En apenas un momento de duda, de inconsciencia quizá, un hombre decide hacer frente a la barbarie con el único arma reconocible que le hace ser, en efecto, hombre
Leo, leemos, lo que pudo en sus últimos segundos de vida Ignacio Echeverría y, más allá de los arrebatos de ansiedad, indignación o dolor (todos justificados), permanece la sensación de lo digno. Pocas palabras tan deportivamente gastadas, tan periodísticamente impostadas, tan contradictorias como la de héroe. Ningún héroe decide serlo.
Miralles, el personaje que imaginara Cercas en Soldados de Salamina, sabe que su condición modélica exige la renuncia completa de sí mismo. Sin amigos, sin parte de su propio cuerpo castigado por una mina, sin más recuerdos que el resentimiento, el hombre que en un instante de virtud bajó el arma ante el enemigo se queda solo. Es el destino de un individuo que para ser necesario y único, para ser héroe, sabe que tiene que desaparecer, que tiene, por fuerza, que no haber sido nunca un héroe. Al fin y al cabo, el heroísmo consciente anda muy cerca de la estupidez iluminada.
Lo realmente complicado, además de inexplicable, es incorporar al mecanismo de los instintos algo tan elaborado y poco intuitivo como la civilización, como la dignidad, como la certeza de lo común. Lo natural siempre es la venganza. Lo normal, lo evidente, es huir. Sin embargo, en apenas un momento de duda, de inconsciencia quizá, un hombre decide hacer frente a la barbarie con el único arma reconocible que le hace ser, en efecto, hombre. Intuye, o ni siquiera eso, que su derrota necesaria es la única victoria posible. No es tanto sacrificio como decencia. La verdad surge en el instante de indecisión en el que un hombre baja el arma o decide, en vez de correr, ayudar a otro tan indefenso como él.
Imaginamos que en ese momento tan cerca de la agonía todo le tuvo que resultar más trivial y más importante que nunca. Es más, la diferencia entre las dos cosas, lo fútil y lo necesario, tal vez ya no contaba. Quizá durante un segundo Ignacio se vio de repente en un espacio frágil y a la vez indestructible en el que todo lo relevante adquiere de golpe su auténtico valor. Apenas nada. Y fue ahí, en ese instante de virtud en el que un hombre solo dejó la certeza de algo tan poco intuitivo como la dignidad, la civilización, lo común. La sensación de lo digno. DEP.