Francisco previene a los jóvenes señalando la diferencia entre pasado e historia
Al leer el mensaje del papa para la próxima jornada de la juventud, que se celebrará el domingo de Ramos en Roma, he recordado mi primera lectura de santo Tomás de Aquino, a raíz de un seminario en el Colegio Mayor Aralar de Pamplona sobre las pasiones humanas en el pensamiento medieval. A mitad de mi carrera de Derecho, tuve el primer contacto con la Suma Teológica. No encontré los tópicos sobre el escolasticismo. Al contrario, me gustó el método de las cuestiones (es decir, interrogantes), para desarrollar los temas. Cada artículo se dividía en una colección de preguntas, con respuestas a favor y en contra. El autor optaba luego por uno de los dos criterios, lo explicaba, y contestaba uno a uno los argumentos diversos.
Se me quedó grabado el enfoque en el trato de la pasión de la esperanza, en su peculiar análisis de si era más propia de jóvenes o ancianos. En el fondo, dilucidaba la influencia de la experiencia humana ante los bienes arduos o difíciles.
Justamente porque los jóvenes carecen de experiencia, pueden ver como posible alcanzar lo aparentemente imposible. Al contrario del anciano, que considera ya imposible lo que en su día juzgó hacedero. Matiza santo Tomas que, en la práctica, la experiencia no sólo produce ciencia, sino también cierto hábito −en el sentido de acostumbramiento− que hace más fácil las decisiones y comportamientos. Así, la experiencia facilitaría la esperanza. Aunque muchas veces prevalece en los viejos la falta de esperanza, en cuanto contemplan un futuro lleno de imposibles y piensan que las cosas tienden a ir a peor.
El ánimo de los jóvenes es fácilmente mudable y comporta cierta debilidad, que originaría más bien desesperanza. Pero aquí Tomás aduce la autoridad de Aristóteles: la juventud sería causa de esperanza, por tres razones, tomadas de las tres condiciones del bien que es objeto de la esperanza, que es futuro, arduo y posible. En efecto, los jóvenes tienen mucho futuro y poco pasado. Y, por tanto, como la memoria es de lo pasado, y la esperanza, de lo futuro, tienen pocos recuerdos, pero viven mucho de la esperanza. De otra parte, su vitalidad les ensancha el corazón: son animosos, también porque no han sufrido reveses ni han experimentado obstáculos. La falta de experiencia invita al optimismo. Pueden ser más fuertes y poderosos justamente porque ignoran sus defectos.
Para la casi inmediata jornada de la juventud en Roma −centrada en Lc 1, 49: «El Todopoderoso ha hecho cosas grandes en mí»−, Francisco confía un neto deseo: «que vosotros, jóvenes, caminéis no sólo haciendo memoria del pasado, sino también con valentía en el presente y esperanza en el futuro» actitudes, añade, «siempre presentes en la joven Mujer de Nazaret».
Ciertamente, todos repensamos a lo largo del camino cristiano «los hechos de la vida, y podemos penetrar en su significado y profundizar nuestra vocación, que se revela en el encuentro con Dios y en el servicio a los demás». Buen ejemplo da María, según relata san Lucas: «después de haber recibido el anuncio del ángel y haber respondido con su “sí” a la llamada para ser madre del Salvador, María se levanta y va de prisa a visitar a su prima Isabel, que está en el sexto mes de embarazo».
Pero las llamadas de Dios no dependen de un pasado, más bien corto en los jóvenes. Por eso, cuando Dios toca su corazón «se vuelven capaces de grandes obras»: «Cuando el Señor nos llama no se fija en lo que somos, en lo que hemos hecho. Al contrario, en el momento en que nos llama, él está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de ofrecer. Como la joven María, podéis hacer que vuestra vida se convierta en un instrumento para mejorar el mundo. Jesús os llama a dejar vuestra huella en la vida, una huella que marque la historia, vuestra historia y la historia de muchos».
Y esto no significa estar desconectado de lo ya vivido. «A algunos, heridos por las circunstancias de la vida, les gustaría “reiniciar” su pasado, ejercer el derecho al olvido. Pero me gustaría recordaros que no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro. La perla nace de una herida en la ostra. Jesús, con su amor, puede sanar nuestros corazones, transformando nuestras heridas en auténticas perlas. Como decía san Pablo, el Señor muestra su fuerza a través de nuestra debilidad (cf. 2 Co 12,9)».
Francisco, en fin, previene a los jóvenes señalando la diferencia entre pasado e historia. En Redes y medios audiovisuales, hay muchas fotos y abundantes noticias, pero no necesariamente experiencias con finalidad y sentido. «Los programas en la televisión están llenos de los así llamados “reality show”, pero no son historias reales, son sólo minutos que corren delante de una cámara, en los que los personajes viven al día, sin un proyecto. No os dejéis engañar por esa falsa imagen de la realidad. Sed protagonistas de vuestra historia, decidid vuestro futuro».