¿Pero qué serían el progreso y la lucha por la justicia sin la práctica de la caridad?
Las innumerables obras presentes en todo el mundo, en el surco trazado por la Madre Teresa, siguen permitiendo a millones de personas afrontar la existencia y también la muerte con un respeto total a su dignidad humana.
Esta reflexión, oportunamente formulada por el presidente de la Fundación para la Subsidiariedad, da cuenta de la actualidad de la figura de Santa Teresa de Calcuta −canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre pasado, en Plaza San Pedro−, en un contexto cultural contemporáneo que mediáticamente se contrapone a su inolvidable y asombrosa figura.
La reciente canonización de la Madre Teresa, lejos de ser un hecho que solo interese a los creyentes, representa por el contrario, si nos fijamos atentamente, un desafío a muchos de los lugares comunes típicos de la mentalidad dominante a nivel global. Lo hemos visto las semanas pasadas, por lo que vale la pena hacer ciertas reflexiones al respecto. En medio de un gran consenso y de la asombrada admiración de los que hemos sido testigos de su vida, medios influyentes en distintas partes del mundo han sacado material de sus archivos para publicar artículos y supuestas investigaciones, todos ellos con un denominador común: denunciar que la Madre Teresa “no era precisamente una santa”.
Ha vuelto a la primera plana el libro del desaparecido Christopher Hitchens, “The missionary position”, publicado originalmente en 1995, donde entre otras cosas afirma que esta monja solía utilizar el dinero obtenido con fines de beneficencia, para abrir conventos en vez de hospitales, propagando el «no al aborto», a las relaciones prematrimoniales y al uso de los preservativos, moviéndose así como un instrumento al servicio del poder político y teológico de la Iglesia Católica.
Otros artículos denuncian la precariedad de sus estructuras, su falta de condiciones higiénicas y médicas fundamentales, en una perspectiva según la cual se habría exaltado el sufrimiento en lugar de combatirlo.
Lo primero que habría que decir, ante esta obcecación en no entender el significado real de la misión de la Madre Teresa, es la actualidad que cobran las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, es decir, que “la caridad siempre será necesaria”. Frase que contrasta frontalmente con aquella que tanto gustaba a las ideologías de los siglos XIX y XX, al liberalismo y al comunismo: “No hace falta caridad, sino justicia”.
Por un lado, se despreciaba la caridad que estaba en la raíz del magisterio de la Iglesia, porque se afirmaba que solo el progreso económico podía emancipar a la humanidad del hambre, de la enfermedad y el subdesarrollo. Por otro, se consideraba hipócrita o incluso dañino ayudar a los hombres en sus necesidades inmediatas, porque distraía del intento de construir estructuras más justas y duraderas para todos.
Entendámonos. No es que reclamar progreso y justicia social sea un error. Pensemos tan solo en la encíclica Populorum progressio de Pablo VI: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”; o en los continuos llamados de los pontífices, sobre todo del Papa Francisco, para que las estructuras económicas, sociales y políticas no opriman al pobre, al débil, al enfermo, al marginado. ¿Pero qué serían el progreso y la lucha por la justicia sin la práctica de la caridad? Las innumerables obras presentes en todo el mundo, en el surco trazado por la Madre Teresa, siguen permitiendo a millones de personas afrontar la existencia y también la muerte con un respeto total a su dignidad humana.
Si los hubieran dejado donde estaban, esperando el progreso y la justicia social, estas personas habrían vivido y muerto como animales. Nunca existirá un régimen político capaz de eliminar del todo la pobreza, siempre habrá entre nosotros gente a la que ayudar. Del mismo modo, la Madre Teresa nunca pretendió resolver todos los males del mundo y era bien consciente de sus propias limitaciones. Pero no por ello se quedó mirando, fue personalmente hasta allí, a las calles, en medio de los moribundos, ofreciéndose a cuidar a niños que de otro modo habrían sido abortados. En una palabra, compartía el dolor de cualquiera, acogiendo y promoviendo la vida. La caridad abate así todas las doctrinas económicas y políticas, porque es en sí misma un gesto real e inmediato.
Si no se vive la caridad, si no se siente y atiende a la gente en torno, el pregón del progreso termina siendo una trampa mortal. Tenemos ante nuestros ojos, aunque finjamos no ver, las consecuencias del neocolonialismo económico que desata la “tercera guerra mundial por etapas”: muros para mantener lejos a los que huyen de la violencia y de la pobreza, élites de unos pocos ricos cada vez más ricos, fracaso estrepitoso de utopías como la que ha convertido a Venezuela, antaño una de las naciones más ricas de América del Sur, en un país devastado por el hambre y la pobreza.
Sin caridad, todo proyecto político acaba volviéndose contra la gente, no a favor de la gente.
El ejemplo de la Madre Teresa representa por último otro desafío aún más radical. Hay una mentalidad, sufragada también por un cierto moralismo católico, que cree que ocuparse de los demás es un problema ético: tenemos que hacer el bien porque es justo ser buenos. Pero eso no basta para explicar el compromiso heroico de las hermanas de la Madre Teresa, un compromiso capaz de tratar a los últimos de los últimos con un afecto absoluto. ¿Cómo se puede amar así?
Hace unos años, un conocido periodista, después de asistir a un encuentro público con la Madre Teresa, impresionado por lo que acababa de escuchar, se le acercó y le preguntó a contrapelo: “¿Pero qué le llevó a poner en pie todo lo que ha hecho?” Cuenta el periodista que la pequeña monja le miró un poco molesta y respondió, señalando a la gente que estaba allí presente: “Para mí, todas las personas son la sombra de Jesús”. Una respuesta no solo comprensible para los católicos y cristianos de otras confesiones, sino también para los musulmanes, los hindúes, los ateos. El otro es un bien para mí: es un Misterio siempre grande, siempre hermoso, sea cual sea el cuerpo que lo porte, sea cual sea la incoherencia con la que vivamos. Porque es reflejo de ese Infinito del que todos los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas tienen necesidad para poder vivir, amar y ser felices. La caridad ayuda a vivir esa correspondencia con el corazón que todos deseamos. En un momento histórico en que se teoriza la imposibilidad de una convivencia entre culturas y religiones diferentes, la Madre Teresa nos reta a vivir la caridad como única posibilidad de una verdadera convivencia y por tanto de paz, porque la caridad no es una doctrina, sino el inicio de una nueva civilización.
Giorgio Vittadini
Fuente: humanitas.cl (publicado originalmente por ilsussidiario.net).
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