Homilía de Jueves Santo del Prelado del Opus Dei
“El perdón, la disculpa, el interés sincero por los demás, los detalles de servicio en la vida cotidiana son muchas oportunidades de hacer vivo y de hacer vida nuestra el mandato del Señor”.
Palabras de Mons. Fernando Ocáriz en la misa in cena Domini, celebrada en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz (Roma), el 13 de abril de 2017.
[En italiano en el original]
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1). Vayamos con la imaginación al Cenáculo de Jerusalén para contemplar la gran prueba de amor que nos da el Señor: la institución de la Eucaristía.
Nuestro Dios es siempre cercano. Pero en la Eucaristía se presenta especialmente cercano a nuestro corazón: con su cuerpo, con su sangre, con su alma, con su divinidad. Jesús nos ha amado “hasta el extremo”. Nadie está excluido de este amor. Para cada uno, el Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre, en todo semejante a nosotros, “excepto en el pecado” (Hb 4, 15). Más aún: ha querido cargar los pecados de todos los hombres, para reparar por ellos y restituirnos la amistad de Dios Padre, convirtiéndonos en hijos de Dios por la potencia del Espíritu Santo.
Podemos preguntarnos: ¿cómo estamos correspondiendo a este amor? En este Jueves Santo pedimos al Señor que nos haga comprender con mayor profundidad el amor de Dios por cada uno de nosotros y el amor con el que debemos corresponder, imitando y uniéndonos a Jesucristo.
[En inglés]
Nuestra correspondencia al amor de Dios tiene muchas manifestaciones. Una de ellas es agradecer tanto cariño preparándonos muy bien para acudir al sacramento de la confesión, para asistir a la santa Misa y recibir la sagrada Comunión. La participación en el Sacrificio Eucarístico no es solo el recuerdo de la entrega del Señor por nosotros; la Misa es mucho más: es la representación sacramental del sacrificio del Calvario, anticipado en la Última Cena. “Haced esto en memoria mía” (Lc 22,19), dijo nuestro Señor cuando instituyó el sacramento.
La Iglesia, fiel a su mandato, hace presente la pasión y la muerte de Cristo, por medio de los sacerdotes, en cada celebración eucarística. San Juan Pablo II escribió que el sacrificio de la Cruz “es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si hubiésemos estado presentes” (Encíclica Ecclesia de Eucharistia, n. 11).
Gracias, Señor, por la Eucaristía. Y gracias por la fe, nuestra fe, en la Eucaristía. Gracias por el sacerdocio, que ha perpetuado este amor tuyo en el tiempo. “Es tanto el Amor de Dios por sus criaturas −exclamó san Josemaría− y habría de ser tanta nuestra correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes” (Forja, n. 438).
[En español]
De la Cruz, de la Eucaristía, proviene la fuerza de la Redención. Ahí se encuentra la fuente de toda gracia, el modelo del amor con que hemos de amarnos unos a otros, la raíz de la eficacia apostólica. En la Última Cena Jesús nos dio este mandato expreso: “Que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12). Y para que quedase bien grabado en la memoria de sus discípulos y en la de cada uno de nosotros, lavó los pies a los apóstoles.
San Juan, en su primera epístola, escribe: “En esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn 3,16). ¿Cómo lo haremos? Hay muchas formas de poner en práctica el mandamiento nuevo del Señor. San Josemaría nos da este consejo: “Más que en dar, la caridad está en comprender” (Camino, n. 463).
El perdón, la disculpa, el interés sincero por los demás, los detalles de servicio en la vida cotidiana −en la familia, en la universidad, en el lugar de trabajo, en los ratos de descanso, etc.− son muchas oportunidades de hacer vivo y de hacer vida nuestra el mandato del Señor.
[En francés]
Durante la Última Cena, Jesús pidió al Padre por la unidad de aquellos que serían llamados a ser sus discípulos a lo largo de los siglos. “Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn 17,21).
Imitaremos el ejemplo de Dios si nos empeñamos por reforzar la unidad entre nosotros, en la Iglesia, y en la medida de nuestras posibilidades, entre los creyentes. La vocación del cristiano, plenamente vivida, acercará a Jesús a nuestros amigos, de nuestros colegas, se encuentren ya cerca del Señor o no lo estén todavía.
“Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Participar en la unión de las personas de la Santísima Trinidad: es éste un objetivo muy elevado. Pero esta participación el Señor nos la concede de manera eminente a través del don de la Eucaristía, sacramento de la fe y del amor. Que Santa María, Madre del Amor Hermoso, nos obtenga por su mediación maternal, la gracia de una fe más intensa en el amor de Dios por nosotros y una caridad más grande hacia los demás.
Que así sea.
Fuente: opusdei.es.
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