El Papa ha explicado que “como a los discípulos de Emaús, él habla a través de las Escrituras, manifestando cómo la verdadera esperanza pasa por el fracaso y el sufrimiento”
Queridos hermanos y hermanas:
La lectura del Evangelio de san Lucas que hemos escuchado nos narra la experiencia de los dos discípulos que, después de la muerte de Jesús en el Calvario, huyen de Jerusalén sin esperanza, desilusionados y llenos de amargura por la derrota del Maestro, hacia la tranquilidad de Emaús.
En ese caminar hacia su aldea, mientras conversan con paso triste y desesperanzado, se les une un desconocido. Los ojos de ellos, velados aún por el fracaso de sus expectativas humanas, no reconocen que es Jesús. El Señor camina con ellos, y aunque conoce el motivo de su desilusión, no se impone, sino pregunta y escucha.
Comienza su «terapia de la esperanza». Les deja el tiempo necesario para que hagan un recorrido interior y lleguen al fondo de su amargura. Y ellos pronuncian aquellas palabras: «Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel», que trasudan tristeza, decepción, derrota, y que son un retrato de la existencia humana que nos es común.
Jesús camina, de manera discreta, junto a todas las personas desalentadas, y logra darles de nuevo la esperanza. Como a los discípulos de Emaús, él habla a través de las Escrituras, manifestando cómo la verdadera esperanza pasa por el fracaso y el sufrimiento. Y al final del camino cumplido en su compañía, Jesús se hace reconocer en la Fracción del pan, gesto fundamental de la Eucaristía, don de su amor total, de donde brota la vida de la Iglesia y del cristiano.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. Hoy quería detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, que recoge el Evangelio de Lucas (cfr. 24,13-35). Imaginemos la escena: dos hombres caminan desilusionados, tristes, convencidos de dejar a sus espaldas la amargura de una aventura acabada mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que aquellos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el pueblo. Jesús, al que habían confiado su vida, parecía finalmente haber llegado a la batalla decisiva: ahora se manifestaría su poder, tras un largo periodo de preparación y de ocultamiento. Eso era lo que ellos esperaban. Y no fue así.
Los dos peregrinos albergaban una esperanza solamente humana, que ahora se hacía añicos. Esa cruz levantada en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían pronosticado. Si de verdad aquel Jesús era según el corazón de Dios, tenían que concluir que Dios estaba inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al mal.
Así, aquella mañana del domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En los ojos llevan aún los acontecimientos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso peso de esos sucesos, durante el forzado descanso del sábado. Esa fiesta de Pascua, que debía entonar el canto de la liberación, se había en cambio vuelto el más doloroso día de su vida. Dejan Jerusalén para irse a otro sitio, a un pueblo tranquilo. Tienen todo el aspecto de personas que intentan quitar un recuerdo que quema. Y así van por la calle, y caminan, tristes. Ese escenario −el camino− ya había sido importante en los relatos de los Evangelios; ahora lo será cada vez más, cuando se comienza a contar la historia de la Iglesia.
El encuentro de Jesús con aquellos dos discípulos parece ser del todo fortuito: se parece a uno de tantos encuentros que suceden en la vida. Los dos discípulos marchan pensativos y un desconocido se les acerca. Es Jesús; pero sus ojos no son capaces de reconocerlo. Y entonces Jesús comienza su “terapia de la esperanza”. Lo que sucede en ese camino es una terapia de la esperanza. ¿Quién la hace? Jesús.
Lo primero, pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios invasivo. Aunque ya conoce el motivo de la desilusión de esos dos, les da tiempo para poder desentrañar en profundidad la amargura que le ha embargado. Y sale una confesión que es un estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos que, pero… Nosotros creíamos que, pero…» (v. 21). ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos hay en la vida de cada persona! En el fondo, todos somos un poco como esos dos discípulos. Cuántas veces en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y luego acabamos por tierra desilusionados. Pero Jesús camina con todas las personas desalentadas que avanzan con la cabeza gacha. Y caminando con ellos, de manera discreta, logra devolverles la esperanza.
Jesús les habla sobre todo a través de las Escrituras. Quien toma el libro de Dios no encontrará historias de heroísmo fácil, fulminantes campañas de conquista. La verdadera esperanza nunca es barata: pasa siempre a través de las derrotas. La esperanza de quien no sufre, quizá ni siquiera sea tal. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a un conquistador que lleva a la victoria a su pueblo ahogando en sangre a sus adversarios. Nuestro Dios es una lucecilla que arde en un día de frío y de viento, y aunque parezca frágil su presencia en este mundo, Él ha ocupado el sitio que todos desdeñamos.
Luego Jesús repite para los dos discípulos el gesto central de cada Eucaristía: toma el pan, lo bendice, lo parte y lo da. En esta serie de gestos, ¿acaso no está toda la historia de Jesús? ¿Y no hay, en cada Eucaristía, también la señal de lo que debe ser la Iglesia? Jesús nos toma, nos bendice, “parte” nuestra vida −porque no hay amor sin sacrificio− y la ofrece a los demás, la ofrece a todos.
Es un encuentro rápido, el de Jesús con los dos discípulos de Emaús. Pero en él está todo el destino de la Iglesia. Nos cuenta que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudadela fortificada, sino que camina en su ambiente más vital, es decir la calle. Y ahí encuentra a las personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces pesadas. La Iglesia escucha las historias de todos, como salen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el fin. Y entonces el corazón de las personas vuelve a arder de esperanza.
Todos, en nuestra vida, hemos tenido momentos difíciles, oscuros; momentos en los que caminábamos tristes, pensativos, sin horizontes, solo veíamos un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos la esperanza, para encendernos el corazón y decir: “Sigue adelante, que yo estoy contigo. Adelante”. El secreto del camino que conduce a Emaús está todo aquí: incluso aunque parezca lo contrario, seguimos siendo amados, y Dios nunca dejará de querernos. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, hasta en los momentos más dolorosos, incluso en los momentos más malos, también en los momentos de la derrota: ahí está el Señor. Y esa es nuestra esperanza. ¡Vayamos adelante con esa esperanza! ¡Porque Él está a nuestro lado y camina con nosotros, siempre!
Me alegra recibir a los peregrinos de lengua francesa, en particular al grupo católico del Palacio de Justicia de París y la comunidad del Arca de Ambleteuse, así como a todos los fieles venido de Bélgica, Francia y de la Isla de Mauricio. En vísperas de la Solemnidad del Ascensión del Señor, estad seguros de que, incluso a través de las aparentes contrariedades, somos siempre amados por Dios y que su amor por nosotros nunca cesa. ¡Que Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los que provienen de Inglaterra, Hong Kong, India, Vietnam, Filipinas, Indonesia, Guam, Zimbabue, Canadá y Estados Unidos de América. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre todos vosotros y vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. Hoy querría saludar especialmente a los peregrinos de Hong Kong en el día de la Virgen de Sheshan. ¡Que el Señor os bendiga!
Una cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua alemana. En particular, a los fieles y a la banda musical de Zams. En el mes de mayo os encomiendo a la Virgen a todos, con vuestros deseos y preocupaciones. Que Dios os bendiga a vosotros y a vuestras familias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que Jesús resucitado nos conceda descubrirlo presente y vivo en su Iglesia donde, saliendo a nuestro encuentro y caminando junto a cada uno, nos conduce con su amor infalible y su presencia vivificante por el camino de la esperanza. Que Dios os bendiga.
Saludo a los peregrinos de lengua portuguesa, invocando para todos los consuelos y las luces del Espíritu de Dios para que, vencidos los pesimismos y las desilusiones de la vida, puedan atravesar, junto a sus seres queridos, el umbral de la esperanza que tenemos en Cristo resucitado. Cuento con vuestras oraciones. Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen de Siria, de Tierra Santa y de Oriente Medio. Tantas personas hoy viven la experiencia de los dos discípulos de Emaús, con el corazón roto a causa de las guerras y las desilusiones: viven la necesidad de hallar a Jesús y de ser hallados por Él. En realidad, solo el Resucitado puede volver a encender en ellos y en la humanidad desilusionada la llama de la esperanza que nunca defrauda. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!
Saludo cordialmente a los polacos que participan en esta Audiencia. Cada hombre, en los momentos difíciles de la vida, se siente perdido y no sabe qué hacer. Necesitamos el apoyo de alguien, una ayuda y un consejo, sobre todo en el campo espiritual. La memoria de la Santísima Virgen María Auxiliadora, que recordamos hoy, nos hace conscientes de la grandeza del don de la protección de la Madre del Hijo de Dios sobre cada uno de nosotros. Encomendamos precisamente a Ella nuestra vida. En las dudas invoquemos a menudo su protección: que María Auxiliadora interceda por nosotros. Sea alabado Jesucristo.
Saludo a los peregrinos ucranianos que han participado en la peregrinación militar internacional a Lourdes, y sigo invocando del Señor la paz para la querida tierra ucraniana.
Dirijo una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a los fieles que vienen de las zonas del terremoto de la Valnerina; a los de Massa di Somma, con ocasión del aniversario de fundación de la Parroquia Santa María Asunta y a los alcaldes del Pinerolese. Saludo a los grupos parroquiales y Asociaciones, en particular a la de los Cantantes líricos. En vísperas de la Solemnidad de la Ascensión del Señor, que esta visita a la Ciudad Eterna pueda volver a encender la fe y suscitar nuevo compromiso en la caridad y en la solidaridad.
* * *
Un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria de María Auxiliadora, auxilio de los cristianos. Queridos jóvenes, aprended a amar en la escuela de la Madre de Jesús; queridos enfermos, en el sufrimiento pedid la celeste intercesión de la Virgen Santa con el rezo del Rosario; y vosotros, queridos recién casados, sabed siempre, como la Virgen, escuchar la voluntad de Dios sobre vuestra familia.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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