El Papa se ha referido, en la Audiencia general, a la esperanza cristiana afirmando que Dios es quien nos colma hoy y en cualquier lugar de su alegría y de su paz
Queridos hermanos y hermanas:
Ante la solemnidad de Pentecostés, he deseado presentar hoy la relación que existe entre el Espíritu Santo y la esperanza.
El Espíritu Santo sopla y mueve la Iglesia, camina con ella, por eso, del mismo modo que la Escritura paragona la esperanza a un ancla, que asegura el barco en medio del oleaje, también podemos compararla con una vela que recoge ese viento del Espíritu para que empuje nuestra nave.
Cuando decimos: «Dios de la esperanza» no significa solamente que Dios es el objeto de nuestro anhelo, algo que deseamos alcanzar en la vida eterna; sino que Dios es quien nos colma hoy y en cualquier lugar de su alegría y de su paz.
Hermanos, estemos seguros de que nuestra esperanza no quedará defraudada, porque el Espíritu ha derramado en nuestros corazones el amor de Dios y da testimonio de que somos sus hijos. Llenos de confianza, seremos capaces de afrontar cualquier tribulación y de ser sembradores de esperanza entre nuestros hermanos, consolando, defendiendo y asistiendo a todos, como el Paráclito nos enseña y nos guía.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En la inminencia de la solemnidad de Pentecostés no podemos dejar de hablar de la relación que hay entre la esperanza cristiana y el Espíritu Santo. El Espíritu es el viento que nos empuja hacia adelante, que nos mantiene en camino, nos hace sentir peregrinos y forasteros, y no deja que nos acomodemos ni nos convirtamos en un pueblo “sedentario”.
La Carta a los Hebreos compara la esperanza a un ancla (cfr. 6,18-19); y a esa imagen podemos añadir la de la vela. Si el ancla es la que da a la barca seguridad y la mantiene “anclada” en el oleaje del mar, la vela es en cambio la que la hace caminar y avanzar sobre las aguas. La esperanza es como una vela; recoge el viento del Espíritu Santo y lo transforma en fuerza motriz que empuja la barca, según los casos, mar adentro o a le orilla.
El apóstol Pablo concluye su Carta a los Romanos con este deseo −oíd bien, escuchad bien qué bonito deseo−: «Que el Dios de la esperanza os colme de toda alegría y paz en la fe, para que abundéis en la esperanza con la fuerza del Espíritu Santo» (15,13). Reflexionemos un poco en el contenido de estas bellísimas palabras.
La expresión “Dios de la esperanza” no quiere decir solo que Dios sea el objeto de nuestra esperanza, o sea, al que esperamos alcanzar un día en la vida eterna; también quiere decir que Dios es el que ya ahora nos hace esperar, es más, nos hace «alegres en la esperanza» (Rm 12,12): alegres ahora de esperar, y no solo esperar a estar alegres. Es la alegría de esperar −y no esperar a tener alegría− ya hoy. “Mientras hay vida hay esperanza”, dice un refrán popular; y es cierto también lo contrario: mientras hay esperanza hay vida. Los hombres necesitan esperanza para vivir y necesitan al Espíritu Santo para esperar.
San Pablo −lo hemos oído− atribuye al Espíritu Santo la capacidad de hacernos también abundar en la esperanza. Abundar en la esperanza significa no desanimarse nunca; significa «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18), es decir, esperar hasta cuando falten motivos humanos para esperar, como fue para Abraham cuando Dios le pidió sacrificarle a su único hijo, Isaac, y como fue, más todavía, para la Virgen María bajo la cruz de Jesús.
El Espíritu Santo hace posible esa esperanza invencible dándonos el testimonio interior de que somos hijos de Dios y herederos suyos (cfr. Rm 8,16). ¿Cómo podría Aquel que nos dio a su único Hijo no darnos cualquier otra cosa con Él? (cfr. Rm 8,32) «La esperanza −hermanos y hermanas− no defrauda: la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rm 5,5). Por eso no defrauda, porque está el Espíritu Santo dentro de nosotros y nos empuja a ir adelante, siempre. Y por eso la esperanza no defrauda.
Y hay más: el Espíritu Santo no solo nos hace capaces de esperar, sino también de ser sembradores de esperanza, de ser también nosotros −como Él y gracias a Él− “paráclitos”, es decir, consoladores y defensores de los hermanos, sembradores de esperanza. Un cristiano puede sembrar amarguras, puede sembrar perplejidades, y eso no es cristiano, y quien hace eso no es un buen cristiano. Siembra esperanza: siembra óleo de esperanza, siembra perfume de esperanza y no vinagre de amargura ni de desesperanza. El Beato cardenal Newman, en un discurso suyo, decía a los fieles: «Instruidos por nuestro mismo sufrimiento, por nuestro mismo dolor, es más, por nuestros mismos pecados, tendremos la mente y el corazón ejercitados para toda obra de amor con los que tienen necesidad. Seremos, a medida de nuestra capacidad, consoladores a imagen del Paráclito −o sea, del Espíritu Santo−, y en todos los sentidos que esta palabra comporta: abogados, asistentes, aportadores de consuelo. Nuestras palabras y nuestros consejos, nuestro modo de hacer, nuestra voz, nuestra mirada, serán amables y tranquilizadoras» (Sermones parroquiales, vol. V, Londres 1870, pp. 300s.). Y son sobre todo los pobres, los excluidos, los no amados quienes necesitan que alguno se haga para ellos paráclito, es decir, consolador y defensor, como el Espíritu Santo hace con cada uno de los que estamos aquí en la Plaza, consolador y defensor. Debemos hacer lo mismo con los más menesterosos, con los más descartados, con los que más lo necesitan, con los que más sufren. ¡Defensores y consoladores!
El Espíritu Santo alimenta la esperanza no solo en el corazón de los hombres, sino también en toda la creación. Dice el apóstol Pablo −esto parece un poco raro, pero es verdad− que hasta la creación “está en espera ansiosa” de la liberación y “gime y sufre con dolores de parto” (cfr. Rm 8,20-22). «La energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima ni ciega, sino la acción del Espíritu de Dios que “aleteaba sobre las aguas” (Gen 1,2) al inicio de la creación» (Benedicto XVI, Homilía, 31-V-2009). Esto también nos lleva a respetar la creación: no se puede estropear un cuadro sin ofender al artista que lo creó.
Hermanos y hermanas, que la próxima fiesta de Pentecostés −que es el cumpleaños de la Iglesia− nos encuentre unidos en la oración, con María, la Madre de Jesús y nuestra. Y el don del Espíritu Santo nos haga abundar en la esperanza. Os diré más: que nos haga derrochar esperanza con todos los que están más necesitados, más descartados y con todos los que pasan necesidad. Gracias.
Saludos
Tras haber resumido su catequesis en varias lenguas, el Papa saludó a los grupos presentes.
Me alegra saludar a los peregrinos de lengua francesa, en particular a los miembros de la Comunidad del Emmanuel y de la Fraternidad Pentecostés, así como a los fieles venidos de Francia, Bélgica y Camerún. Saludo a los peregrinos de Benín, con su Obispos Mons. Vieira, y a los de Gabón, con su Obispo Mons. Ogbonna Managwu. Con la Virgen María, estamos unidos en la oración para recibir el don del Espíritu Santo y abundar en la esperanza. Que el Espíritu Santo nos ayude además a ser sembradores de esperanza. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente los que vienen de Inglaterra, Bélgica, Noruega, India, Indonesia, Japón, Malasia, Taiwán, Vietnam, Hong Kong, Singapur, Corea, Tahití, Uganda, Canadá y Estados Unidos de América. Saludo además a los peregrinos venidos a participar en la Vigilia de Pentecostés con ocasión de los 50 años de la Renovación Carismática Católica. Sobre vosotros y vuestras familias invoco una abundante efusión de los dones del Espíritu Santo. ¡Que el Señor os bendiga!
Me alegra recibir a los peregrinos de lengua alemana, en particular a los numerosos jóvenes venidos de Alemania, Suiza y Países Bajos. Necesitamos esperanza para vivir y al Espíritu Santo para esperar. Invocamos al Espíritu Paráclito para que nos guíe siempre en la esperanza y en la paz. Que Él os acompañe en vuestro camino.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los que han venido para participar en la Vigilia de Pentecostés con ocasión de los 50 años de la Renovación Carismática Católica, así como a los demás grupos provenientes de España y Latinoamérica. Os exhorto a perseverar en oración, junto con María, Nuestra Madre, pidiendo a Jesús que el don del Espíritu Santo nos haga sobreabundar en la esperanza.
Dirijo un cordial saludo a todos los peregrinos de lengua portuguesa, en particular a los fieles de Angola, Sendim, Serrinha, Florianópolis y Minas Gerais. Queridos amigos, en estos días de preparación a la fiesta de Pentecostés, pidamos al Señor que infunda en nosotros abundantemente los dones de su Espíritu, para que podamos ser testigos de Jesús hasta los confines de la tierra. Gracias por vuestra presencia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en concreto a los de Irak, Egipto y Oriente Medio. No hay vida sin esperanza, ni esperanza auténtica sin sólida confianza en Dios, fuente y meta de toda esperanza verdadera. Pidamos al Espíritu Santo, en esta inminente solemnidad de Pentecostés, que visite los corazones afligidos para reanimarlos; las mentes oscurecidas para iluminarlas; y llene la vida de cada uno de nosotros para transformarnos en llama de esperanza y verdaderos testigos de su esperanza. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!
Doy la bienvenida a los peregrinos polacos. Saludo a los jóvenes que −como cada año− se reúnen tan numerosos en Lednica. Queridos amigos, el lema de vuestro encuentro es: “¡Ve y ama!”. Os guía María que, habiendo sentido en su corazón esa llamada, visitó a Isabel para compartir la alegría de su encuentro con Dios y llevarle ayuda concreta. Desde ese momento está siempre en camino, visita a sus hijos y les lleva a Cristo, su Hijo. El segundo patrono de vuestro encuentro es Zaqueo, del que os hablé en la Jornada Mundial de la Juventud en Cracovia, animándoos a tener el valor de buscar a Jesús y abrirle las puertas de vuestros corazones. Hoy el Señor Jesús os dirige las palabras que dijo a Zaqueo: “Baja en seguida, porque hoy debo hospedarme en tu casa” (Lc 19,5). Quiere venir a vosotros para enviaros a los hermanos, para que compartáis su amor. Él sabe que no es fácil, y entonces os manda al Espíritu Santo, que os colmará de su fuerza. Pedidle valor. Pedídselo, para que os ayude a derribar los muros que os separan, y os haga capaces de comprenderos unos a otros y construir la unidad de todos los hombres. A todos los reunidos a orillas del Lago de Lednica, junto a las fuentes bautismales de Polonia, encomiendo a María y os bendigo de corazón.
Saludo cordialmente a los fieles de la República Checa, en particular a los participantes en la peregrinación nacional dirigida por el Cardenal Dominik Duka, Arzobispo de Praga, con ocasión del 75° aniversario de la masacre de Lidice, a manos del régimen nazi. Queridos amigos, acudid con confianza a la intercesión de la Virgen Santa, a la que veneráis en la imagen de la Virgen de Lidice. Que Ella os ayude a ser valientes testigos de la Resurrección de Cristo, incluso en los momentos de dificultad o de prueba. ¡Para todos mi Bendición!
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los grupos parroquiales y asociaciones, en particular a los Donantes Voluntarios de la Policía del Estado de Campania y al AICCOS (voluntariado) de Molfetta, así como a los miembros de la General Motors. Que la visita a la Ciudad eterna prepare a cada uno a vivir intensamente la Solemnidad de Pentecostés y el don del Espíritu Consolador sostenga y alimente la virtud de la esperanza.
* * *
Un pensamiento especial para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Queridos jóvenes, poned por encima de todo la búsqueda de Dios y de su amor; queridos enfermos, que el Paráclito os sea de ayuda y consuelo en los momentos de mayor necesidad; y vosotros, queridos recién casados, con la gracia del Espíritu Santo haced cada día más firme y profunda vuestra unión.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
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