El Papa visitó este domingo una iglesia de Roma, y antes de celebrar la Misa se detuvo para confesar a varias personas
La visita duró cuatro horas y además de la Misa, el Papa tuvo un largo y divertido diálogo con los niños que estudian el catequismo en el que les enseñó a no discutir, a reconciliarse cuando se enfadan y a escuchar a sus amigos.
El Papa no llevaba una homilía escrita, pero hizo una profunda meditación sobre el episodio de la Transfiguración de Jesús que narraba el Evangelio del día.
Dos veces se hace referencia, en este pasaje del Evangelio (cfr. Mt 17,1-9), a la belleza de Jesús, de Jesús-Dios, de Jesús luminoso, de Jesús lleno de alegría y de vida. Primero, en la visión: “Y se transfiguró”. Se transfigura ante los discípulos: “su rostro brilló como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Jesús se transforma, se transfigura. La segunda vez, mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó que no hablasen de esta visión hasta que Él resucitase de la muerte, o sea que en la resurrección Jesús tendrá −había tenido, pero en aquel momento aún no había resucitado− el mismo rostro luminoso, brillante, ¡será así! Pero, ¿qué quería decir? Que entre esta transfiguración, tan bella, y la resurrección, habrá otro rostro de Jesús: tendrá un rostro no tan bello; tendrá un rostro feo, desfigurado, torturado, despreciado, ensangrentado por la corona de espinas… Todo el cuerpo de Jesús será precisamente como algo que descartar.
Dos transfiguraciones y en medio Jesús Crucificado, la cruz. ¡Debemos mirar mucho la cruz! Es Jesús-Dios −“este es mi Hijo”, “¡este es mi Hijo el amado!”−, Jesús, el Hijo de Dios, Dios mismo, en el que el Padre se complace: ¡Él se anonadó para salvarnos! Y por usar una palabra demasiado fuerte, muy fuerte, quizá una de las palabras más fuertes del Nuevo Testamento, una palabra que usa Pablo: se hizo pecado (cfr. 2Cor 5,21). El pecado es lo más feo; el pecado es la ofensa a Dios, la bofetada a Dios, es decir a Dios: “Tú no me importas, yo prefiero esto…”. Y Jesús se hizo pecado, se anonadó, se abajó hasta allí… Y para preparar a los discípulos a no escandalizarse de verlo así, en la cruz, hizo esta transfiguración.
Estamos acostumbrados a hablar de los pecados: cuando nos confesamos −“he cometido este pecado, he hecho este otro…”−; y también en la Confesión, cuando somos perdonados, oímos que somos perdonados porque Él cargó con ese pecado en la Pasión: Él se hizo pecado. Y estamos habituados a hablar de los pecados ajenos. Es algo feo… En vez de hablar de los pecados ajenos, no digo que nos hagamos pecado nosotros, porque no podemos, pero sí mirar nuestros pecados y a Él, que se hizo pecado.
Ese es el camino a la Pascua, a la Resurrección: con la seguridad de esta transfiguración seguir adelante; ver ese rostro tan luminoso, tan bello que será el mismo en la Resurrección y el mismo que encontraremos en el Cielo, y ver también ese otro rostro que se hizo pecado, y pagó así, para todos nosotros. Jesús se hizo pecado, se hizo maldición de Dios por nosotros: el Hijo bendito, en la Pasión se hizo el maldito porque tomó sobre sí nuestros pecados (cfr. Gal 3,10-14). Pensemos en esto. ¡Cuánto amor! ¡Cuánto amor! Y pensemos también en la belleza del rostro transfigurado de Jesús que encontraremos en el Cielo.
Y que esta contemplación de los dos rostros de Jesús −el transfigurado y el hecho pecado, hecho maldición− nos anime a seguir adelante en el camino de la vida, en el camino de la vida cristiana. Que nos anime a pedir perdón por nuestros pecados, a no pecar tanto... Que nos anime sobre todo a tener confianza, porque si Él se hizo pecado es porque cargó sobre sí los nuestros. Y está dispuesto siempre a perdonarnos. Solamente tenemos que pedirlo.
Elisabetta: Me llamo Elisabetta. Querido Papa Francisco, ¿cuándo comenzó tu primer encuentro con Jesús?
Patrizio: Me llamo Patrizio. Querido Papa Francisco, ¿estás contento de ser Papa? ¿O habrías preferido ser un simple sacerdote en una pequeña parroquia?
Sara: Me llamo Sara. Querido Papa Francisco, ¿hay algo que te asuste o te dé miedo?
Edoardo: Me llamo Edoardo. Querido Papa Francisco, ¿cuáles han sido los momentos más hermosos de tu vida?
Párroco: Esta es una del grupo de adolescentes, post-confirmación.
Camilla: Me llamo Camilla. Querido Papa, nos damos cuenta de que a veces usamos demasiado el smartphone o estamos siempre ante la televisión. También nos gusta salir con los amigos, pero a veces no logramos escuchar a los demás ni escucharnos a nosotros. ¿Cómo podemos resolver este problema?
Papa: La primera pregunta era: ¿cuándo te has acercado a Jesús? Era esa, ¿verdad? Yo haré a cambio una pregunta: ¿por qué cada vez que tú te acercas a Jesús, te das cuenta de que Él se ha acercado antes? Si podemos acercarnos a Jesús, es porque Él se acercó antes. Él siempre da el primer paso. ¿Entendéis esto? ¿Jesús rechaza estar con nosotros? Os lo pregunto a vosotros…
Niños: ¡No!
Papa: Eso es. ¿Jesús nos espera? ¿Nos espera o no nos espera?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Pero nos espera así, o hace otra cosa? [Uno dice: “Viene a nuestro encuentro”] ¡Viene a nuestro encuentro! ¡Bien dicho! ¿Quién ha dicho eso? ¡Qué bueno eres! ¡Bravo! Jesús siempre viene a nuestro encuentro. Y si ves venir a Jesús por esa parte, y te haces un poco el loco y miras a otra parte, ¿Jesús se va?
Niños: ¡No! ¡Te ayuda!
Papa: ¡Fuerte!
Niños: ¡No!
Papa: Tú, ¿qué hace Jesús? Lo has dicho bien…
Niño: ¡Te ayuda!
Papa: ¿Te coge de la oreja y te hace así?
Niños: ¡No! Te hace entender en qué te has equivocado.
Papa: Muy bien. Te habla al corazón, te hace entender qué es el amor. Y si tú no quieres oírlo, ¿qué hace? ¿Se va?
Niños: No.
Papa: Se queda. Se queda ahí. Tiene paciencia. Jesús espera siempre. Y esa es la respuesta a tu pregunta. Nos acercamos a Jesús, pero descubrimos que Él se ha acercado antes. Estaba allí esperándonos. Y espera. Y nos habla. Pero siempre está allí, siempre está allí, siempre está allí. Y si haces algo feo, ¿te echa?
Niños: ¡No!
Papa: ¿No?
Niños: Te perdona…
Papa: Ah… esa es una palabra bonita que habéis dicho…
Niños: ¡Te perdona!
Papa: Y si tú… Tú tienes que decirle que sientes haber hecho esas cosas, ¿verdad?
Niños: Sí.
Papa: Y Él te perdona. Estás arrepentido, y Él te perdona. Pero siempre es Jesús quien se acerca antes.
Niño: Está siempre en nuestros corazones.
Papa: Fuerte, que no te he oído…
Niño: Está siempre en nuestros corazones.
Papa: Está siempre en nuestros corazones. Nunca nos abandona. Siempre está con nosotros. ¿En los momentos buenos está con nosotros, cuando jugamos, cuando somos felices está con nosotros?... ¡Fuerte!
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Y en los momentos feos de la vida también?
Niños: Sí. Nos consuela, está cerca y nos consuela.
Papa: Muy bien: nos consuela. Es verdad, Jesús es así. Gracias, buena respuesta. Hermosa pregunta. ¡Gracias por la pregunta! La segunda era…
Párroco: ¿Papa o párroco en una parroquia pequeña?
Papa: Pero… tú sabes que no se estudia para ser Papa. ¿Se estudia o no se estudia?
Niños: ¡No!
Papa: ¡No! Y esta pregunta: ¿se paga para ser Papa?
Niños: ¡No!
Papa: No oigo bien…
Niños: ¡No!
Papa: ¿No se paga? Si tú tienes un montón de dinero y vas allá y se los das a los cardenales, ¿ellos te harán Papa por eso?
Niños: ¡No!
Papa: No. Pero si no se estudia y si no se paga, ¿quién te hace Papa?
Niños: Dios.
Papa: Dios. Y dime, decidme todos: ¿cuál fue el primer Papa? ¿Cómo se llamaba?
Niños: Pedro.
Papa: Pedro era un santo, ¿no?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Siempre fue santo?
Niños: ¡No!
Papa: ¿No? ¿Hizo algo feo?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¿Qué hizo? Lo más feo…
Niños: ¡Dijo que no conocía a Jesús!
Papa: Dijo que no conocía a Jesús, negó a Jesús. Un pecado feo, feo. Y a ese pecador, ¿cómo lo hicieron Papa? Jesús escoge a quien quiere que sea el Papa ese tiempo; en otro tiempo elige a otro, y a otro, y a otro... Pero la pregunta: ¿a mí, que he sido elegido para hacer este trabajo, me gusta o no me gusta? A mí me gusta, y me gustaba también cuando era párroco en una parroquia, rector de la facultad y también párroco, las dos cosas: me gustaba mucho. Me gustaba también dar clase de catecismo, la Misa con los niños… me gustaba. Siempre, ser sacerdote es algo que a mí me gustaba tanto. Así, ¿qué es más bonito: ser Papa o ser cura? Pensadlo bien, ¿qué es más bonito?
Niños: El Papa…
Papa: ¿No lo habéis entendido?
Niños: Las dos cosas…
Papa: Las dos: lo que Dios quiere. Lo que Dios quiere. Lo que el Señor te da es bonito, porque cuando el Señor te da una tarea que hacer, un trabajo, ser pastor de una parroquia, o de una diócesis o ser Papa, pastor, allí, te da una tarea. ¿Y qué te pide el Señor cuando te hace párroco o te hace obispo? ¿Qué te pide? ¿Hacer qué?
Niños: Llevar la paz.
Papa: Llevar la paz. ¿Y qué más?
Niños: Llevar la Palabra…
Papa: Enseñar la Palabra de Dios, dar catequesis… ¿y qué más? Tú, ¡fuerte! [uno dice: “Amar”] Amar, amar, hacer comunidad de amor, que todos se quieran.
Niños: Ayudar al prójimo… llevar la paz al mundo…
Papa: Llevar la paz al mundo: ¿pero eso, lo tiene que hacer solo el Papa, o lo debemos hacer todos?
Niños: ¡Todos!
Papa: ¡Todos! ¿Y cómo se comienza a llevar la paz al mundo? En la familia, en la escuela, con tu compañero, cuando juegas con los demás… siempre paz. Y si te enfadas con un amigo o con un compañero de escuela, ¿eso es llevar la paz?
Niños: No.
Papa: ¿Qué debes hacer si te enfadas?
Niño: Pues, si te enfadas con un amigo, ¡haces las paces y todo acaba ahí!
Papa Francesco: ¡Muy bien! si te enfadas con un amigo, como ha dicho él, haces las paces y sigues adelante. ¡Eres muy bueno! Gracias. ¿De acuerdo? La tercera pregunta… Pero antes de pasar a la tercera, una cosa sobre la paz. Cuando los esposos pelean… A veces habéis oído que papá y mamá pelean por algo: eso es normal, eso pasa. Siempre hay cosas por las que pelear, ¿no? ¿Y qué deben hacer ellos, después?
Niños: ¡Deben hacer las paces!
Papa: Hacer las paces. Y vosotros decid a vuestros padres…
Niño: …que no deben pelearse nunca más.
Papa: No. “Si os peleáis, haced las paces antes de que acabe el día”. ¿De acuerdo? Este es un consejo que tenéis que dar a vuestros padres. Veamos si lo habéis aprendido bien: ¿cómo era el consejo? Si os peleáis…
Niños: …haced las paces antes de que acabe el día.
Papa: Antes de que acabe el día.
Niño: También porque es feo pelear.
Papa: Es feo, es feo… ¿qué?
Niños: Pelear…
Papa: Pelear es feo, pero pasa, pasa. Siempre. Porque somos pecadores todos, ¿no? Pero…
Niño: …decir palabrotas y blasfemar…
Papa: Ah, las blasfemias, las blasfemias son más feas. Las palabrotas no son bonitas, pero es un poco menos, ¡pero no son bonitas! Las blasfemias: ¡jamás una blasfemia! ¡Nunca, nunca! Las palabrotas son feas, pero no son tan graves como una blasfemia. Y pelear, ¿cómo era el consejo? Todos juntos: Hacer las paces antes de que acabe el día. ¿De acuerdo? La tercera pregunta: si hay algo que me asuste o me dé miedo… Y cuando ella −Sara− me ha hecho la pregunta, se me acercó y me dijo: “¿Sabes? ¡Me asustan las brujas!”. ¿Pero existen las brujas?
Niños: No – Sí…
Papa: ¿De verdad? Y cuando oís que una señora dice: “No, yo voy a la bruja porque tengo una enfermedad, y ella me hará tres o cuatro cosas y me curará”. ¿Eso cómo se llama?
Niños: Mentira.
Papa: Mentira. Mentir. Pues sí, se llama estupidez, porque las brujas no tienen ningún poder. ¿De acuerdo? Lo digo por lo de “me asustan las brujas”. ¿Qué me asusta o me da miedo? Me asusta cuando una persona es mala: la maldad de la gente. Pero, cuando una persona −porque todos tenemos semillas de maldad, dentro, porque es el pecado que te lleva a eso−, pues cuando una persona decide ser mala, eso me asusta mucho. Porque una persona mala puede hacer mucho mal. Y me asusta también cuando en una familia, en un barrio, en un puesto de trabajo, en una parroquia, también en el Vaticano, cuando hay murmuraciones, eso me asusta. Os diré una cosa, oídme bien. ¿Habéis oído o visto en la tele lo que hacen los terroristas? Tiran una bomba y huyen: eso hacen. Las murmuraciones son así: es tirar una bomba e irse. Y las murmuraciones destruyen, destruyen. Destruyen una familia, destruyen un barrio, destruyen una parroquia, lo destruyen todo. Pero sobre todo las murmuraciones destruyen tu corazón. Porque si tu corazón es capaz de tirar la bomba, eres un terrorista, haces el daño a escondidas y tu corazón se vuelve corrupto. ¡Nunca las murmuraciones! ¿Estáis de acuerdo o no?
Niños: ¡Sí!
Papa: ¡Tened miedo de las murmuraciones! ¡Nunca! “Pero yo querría decir algo de ese…”. ¡Muérdete la lengua! Muérdete la lengua antes de decirlo. “¡Pero me hace daño!”. Sí, te hará daño, ¡pero no harás daño al otro! ¿Comprendido? De verdad, a mí me asusta la capacidad de destrucción que tienen las murmuraciones, ese criticar al otro, pero a escondidas; destruirlo a escondidas. Y eso es feísimo. Eso, sí, es “hacer la bruja”: es como si uno fuese una bruja. Es un terrorista. ¿De acuerdo?
Párroco: Los momentos más bonitos de su vita, Santo Padre…
Papa: Pues han sido tantos. Tantos momentos hermosos… Un momento bonito de mi vida era cuando de niño iba al estadio con mi padre; también venía mi madre algunas veces a ver el partido. En aquellos tiempos no había problemas en el estadio, y eso era bellísimo. Los domingos, después del mediodía, después de comer, ir al estadio y luego volver a casa… Era bellísimo, bellísimo. Es un momento bello. Otro momento bello de la vida es…
Niño: …oírte en la tele…
Papa: No, no me gusta: ¡la tele me hace feo! [se ríen todos] ¿Has visto que la tele te cambia la cara? Te hace un poco… no como eres… No, a mí me gustan las cosas directamente. Eso no me gusta, es perder tiempo. Otro momento bello de la vida es encontrarse con los amigos. Antes de venir a Roma, cada dos meses nos encontrábamos los diez amigos, compañeros de escuela, que habíamos terminado el instituto juntos, lo terminamos a los 17 años, y seguíamos encontrándonos, sí, cada uno con su familia… Era bellísimo. Un momento hermoso. Y otro momento muy bonito para mí −me gusta mucho− es cuando puedo rezar en silencio, leer la Palabra de Dios: me hace bien, me gusta mucho. Son tantos los momentos bonitos, tantos… No sé qué otros momentos bonitos puedo decir, pero hay muchos, muchos en mi vida… Y lo agradezco al Señor. ¿También vosotros tenéis momentos bonitos o no?
Niños: Sí…
Papa: Sí… Parece que no estáis convencidos… ¿Tenéis momentos bonitos o no?
Niños: ¡Sí!
Papa: Sí. Por ejemplo, uno…
Niños: Hoy.
Papa: Antes de pasar a la pregunta de la joven… El párroco ha hablado de los catequistas. Que levanten la mano los catequistas… Yo os lo agradezco mucho. ¿Qué sería la Iglesia sin vosotros? Sois pilares en la vida de una parroquia, en la vida de una diócesis. No se puede concebir una diócesis, una parroquia sin catequistas. Y eso desde los primeros tiempos, desde el tiempo después de la Resurrección de Jesús: estaban las mujeres que iban a ayudar a las amigas, y hacían de catequistas. Es una vocación bellísima. Es una vocación bellísima. No es fácil ser catequista, porque el catequista no solo debe enseñar “cosas”, debe enseñar actitudes, debe enseñar valores, tantas cosas, cómo se vive… Es una labor difícil. Os agradezco mucho a los catequistas vuestro trabajo. Muchas gracias. Gracias.
Párroco: [Recuerda la pregunta de la joven] Tanta tecnología que permite comunicarse, pero tanta dificultad de diálogo…
Papa: Es bonito, esto, porque hoy podemos comunicarnos por todas partes. Pero falta el diálogo. Pensad en esto… Cerrad los ojos, imaginad esto: en la mesa, mamá, papá, yo, mi hermano, mi hermana, cada uno con su propio móvil, hablando… Todos hablan, pero hablan fuera: entre ellos no se habla. Todos se comunican, ¿verdad? Sí, con el móvil, pero no dialogan. Ese es el problema. Ese es el problema. La falta de diálogo. Y la falta de escucha. Ayer tuve una reunión, vinieron al Vaticano un buen grupo −eran 400 más o menos− que pertenecían a la asociación “Teléfono Amigo”. ¿Habéis oído hablar de eso? Es una asociación que está dispuesta a escuchar: si estás triste, si está en depresión, o tienes un problema o una duda, puedes llamar allí y siempre hay una persona dispuesta a escucharte. La escucha es el primer paso del diálogo, y eso creo que es un problema que tenemos que resolver. Una de las enfermedades más feas del tiempo de hoy es la poca capacidad de escucha. Como si tuviésemos las orejas bloqueadas. La escucha… Sí, “me estoy comunicando con el móvil”, pero no escuchas a los que están cerca de ti, no dialogas, estás en comunicación con otro que quizá no es comunicación verdadera, no es diálogo: yo digo una cosa, tú dices otra, pero todo virtual. Tenemos que llegar al diálogo concreto, y lo digo a vosotros, jóvenes. ¿Y cómo se empieza a dialogar? Con la oreja. Desbloquear las orejas. Orejas abiertas para oír lo que pasa. Por ejemplo: voy a visitar a un enfermo y comienzo a hablar: “No te preocupes, te curarás pronto, y bla, bla, bla, bla…, adiós, que Dios te bendiga”. ¿Cuántas veces se hace así? El pobre enfermo se queda así… ¡Pero él necesitaba ser escuchado! Cuando vas a visitar a un enfermo, estate callado. Dale un beso, acarícialo, una pregunta: “¿Cómo estás?”, y déjalo hablar. Necesita desfogarse, necesita quejarse, necesita también no decir nada sino sentirse mirado y escuchado. La lengua en segundo lugar; ¿en el primer puesto qué hay?
Niños: La oreja.
Papa: No lo oigo…
Niños: ¡Las orejas!
Papa: ¿Y la lengua en qué sitio está? En el segundo, siempre. Escuchar. Y de la escucha al diálogo. Y también al diálogo concreto, porque lo que se hace con el móvil es virtual, es “líquido”, no es concreto. La concreción del diálogo. Eso es muy importante. ¿Has entendido?
Párroco: Santo Padre, está justo aquí delante el grupito que hizo nacer esa pregunta: estos de aquí.
Papa: Bien. Haced eso: aprended a hacer preguntas: “Oh, ¿cómo estás?” − “Bien…” − “¿Qué hiciste ayer?...”. Haz una pregunta y haz hablar al otro. Y así comienza el diálogo. Pero que el otro hable siempre antes, y tú a escuchar bien. Eso se llama “el apostolado de la oreja”. ¿Entendido? Así va el diálogo. De nosotros se dice que tantas veces los curas deben “hablar a la nuera para que oiga a la suegra”; y yo estas cosas las digo a los niños, ¡pero para que oigan a los mayores! Todos necesitamos aprender estas cosas.
Párroco: Santo Padre, este es el libro que contiene todas las preguntas, las cartas y los dibujos que los niños y los jóvenes han hecho para Usted.
Papa: Yo os agradezco por esto, porque sé que cada uno de vosotros lo ha hecho con el corazón, con amor. Muchas gracias. Muchas gracias. Y agradezco a estos “carteros” que lo han traído: para mí esto tiene tanto valor, porque esto es precisamente un puente de diálogo, porque el diálogo siempre es un puente. Llévalo… Bueno, gracias. Siempre hay, en el correo, la última: esta era la última llegada. Ha llegado tarde, pero está bien. Os lo agradezco mucho. Ahora, todos juntos, os invito a rezar a nuestra Madre del Cielo, María. Dios te salve, María…
Os agradezco que estéis aquí. Os prometo que rezaré por vosotros. Y quiero también deciros simplemente que la enfermedad es una cruz −vosotros lo sabéis−, pero la cruz es una semilla de vida, y llevándola bien se puede dar tanta vida a tanta gente que no sabemos; y luego, en el Cielo, lo sabremos. Os agradezco que llevéis vuestra enfermedad así. Estoy a vuestro lado y os pido también que recéis por mí, que el Señor me dé vida espiritual, que me haga bueno, que me haga un buen sacerdote para el servicio de los demás. Me encomiendo a vuestras oraciones. Y ahora, juntos, recemos a la Virgen: Dios te salve, María… Hasta pronto, y rezad por mí. Que el Señor os bendiga. Gracias.
Os agradezco mucho que estéis aquí: es cansado estar de pie, con los niños… Muchas gracias, muchas gracias. Os ruego que recéis por mí, lo necesito, y yo rezaré por vosotros, para que estos niños crezcan bien y sean personas de bien. Gracias por dar la vida: ¡eso es grande! Nos hace parecernos mucho a Dios, traer la vida: es la que Él nos trae. Ahora os invito a rezar a la Virgen y luego daré la bendición a las familias: Dios te salve, María… Muchas gracias. Rezad por mí. ¡Adelante!
Buenas tardes a todos. Muchas gracias por vuestra calurosa acogida. Veo que sois una comunidad vivaz, que se mueve, y eso me gusta. Seguid adelante con alegría, siempre, sin desanimaros. Id adelante siempre con alegría. Os pido que recéis por mí: lo necesito, porque debo hacer el trabajo bien, no “así así”; y para hacerlo bien, es necesaria vuestra oración. Y ahora, os invito a rezar a la Virgen todos juntos, y luego os daré la bendición: Dios te salve, María… Buenas tardes a todos. Que el Señor os bendiga. Hasta la vista.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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