Parece más que razonable que familia y escuela puedan dedicarse a la formación de nuestros hijos con la mayor complicidad y desde la máxima confianza mutua: compartiendo un mismo proyecto
Estamos en fechas próximas a las matriculaciones escolares.
Oye, sin entrar en si alguno de ellos quiere o no, así, en confianza: ¿a ti te gustaría que Mariano Rajoy eligiera el colegio en el que debes escolarizar a tu hijo? ¿Y te gustaría que quien eligiera el cole de tu hijo fuera Pablo Iglesias?
Dudo mucho que haya un buen número de personas que hayan respondido con dos síes. Y si lo han hecho, a mi entender, se han equivocado. Como han errado quienes hayan contestado con un sí y un no (me da igual el orden).
Creo que los papás y las mamás conocemos a nuestros hijos… un poco mejor que el político de turno. A quien nadie le dio vela no ‘en este entierro’ sino en el bautizo.
Y por ello −y por muchas razones más, algunas de las cuales puedes leer en este reciente artículo que ha escrito un amigo− defiendo que los padres tenemos el derecho (e incluso la responsabilidad) de decidir con información, con la máxima igualdad de oportunidades posible y con libertad, dónde creemos que es mejor escolarizar a nuestros chavales para que nos ayuden a educarlos.
Familia y escuela son dos pilares esenciales en la formación de nuestros hijos. Y parece más que razonable que una y otra puedan dedicarse a ello con la mayor complicidad y desde la máxima confianza mutua: compartiendo un mismo proyecto.
Algo que no necesariamente ocurriría si el chaval va donde va porque lo decrete, ‘por el artículo 33’, el Mariano o Pablo de turno; en fin, cualquier servidor público (que como su propio nombre indica ha venido a servir, más que a mandar).
No me cabe duda de que uno u otro político (nos dieran la razón o no: ahí no voy a entrar) lo entenderían de forma diáfana si a Mariano le dijéramos que ha de escolarizar a su hijo donde lo imponga Pablo; o, al revés, si a Pablo le impusiéramos para sus hijos (si los tuviera, si hubiera más Iglesias −es ‘un suponer’−) el colegio que decidiera Mariano.
Se trata, en fin, de defender la libertad (que no es tal sin igualdad de oportunidades); algo que toda aquella persona, más si cabe si se dice progresista, debería practicar (no basta con predicar).
Y se trata también de aplicar lo de ‘zapatero, a tus zapatos’; o lo de ‘más sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena’… Por no entrar sobre lo que sepa el loco en la ajena.
Cuando, durante la pasada legislatura, tuve el honor de ser consejero de Educación de Navarra insistía una y otra vez a algunas de sus señorías parlamentarias en que los padres eran mayores de edad y responsables −maduritos, vaya− como para que nadie nos empeñásemos en llevarlos de la manita a un cole. Bueno… cuando era político solía ser más contundente y lo que decía es que no nos metiéramos ni en la casa ni en la cama de los papás a indicarles dónde habíamos decidido que escolarizasen a sus chavalines. Más información.
Mira: tan amplio es el respeto que ha de darse a la suprema libertad de las familias, que si alguien, en el ejercicio de aquella, lo que quiere es escolarizar a su hijo donde le mande un político, u otro, u otro más, también eso hay que respetarlo.
Debemos facilitar, sin inmiscuirnos y sin imposiciones, que sean los padres los que puedan escoger su opción en libertad.
Digo esto porque te encuentras por esta piel de toro a más de un representante público −y de dos− que te predican e indican (obviando lo que pienses tú, su representado; seguro que lo hacen por nuestro bien…) dónde debes escolarizar a tus chavales. Aunque, luego, alguno de esos mismos −España es un pañuelo− no se aplican el cuento con sus propios vástagos. Incoherencia en estado puro.
A fin de cuentas, si en ejercicio de esta, la decisión de los padres es acertada y la cosa sale bien (que es lo probable en un ámbito de confianza y complicidad) tendremos ciudadanos satisfechos y felices.
Y si saliera mal (más fácil si acabas teniendo que ir al centro que otro te imponga) ¿a quién vas a reclamar?
Estoy seguro de que ninguno de los dirigentes asumiría en esto lo que afirmaba mi bendita abuela: ‘yo me llamo culpas’. Ni aunque la tuvieran. Más bien, creo que alguno, para entonces, nos diría que ‘a reclamar, al maestro… armero’.
Por cierto, mi abuela también decía −señores políticos− que los consejos, lo mejor en dinero.
Con la de ocasiones, con la de ámbitos en que −ineludiblemente− los políticos tienen la responsabilidad de decidir, de acertar o equivocarse, porfa, no asuman una más: que por otra parte no les compete. Déjennos que, esto, lo hagamos los padres.
Y luego, nosotros (nunca mejor dicho, tratándose de hijos) ‘a lo hecho, pecho’.
Puedes estar de acuerdo y difundir. O no. Puedes no estarlo y discrepar.
Afortunadamente, vivimos en un país libre y, sin por ello considerarnos enemigos, podemos pensar diferente (lo cual es muy enriquecedor). De hecho, hace poco leí que donde todos piensan lo mismo, solo hay uno que piensa…
Y conviene, conviene pensar. Sobre todo, cuando se trata de tus hijos. No hacerlo puede salirte muy caro.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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