Desde el siglo pasado, el ecumenismo intenta aliviar el desencuentro entre cristianos, un empeño que por parte católica recibió su gran impulso con el concilio Vaticano II
El cristianismo ha dejado de ser el eje central que vertebraba la historia en el mundo occidental, pero continúa proyectando un impacto de dimensiones globales. Hay en el mundo 2.200 millones de cristianos de varias confesiones (católicos, protestantes, ortodoxos, evangélicos), que en algunos países se encuentran en minoría y en condiciones adversas, persecución incluida, mientras en otros lugares −sobre todo en antiguas tierras de cristiandad, como Europa−, son millones de fieles, que se sienten a veces cercados por la secularización.
En buena medida, los grandes problemas y desafíos de los cristianos del siglo XXI −sea cual sea su confesión− se dan en esos dos escenarios, que reclaman a gritos unidad.
Por eso sorprende que a algunos católicos les haya incomodado la visita del papa Francisco en noviembre de 2016 a Lund (Suecia) con motivo del inicio del año conmemorativo del quinto centenario de la Reforma protestante, que culminará el 31 de octubre de 2017.
En esa misma fecha de 1517, el entonces agustino Martín Lutero hizo públicas en Wittenberg (Alemania) sus 95 tesis contra la venta de indulgencias y la corrupción en la Roma papal. Su acto provocó un vendaval de ideas que abonaron el ingreso de Europa en la modernidad, aunque en el camino desataron mucha violencia −las llamadas guerras de religión de los siglos XVI y XVII, en realidad un tablero de intereses políticos−; y condujeron a una nueva división en la cristiandad, después del cisma de Oriente que en 1054 separó a católicos y ortodoxos.
La Iglesia católica reaccionó a la Reforma luterana con la Contrarreforma, un programa de acción cuyas sombras (Inquisición, censura) tienden a opacar, a ojos contemporáneos, sus luces (santa Teresa de Jesús, nuevas órdenes femeninas y masculinas).
La pugna político-religiosa entre protestantes y católicos alimentó durante siglos una brutal hostilidad mutua, preñada de prejuicios cruzados, que ahora se nos antoja tan antañona como intolerable, al tratarse en ambos casos de seguidores devotos de Jesucristo.
Desde el siglo pasado, el ecumenismo intenta aliviar el desencuentro entre cristianos, un empeño que por parte católica recibió su gran impulso con el concilio Vaticano II.
En el caso concreto de la relación entre luteranos y católicos, el vuelco llegó con la declaración conjunta de 1999 sobre la doctrina de la justificación por la fe, que aclaraba las posturas respectivas y señalaba los puntos comunes.
Claro está que hay diferencias radicales entre las teologías católica y luterana, como el culto católico a los santos; el concepto luterano de sacramento, restringido a bautismo y eucaristía; el matrimonio de los pastores luteranos frente al celibato sacerdotal católico; o la existencia de pastoras, con acceso al rango episcopal. Es este el caso de la anfitriona del Papa en Lund, Antje Jackelén, arzobispa de Uppsala y primada de la Iglesia luterana de Suecia.
“La unidad entre los cristianos es una prioridad, porque reconocemos que entre nosotros es mucho más lo que nos une que lo que nos separa”, fue el mensaje claro de Francisco en Suecia, así sintetizado en la cuenta papal de Twitter en español.
Las comisiones teológicas de estudio son importantes y necesarias −ahí está el documento conjunto de 2013 Del conflicto a la comunión−, pero las buenas obras compartidas unen en lo cotidiano a los cristianos concretos.
En la cita sueca, la asistencia a refugiados, inmigrantes y pobres se fijó como tarea cristiana común; y Caritas Internationalis y el organismo benéfico equivalente en la Federación Luterana Mundial firmaron un acuerdo de cooperación.
Francisco está transitando el camino ecuménico iniciado por sus predecesores. Su inmediato antecesor, Benedicto XVI, prometió en su primera misa como papa “trabajar sin ahorro de energías por la reconstitución de la plena y visible unidad de todos los seguidores de Cristo”. Que indicara el ecumenismo como prioridad de su pontificado sorprendió a quienes estábamos ese 20 de abril de 2005 en la basílica de San Pedro de Roma, esperando del hasta entonces cardenal Ratzinger un plan de hierro contra el relativismo. Pero dedicó su homilía a la unidad de los cristianos.
Los signos de los tiempos convierten ahora en anacrónico que protestantes, católicos y ortodoxos no colaboren al máximo en la tarea de mejorar el mundo en espera de la unidad.
Barcelona se ha distinguido en los esfuerzos amistosos: ha acogido tres veces la plegaria ecuménica de Taizé (1979, 1985 y 2000), y en dos ocasiones el encuentro interreligioso por la paz de la Comunidad de San Egidio (2001 y 2010). Las Iglesias cristianas están formalmente separadas, pero nada impide que sus fieles oren y laboren juntos de modo ecuménico, y que por supuesto se abracen.
María-Paz López, en lavanguardia.com.
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