristo nos transforme y nos haga como Él. Que el Señor os bendiga.
Saludo cordialmente a los polacos. San Juan Pablo II, en la Encíclica Redemptor hominis recordó: “Es hombre es para sí mismo un ser incomprensible, su vida carece de sentido, (…) si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y no lo hace propio, si no los participa vivamente” (n. 10). Recordando que el amor llama al amor, de modo más fuerte que el odio llama a la muerte, no tengamos miedo del amor y de sus exigencias. Hagámoslo grande, hermoso, responsable en nuestra vida, para que para los demás sea un rayo de esperanza. Sea alabado Jesucristo.
Doy la bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los nuevos sacerdotes de la diócesis de Brescia y les animo a ser Pastores según el corazón de Dios, y a la Asociación “Caridad sin fronteras” de la diócesis de San Marino-Montefeltro con ocasión de los 20 años de actividad. Saludo a la unión italiana de ciegos de Rossano Calabro; a la Fundación Silvana Angelucci de varias regiones italianas y a la Asociación Cultural Reatium, que conmemora la figura del Papa San Zósimo. Saludo a los fieles de Corridonia, Altamura y Potenza. Un pensamiento especial a los familiares de los militares caídos en misiones de paz: estoy cerca de vosotros con el cariño, el consuelo y el ánimo.
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Saludo finalmente a los jóvenes, enfermos y recién casados. Ayer recordábamos en la liturgia a San Antonio de Padua, “insigne predicador y patrono de los pobres y de os que sufren”. Queridos jóvenes, imitad su vida cristiana lineal; queridos enfermos, no os canséis de pedir a Dios Padre con su intercesión lo que necesitéis; y vosotros, queridos recién casados, en su escuela competid en el conocimiento de la Palabra de Dios.
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El Santo Padre, antes de la Audiencia celebrada en la Plaza de San Pedro, dirigió unas palabras a los enfermos, reunidos en el Aula Pablo VI por motivo de las altas temperaturas:
¡Buenos días a todos! Sentaos, sentaos… Hoy haremos la audiencia en dos sitios distintos, pero estaremos unidos con la pantalla gigante, así vosotros estaréis más cómodos aquí, porque en la plaza hace mucho calor. Será un baño turco, hoy… Muchas gracias por haber venido. Y después escucharéis lo que diré, pero con el corazón unido a los que están en la Plaza: la Iglesia es así. Un grupo está aquí, otro allá, otro allá, pero todos están unidos. ¿Y quién une la Iglesia? El Espíritu Santo. Pidamos al Espírito Santo para que nos una a todos hoy, en esta audiencia: Veni, Sancte Spiritus… Padrenuestro… Dios te salve María… Y ahora os doy la bendición. Muchas gracias, y rezad por mí: ¡no lo olvidéis! Y nos seguiremos viendo…
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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