El Santo Padre ha explicado en la Audiencia general del Miércoles de Ceniza, el significado de la Cuaresma como camino de esperanza
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy, miércoles de ceniza, los invito a reflexionar sobre la Cuaresma como tiempo de esperanza. Al igual que el Pueblo de Israel que sufrió la esclavitud en Egipto, cada uno de nosotros está llamado a hacer experiencia de liberación y a caminar por el desierto de la vida para llegar a la tierra prometida.
Jesús nos abre el camino al cielo a través de su pasión, muerte y resurrección. Él ha debido humillarse y hacerse obediente hasta la muerte, vertiendo su sangre para librarnos de la esclavitud del pecado. Es el beneficio que recibimos de él, que debe corresponderse con nuestra acogida libre y sincera.
Estamos llamados a seguir el ejemplo de Nuestro Señor. Él venció al tentador y ahora nosotros debemos también afrontar la tentación y superarla. Él nos dio el agua viva de su Espíritu y nosotros debemos ir a buscarla a la fuente de los sacramentos y la oración. Él es la luz que vence las tinieblas y nos pide a nosotros alimentar la llama que se nos confió el día de nuestro bautismo. De este modo, nuestro camino cuaresmal será signo sacramental de nuestra conversión.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Los exhorto a caminar en esperanza y con empeño en este camino de amor, que Dios nos propone. Que nuestro esfuerzo forje una esperanza sólida, como la de María, que continuó a creer y a esperar incluso cuando se encontraba junto a la cruz de su Hijo.
Que Dios los bendiga.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En este día, Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo litúrgico de la Cuaresma. Y como estamos desarrollando el ciclo de catequesis sobre la esperanza cristiana, hoy quisiera presentaros la Cuaresma como camino de esperanza.
En efecto, esta perspectiva es muy evidente si pensamos que la Cuaresma fue instituida en la Iglesia como tiempo de preparación a la Pascua, y así todo el sentido de este periodo de cuarenta días toma luz del misterio pascual hacia el que está orientado. Podemos imaginar al Señor Resucitado que nos llama a salir de nuestras tinieblas y a ponernos en camino hacia Él, que es la Luz. Y la Cuaresma es un camino hacia Jesús Resucitado, es un periodo de penitencia, también de mortificación, pero no como fin en sí mismo, sino finalizado a hacernos resurgir con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir a renacer nuevamente “desde lo alto”, del amor de Dios (cfr. Jn 3,3). Por eso la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza.
Para comprender mejor qué significa esto, debemos referirnos a la experiencia fundamental del éxodo de los Israelitas de Egipto, contada por la Biblia en el libro que lleva ese nombre: Éxodo. El punto de partida es la condición de esclavitud en Egipto, la opresión, los trabajos forzados. Pero el Señor no ha olvidado a su pueblo ni su promesa: llama a Moisés y, con brazo poderoso, hace salir a los israelitas de Egipto y los guía a través del desierto hacia la Tierra de la libertad. Durante ese camino de la esclavitud a la libertad, el Señor da a los Israelitas la ley, para educarlos a amar a Él, único Señor, y a amarse entre sí como hermanos. La Escritura muestra que el éxodo es largo y accidentado: simbólicamente dura 40 años, o sea el tiempo de vida de una generación. Una generación que, ante las pruebas del camino, está siempre tentada de añorar Egipto y volver atrás.
También todos nosotros conocemos la tentación de volver atrás, todos. Pero el Señor es fiel y aquella pobre gente, guiada por Moisés, llega a la Tierra prometida. Todo ese camino se realiza en la esperanza: la esperanza de alcanzar la Tierra, y precisamente en ese sentido es un “éxodo”, una salida de la esclavitud a la libertad. Y esos 40 días son también para todos nosotros una salida de la esclavitud, del pecado, a la libertad, al encuentro con Cristo Resucitado. Cada paso, cada esfuerzo, cada prueba, cada caída y cada vuelta a empezar, todo tiene sentido solo dentro del designo de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.
La Pascua de Jesús es su éxodo, con el que Él nos abrió la vía para llegar a la vida plena, eterna y beata. Para abrir esa vía, ese pasaje, Jesús tuvo que despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Abrirnos la senda a la vida eterna le costó toda su sangre, y gracias a él somos salvados de la esclavitud del pecado. Pero eso no quiere decir que él lo hizo todo y nosotros no tenemos que hacer nada, que Él pasó a través de la cruz y nosotros “vamos al paraíso en carroza”. No es así. Nuestra salvación es ciertamente don suyo, pero, como es una historia de amor, requiere nuestro “sí” y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María y después de Ella todos los santos.
La Cuaresma vive de esa dinámica: Cristo nos precede con su éxodo, y nosotros atravesamos el desierto gracias a Él y tras Él. Él es tentado por nosotros, y vence al Tentador por nosotros, pero también nosotros debemos afrontar con Él las tentaciones y superarlas. Él nos da el agua viva de su Espíritu, y a nosotros nos toca llegar a su fuente y beber, en los Sacramentos, en la oración, en la adoración; Él es la luz que vence las tinieblas, y a nosotros se nos pide alimentar la pequeña llama que se nos confió el día de nuestro Bautismo.
En este sentido, la Cuaresma es «signo sacramental de nuestra conversión» (Misal Romano, Oración colecta del I Domingo de Cuaresma); quien hace el camino de la Cuaresma está siempre en la senda de la conversión. La Cuaresma es signo sacramental de nuestro camino desde la esclavitud a la libertad, que siempre se debe renovar. Un camino ciertamente exigente, como es justo que sea, porque el amor es exigente, pero un camino lleno de esperanza. De hecho, diría más: el éxodo cuaresmal es el camino donde la esperanza misma se forma. La fatiga de atravesar el desierto −todas las pruebas, las tentaciones, las ilusiones, los espejismos…−, todo eso vale para forjar una esperanza fuerte, firme, sobre el modelo de la Virgen María que, en medio de las tinieblas de la pasión y de la muerte de su Hijo, continuó creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios.
Con el corazón abierto a ese horizonte, entramos hoy en la Cuaresma. Sintiéndonos parte del pueblo santo de Dios, iniciamos con alegría este camino de esperanza.
* * *
Un pensamiento especial dirijo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos hermanos, hoy, Miércoles de Ceniza, el Señor os indica el camino de esperanza para seguirlo. Que el Espíritu Santo os guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para volver a descubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado y servir a Cristo presente en los hermanos.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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