Dos palabras a veces bastan para explicar conceptos muy complejos o muy ricos o muy intensos
Conceptos difíciles de razonar en términos discursivos. Contarle a alguien que no tiene hermanos en qué consiste la fraternidad, por ejemplo. Pueden hacerse una idea, pueden haberla visto en otros, pero en el fondo siempre me queda la duda de si realmente se hacen cargo.
Es una duda tonta, porque a menudo la vida te da los hermanos que no te haya dado la sangre. Pero aun así… Mi hermano me lo ha explicado varias veces con dos palabras. Hace ya muchos años, cuando yo vivía en otra ciudad y le veía poco, me dijo para responder a una pregunta que pretendía ser una broma: «¿Qué puedo hacer con un hermano como este?». Estábamos riendo, pero se puso muy serio y contestó: «Quererle mucho».
La semana pasada volvió a ocurrir. Ahora le veo casi a diario, charlamos, jugamos a la Wii, me pide que le busque cosas en Internet −casi siempre extrañísimas noticias deportivas− o que le vuelva a configurar el móvil. De vez en cuando, solo lo aplasto un poco con la excusa de que padezco hermanitis. El otro día me enfadó por algo que no debía de ser muy grave, porque ya no me acuerdo. Algo que había hecho o algo que no quería hacer. El caso es que discutimos un buen rato en el pasillo, pero viendo que no iba a conseguir nada, le dije: «¿Pues sabes qué? A partir de ahora paso de ti y ya está».
Estaba gesticulando algo agitado. Paró de pronto los brazos y los bajó a los costados, encogió apenas los hombros y levantó la cara para mirarme de frente. Creí que cedía, que lo había convencido. Pero puso la sonrisa de cuando se pilla a alguien en una mentira y te da lástima. Dijo muy seguro: «No puedes».