El Cardenal Secretario de Estado vaticano reflexiona volviendo la memoria a aquél 13 de marzo de 2013
Se celebra hoy el cuarto aniversario de la elección del Papa Francisco. Cuatro años vividos con gran intensidad por el Pastor venido “casi del fin del mundo” que está realizando una obra de profunda renovación de la Iglesia. También este cuarto año ha sido denso de momentos y documentos magisteriales. Ha sido el año de Amoris Laetitia y del histórico abrazo con el Patriarca Kirill en Cuba, el año de la JMJ de Cracovia y de la visita a Auschwitz, de la canonización de Madre Teresa y del viaje ecuménico a Lund en los 500 años de la reforma de Lutero. Une todos estos puntos, el hilo de la misericordia −arquitrabe del Pontificado− que tuvo su culmen en el Jubileo extraordinario.
Para una reflexión sobre los temas fuertes de estos primeros cuatro años de Pontificado y sobre el horizonte que el Papa Francisco está abriendo en la vida de la Iglesia, el cardenal Pietro Parolin ha concedido una entrevista exclusiva a Radio Vaticana–Secretaría de Comunicación.
Al micrófono de Alessandro Gisotti, el Secretario de Estado mueve su reflexión volviendo con la memoria a aquel 13 de marzo de 2013 cuando el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio fue elegido Papa, el primero en la historia de la Iglesia con el nombre de Francisco.
Aquel día, el 13 de marzo, yo no estaba en Roma, estaba aún en Caracas (como nuncio en Venezuela). Así que la noticia nos llegó a mediodía, mientras que aquí en Roma ya era de noche. Obviamente, lo primero que sentí fue una gran sorpresa por ese nombre, por la elección del cardenal Bergoglio, del que había oído hablar pero que no se preveía en aquel momento que fuera el nuevo Papa, al menos la prensa no lo presentaba entre los “papables”. Por tanto, una gran sorpresa y una sorpresa también por el nombre, ese nombre “Francisco” que no estaba en la serie de los Papas y que, me parece a mí, enseguida significó un poco las que serían las características del nuevo Pontífice.
Luego, en su discurso, hecho con tanta sencillez, con tanta paz, con tanta serenidad, me llamo la atención sobre todo esa confianza recíproca, el hecho de que él se encomendó al pueblo y pidió la oración del pueblo para que Dios lo bendijese, el “pueblo santo de Dios”, como le gusta decir al Papa Francisco. Por otra parte, es la confianza también del pastor al pueblo, del pueblo al pastor y todos juntos encomendarse a Dios. De ahí salió esa imagen de Iglesia como un caminar juntos, pastor y pueblo, con confianza y encomendándose todos a la oración y, por tanto, a la gracia y a la misericordia del Señor.
El Santo Padre, desde sus primeras intervenciones públicas, puso el acento precisamente en la necesidad de ser “Iglesia en salida”, Iglesia en camino. ¿Se está afirmando a diversos niveles de la Iglesia ese estilo sinodal, esa visión que preocupa tanto al Papa?
Evidentemente es un camino largo, un camino progresivo, un camino que, podemos decir, comenzó con el Concilio Vaticano II, del que el Papa Francisco quiere ser quien lo continúe en su aplicación en la vida de la Iglesia. Me parece importante esta Iglesia en camino, esta Iglesia que se abre: una Iglesia que se abre sobre todo al Señor, una Iglesia en salida hacia su Señor, hacia Jesucristo. Y precisamente porque la Iglesia está en salida hacia Jesucristo también logra acompañar a la gente, encontrar a la gente, acompañar a la gente en su realidad de cada día. Esto me parece muy importante y me parece que ese camino debemos hacerlo juntos. ¡Eso es la sinodalidad! La Iglesia en camino debe hacerse juntos, pero bajo la guía del Espíritu Santo. Así pues, una Iglesia que está reunida por el Espíritu donde cada uno está atento a la voz del Espíritu y donde cada uno pone en común también los dones que el Espíritu Santo le da para la realización de esa misión.
El Jubileo de la Misericordia se terminó, pero la misericordia sigue siendo el dintel de este Pontificado, como nos recuerda también el lema episcopal de Jorge Mario Bergoglio. ¿Dónde ve los frutos más fecundos de este continuo reclamo del Santo Padre a la dimensión de la misericordia, de la ternura de Dios?
Me gustaría decir que esa insistencia en la misericordia no es tanto un gusto personal del Papa sino más propiamente el centrar la atención sobre el Misterio fundamental que es el del amor de Dios. La historia de la Salvación no es otra que la historia de la revelación del amor, de la misericordia y de la ternura de Dios con la humanidad. Y el Papa precisamente nos ha reclamado a ese centro, a esa fuente. Creo que el esfuerzo de la Iglesia debe ser el de ser vehículo, hacerse canal de ese encuentro entre la misericordia de Dios y el hombre de hoy en su realidad concreta, en sus alegrías y en sus dolores, en sus seguridades y también en sus debilidades y en sus dudas. l Año Santo de la Misericordia ha sido una oferta que el Papa ha dado a la Iglesia para que fuese ese instrumento de misericordia. Justamente, como él ha dicho, ¡se cierra la Puerta Santa, pero la puerta de la misericordia sigue siempre abierta!
Respecto a los frutos querría subrayar dos cosas. La primera es, por parte de muchos cristianos, de muchos bautizados, volver a descubrir la Confesión como Sacramento de la misericordia de Dios, donde el Señor Jesús nos hace experimentar la misericordia del Padre, el perdón de los pecados y todo su amor por nosotros. He oído desde muchos sitios que ha habido un despertar de este Sacramento y tantas personas se han acercado. Esperamos que este despertar continúe y se traduzca de verdad en una renovada frecuencia al Sacramento de la Reconciliación.
La segunda es la atención a las situaciones de pobreza, de indigencia. El Papa nos ha mostrado, sobre todo con gestos, ese ejercicio de la misericordia que, entre otras cosas, es también una de las peticiones que se nos hace insistentemente en Cuaresma: la conversión nace precisamente del ejercicio de las obras de caridad fraterna. Y, por tanto, esa renovada atención a las personas que se hallan en dificultad, a los pobres, a los marginados, a los que necesitan ayuda y cercanía. Me parece que han sido muchas las iniciativas. Creo que también esa sea una dimensión en la que habrá que seguir insistiendo.
En el cuarto año de Pontificado, en particular con la publicación de la Exhortación post-sinodal Amoris laetitia han surgido, en ámbito católico, también críticas, incomprensiones, podríamos decir, respecto al Magisterio del Papa Francisco. ¿Qué lectura se puede hacer?
Diría en primer lugar que se mire Amoris laetitia como un gran regalo que se nos ha hecho. El Papa, me acuerdo desde el comienzo, antes de empezar el primer Sínodo de la familia, decía: “Este Sínodo tendrá que hacer brillar el Evangelio de la familia”. Y el Evangelio de la familia quiere decir por una parte el plan de Dios sobre la familia, ese plan que Dios había concebido desde toda la eternidad sobre la familia y al mismo tiempo también las condiciones reales en que esa familia vive: una familia marcada por el pecado original, como toda la realidad humana.
Por tanto, creo que Amoris laetitia ha dado un gran impulso, está dando un gran impulso, como oigo también a tantas personas, en la pastoral familiar. Está verdaderamente produciendo frutos de renovación y acompañamiento de las situaciones familiares que se encuentran en la fragilidad. Por cuanto respecta a las críticas… ¡Bueno, críticas en la Iglesia siempre las ha habido! No es la primera vez que sucede. Creo que el mismo Papa nos ha dado la clave para leerlas: es decir, deber ser críticas sinceras, que quieran construir y entonces sirven para progresar, sirven incluso para encontrar juntos la manera de conocer cada vez mejor la voluntad de Dios y de aplicarla.
El Papa Francisco está llevando a cabo también una profunda reforma de la Curia. A menudo subraya además que todos necesitamos una reforma, si queremos también mucho más importante, “la reforma del corazón”. Y en Evangelii gaudium invoca “una reforma de la Iglesia misionera en salida”. ¿Por qué este proceso de reforma es tan importante para este Pontífice que lo recuerda constantemente en tantos ámbitos?
En la historia −y el Concilio también lo recogió−, ¡la Iglesia es semper reformanda! Es una dimensión fundamental de la Iglesia estar en proceso de reforma, de “conversión”, por usar el término evangélico. Y es justo que sea así, es necesario que sea así. El Papa nos lo recuerda con insistencia para que la Iglesia sea cada vez más ella misma, sea cada vez más auténtica, que quite esas incrustaciones que se van acumulando en el camino de la historia y brille de verdad como una transparencia del Evangelio. Diría que ese es fundamentalmente el sentido de la reforma, y por eso el Papa insiste en la “reforma del corazón”.
Toda reforma, incluso estructural, que se necesite −a nivel de la Curia romana ya se han tomado varias decisiones, el Papa las recordaba en el último discurso a la Curia romana, que están llevando a transformaciones, a una renovación− parte del corazón, todo parte de dentro. Y, justamente, el Papa insiste en eso. Quisiera decir, es importante, como lo dice él, insistiendo en la “reforma del corazón”: no son los criterios funcionales los que deben guiar esta reforma sino, más profundamente, los criterios de una auténtica vuelta a Dios y una auténtica manifestación de la verdadera naturaleza de la Iglesia.
Por último, eminencia, usted es el más estrecho colaborador del Santo Padre. ¿Qué le está dando personalmente, más como cristiano que como Secretario de Estado, estar junto al Papa Francisco en estos años?
¡Verdaderamente doy gracias al Señor! Lo que me impresiona del Papa Francisco es esa lectura suya de fe de las cosas, de las situaciones, de donde nace, diría, una gran serenidad de fondo. Lo ha dicho él muchas veces, pero lo experimento en el contacto con él: esa serenidad de fondo por la que ante situaciones, incluso las más difíciles, las más complicadas −hay tantas que son motivo de preocupación, de inquietud−, esa capacidad de mirar con serenidad las cosas, de saber que las cosas están en manos de Dios y, por tanto, seguir adelante con fuerza, con valentía. Yo diría que eso me ayuda mucho también en el ejercicio de mis responsabilidades y de mi tarea.
Entrevista de Alessandro Gisotti, en radiovaticana.va.
Traducción de Luis Montoya.
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