En la catequesis de hoy el Santo Padre ha seguido meditando sobre la esperanza cristiana, centrándose esta vez en la figura de María Magdalena como “apóstol de la esperanza”
Queridos hermanos y hermanas:
En este tiempo de Pascua dirigimos nuestra mirada a María Magdalena, la primera persona en encontrarse con Jesús resucitado.
La experiencia de la resurrección que vive María Magdalena es profunda y existencial. Ella se acercó al sepulcro con el corazón colmado de la tristeza y la soledad de quien ha perdido un ser querido, y al llegar allí, el dolor y la desilusión de no encontrar el cuerpo de Jesús le impedían verlo y reconocerlo vivo.
Entonces Jesús, tomando la iniciativa, la llama por su nombre. Ella al sentirse interpelada personalmente, experimenta dentro de sí una felicidad tan profunda que cambiará su existencia y que está destinada también a transformar la existencia de todo hombre y mujer.
Es muy hermoso pensar que la primera aparición de Jesús resucitado se haya producido de un modo tan personal y cercano.
Nuestra vida, tantas veces cargada de esas mismas experiencias de soledad, de vacío y de dolor, se ve transformada por la presencia de Dios, que mucho antes de que nosotros lo busquemos, sale a nuestro encuentro, nos llama por nuestro nombre, y nos dice: Levántate, no llores más, porque he venido a liberarte.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En estas semanas nuestra reflexión se mueve, por así decir, en la órbita del misterio pascual. Hoy encontramos a la que, según los Evangelios, fue la primera en ver a Jesús resucitado: María Magdalena. Había terminado hacía poco el descanso del sábado. El día de la pasión no hubo tiempo para completar los ritos fúnebres; por eso, en aquella alba llena de tristeza, las mujeres van a la tumba de Jesús con los ungüentos perfumados. La primera en llegar es ella: María de Magdala, una de las discípulas que habían acompañado a Jesús desde Galilea, poniéndose al servicio de la Iglesia naciente. En su trayecto hacia el sepulcro se refleja la fidelidad de tantas mujeres que son devotas durante años a ir por las calles de los cementerios, en recuerdo de alguien que ya no está. Los vínculos más auténticos no se rompen ni con la muerte: hay quien sigue queriendo, aunque la persona amada se haya ido para siempre.
El Evangelio (cfr. Jn 20,1-2.11-18) describe a la Magdalena advirtiendo en seguida que no era una mujer de fáciles entusiasmos. En efecto, después de la primera visita al sepulcro, vuelve desilusionada al lugar donde los discípulos se escondían; cuenta que la piedra ha sido removida de la entrada del sepulcro, y su primera hipótesis es la más sencilla que se pueda formular: alguno debe haber trasladado el cuerpo de Jesús. Así que el primer anuncio que María lleva no es el de la resurrección, sino el de un robo que unos desconocidos han perpetrado, mientras toda Jerusalén dormía.
Luego, los Evangelios cuentan un segundo viaje de la Magdalena al sepulcro de Jesús. ¡Era testaruda! Fue, volvió… ¡porque no estaba convencida! Esta vez su paso es lento, pesadísimo. María sufre doblemente: sobre todo por la muerte de Jesús, y luego por la inexplicable desaparición de su cuerpo.
Es mientras está inclinada cerca de la tumba, con los ojos llenos de lágrimas, cuando Dios la sorprende de la manera más inesperada. El evangelista Juan subraya lo persistente de su ceguera: no se da cuenta de la presencia de dos ángeles que le preguntan, y tampoco sospecha viendo al hombre a sus espaldas, que ella cree que es el encargado del jardín. Y sin embargo descubre el acontecimiento más impresionante de la historia humana cuando finalmente es llamada por su nombre: «¡María!» (v. 16).
¡Qué bonito es pensar que la primera aparición del Resucitado −según los Evangelios− haya ocurrido de un modo tan personal! Que hay alguien que nos conoce, que ve nuestro sufrimiento y desilusión, y que se conmueve por nosotros, y nos llama por nuestro nombre. Es una ley que encontramos esculpida en muchas páginas del Evangelio. En torno a Jesús hay tantas personas que buscan a Dios; pero la realidad más prodigiosa es que, mucho antes, es sobre todo Dios el que se preocupa por nuestra vida, que la quiere levantar, y para hacer eso nos llama por el nombre, reconociendo el rostro personal de cada uno. Cada hombre es una historia de amor que Dios escribe en esta tierra. Cada uno de nosotros es una historia de amor de Dios. A cada uno de nosotros Dios nos llama con su propio nombre: nos conoce por el nombre, nos mira, nos espera, nos perdona, tiene paciencia con nosotros. ¿Es verdad o no? Cada uno tiene esa experiencia.
Y Jesús la llama: «¡María!»: la revolución de su vida, la revolución destinada a transformar la existencia de cada hombre y mujer, comienza con un nombre que resuena en el jardín del sepulcro vacío. Los Evangelios nos describen la felicidad de María: la resurrección de Jesús no es una alegría dada con cuentagotas, sino una cascada que abarca toda la vida. La existencia cristiana no está tejida de felicidades suaves, sino de olas que lo arrastran todo. Intentad pensar también vosotros, en este instante, con el bagaje de desilusiones y derrotas que cada uno lleva en el corazón, que hay un Dios cerca de nosotros que nos llama por el nombre y nos dice: “¡Levántate, deja de llorar, porque he venido a liberarte!” Es bonito esto.
Jesús no es uno que se adapta al mundo, tolerando que perduren la muerte, la tristeza, el odio, la destrucción moral de las personas… Nuestro Dios no es inerte, sino que nuestro Dios −me permito la palabra− es un soñador: sueña la transformación del mundo, y la realizó en el misterio de la Resurrección.
María quería seguir abrazada a su Señor, pero Él ya está orientado al Padre celestial, mientras que ella es enviada a llevar el anuncio a los hermanos. Y así aquella mujer, que antes de encontrar a Jesús estaba a merced del maligno (cfr. Lc 8,2), ahora se ha convertido en apóstol de la nueva y más grande esperanza. Que su intercesión nos ayude a vivir también nosotros esa experiencia: en la hora del llanto, y en la hora del abandono, escuchar a Jesús Resucitado que nos llama por el nombre, y con el corazón lleno de alegría ir a anunciar: «¡He visto al Señor!» (v. 18). ¡He cambiado de vida porque he visto al Señor! Ahora soy distinto que antes, soy otra persona. He cambiado porque he visto al Señor. Esa es nuestra fuerza y esa es nuestra esperanza. Gracias.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua francesa, en particular al Colegio de Defensa de la OTAN, al grupo de la Universidad Católica de Lovaina, a la peregrinación diocesana de Gand y a los fieles venidos de Francia, Suiza y Costa de Marfil. Hermanos y hermanas, María Magdalena quería quedarse abrazando al Señor. Pero Él la envía a llevar la buena nueva a los Apóstoles. También nosotros, en la hora del llanto y del abandono, podemos escuchar a Jesús que nos llama por el nombre y nos envía a llevar la buena nueva a nuestros hermanos.
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra, Irlanda, Suazilandia, Hong Kong, Indonesia, India, Filipinas, Vietnam, Canadá y Estados Unidos de América. En la alegría de Cristo Resucitado, invoco sobre todos vosotros y sobre vuestras familias el amor misericordioso de Dios nuestro Padre. ¡Que el Señor os bendiga!
Con cariño saludo a los hermanos y hermanas provenientes de los países de lengua alemana. Dios no nos deja solos en las fatigas y necesidades de la vida. El Señor Resucitado nos llama por el nombre como a la Magdalena y quiere que también nosotros seamos en nuestro mundo mensajeros de la alegría pascual y apóstoles de su esperanza. Que el Espíritu Santo os dé la fuerza de su gracia.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Os animo a perseverar en la oración y en la escucha de la Palabra de Dios, para que en los momentos de dolor y abandono, sintáis cómo Jesús resucitado os llama por vuestro nombre, y salgáis con el corazón lleno de alegría a anunciar a todos la Buena Notica de la Resurrección. Que Dios os bendiga.
Saludo de corazón a todos los peregrinos de lengua portuguesa, particularmente a los brasileños venidos de Bahía, Fortaleza y Brasilia. Queridos amigos, el Señor está siempre junto a nosotros, incluso en los momentos más oscuros de nuestra vida. Dejémonos iluminar por la presencia del Señor Resucitado y seamos sus testigos en el mundo. Que Dios os bendiga.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua árabe, en particular a los que vienen del Líbano, de Jordania y de Oriente Medio. María Magdalena llevó la esperanza de la Resurrección a los discípulos, para que ellos también pudiesen llevar esa Buena Nueva al mundo entero. La Magdalena nos enseña a perseverar en la búsqueda del encuentro con el Resucitado; a no permitir que la amargura de la muerte y del luto apaguen en nosotros el deseo de encontrar a Jesús; y a dejar que su encuentro transforme nuestra tristeza en gozo y a convertirnos en sus testigos. El encuentro con el Resucitado nos resucita y nos ayuda a hacer resucitar a los demás da los sepulcros oscuros de la incredulidad. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja del maligno!
Me alegra recibir a los peregrinos polacos, y en particular a los veteranos del Segundo Cuerpo de la Armada polaca, que han venido a Italia para el aniversario de la batalla de Montecassino. Saludo a todos los combatientes aquí presentes, que en el curso de la II Guerra Mundial habéis luchado por la libertad de vuestro país y de las otras naciones. Que vuestro esfuerzo, el compromiso y el sacrifico de la vida de vuestros compañeros, fructifiquen con la paz en Europa y en todo el mundo. De corazón os bendigo a todos los presentes y a vuestras familias. ¡Sea alabado Jesucristo!
Queridos peregrinos de lengua italiana, bienvenidos. Me alegra recibir a los Misioneros Monfortanos de la Compañía de María, con ocasión del Capítulo General, y a las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento, y les exhorto a renovar la adhesión al respectivo carisma fundacional para trasmitir el amor y la misericordia de Dios en el contexto eclesial actual. Saludo a los sacerdotes docentes de Seminarios Mayores e Institutos Superiores afiliados a la Pontificia Universidad Urbaniana; a los fieles de Andria y Paterno de Avezzano; al personal de la Policía del Estado de la provincia de Ancona; a la Asociación abuelos Felices y al Comité de Víctimas de Rigopiano. Que la visita a las Tumbas de los Apóstoles en el mes mariano aumente en cada uno la devoción a la Madre de Dios, para ser discípulos-misioneros de la alegría pascual de la Resurrección.
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Un saludo especial a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Hoy celebramos la memoria litúrgica de San Pascual Bailón, patrono de las Asociaciones Eucarísticas. Que su amor a la Eucaristía os indique, queridos jóvenes, la importancia de la fe en la presencia real de Jesús. Que el Pan eucarístico os sostenga, queridos enfermos, para afrontar con serenidad la prueba, y que sea el alimento para vosotros, queridos recién casados, en el crecimiento humano y espiritual de vuestra nueva familia.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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