Visita histórica del Santo Padre a la Iglesia Anglicana de Todos los Santos en Roma
A las 15,50 de la tarde del pasado domingo, 26 de febrero, el Santo Padre visitó la Comunidad Anglicana en la Iglesia ‘All Saints’ de Roma, cuando se cumplen 200 años del primer servicio litúrgico público anglicano que este templo romano ofreció a un grupo de residentes ingleses que vivían entonces en esta zona de Roma.
El rito, de Vísperas Anglicanas cantadas, se abrió con el saludo de bienvenida del Rev. Robert Innes, Obispo anglicano para Europa y del Rev. Jonathan Boardman, Capellán de la iglesia anglicana.
Papa Francisco bendijo con oleo santo e incienso una imagen de Cristo Salvador y encendió velas ante la imagen. La celebración siguió con la renovación de las promesas bautismales. Después de la lectura a los Corintios, pronunció la homilía. Finalmente, antes del intercambio de regalos, el Santo Padre mantuvo un diálogo con miembros de la Congregación.
Queridos hermanos y hermanas, os agradezco la gentil invitación a celebrar juntos este aniversario parroquial. Han pasado más de 200 años desde que se tuvo en Roma el primer servicio litúrgico público anglicano para un grupo de residentes ingleses que vivían en esta parte de la ciudad. Mucho, en Roma y en el mundo, ha cambiado desde entonces. En el curso de estos dos siglos mucho ha cambiado también entre Anglicanos y Católicos, que en el pasado se miraban con sospecha y hostilidad; hoy, gracias a Dios, nos reconocemos como verdaderamente somos: hermanos y hermanas en Cristo, mediante nuestro común bautismo. Como amigos y peregrinos deseamos caminar juntos, seguir juntos a nuestro Señor Jesucristo.
Me habéis invitado a bendecir el nuevo icono de Cristo Salvador. Cristo nos mira, y su mirada posada en nosotros es una mirada da salvación, de amor y de compasión. Es la misma mirada misericordiosa que traspasó el corazón de los Apóstoles, que iniciaron un camino de vida nueva para seguir y anunciar al Maestro. En esta santa imagen Jesús, mirándonos, parece dirigir también a nosotros una llamada, un llamamiento: “¿Estás dispuesto a dejar algo de tu pasado por mí? ¿Quieres ser mensajero de mi amor, de mi misericordia?”.
La misericordia divina es la fuente de todo el ministerio cristiano. Nos lo dice el Apóstol Pablo, dirigiéndose a los Corintios, en la lectura que acabamos de escuchar. Escribe: «Teniendo este ministerio según la misericordia que hemos recibido, no desfallecemos» (2Cor 4,1). En efecto, san Pablo no siempre tuvo una relación fácil con la comunidad de Corinto, como demuestran sus cartas. Hubo incluso una visita dolorosa a esa comunidad e intercambiaron por escrito palabras fuertes. Pero este texto muestra que el Apóstol supera las divergencias del pasado y, viviendo su ministerio según la misericordia recibida, no se resigna a las divisiones, sino que se desvive por la reconciliación. Cuando nosotros, comunidad de cristianos bautizados, nos encontramos ante desacuerdos y nos ponemos delante del rostro misericordioso de Cristo para superarlos, hacemos precisamente como hizo san Pablo en una de las primeras comunidades cristianas.
¿Cómo se cimienta Pablo en esta tarea, desde dónde comienza? Desde la humildad, que no es solo una bonita virtud, es una cuestión de identidad: Pablo se comprende como un servidor, que no se anuncia a sí mismo, sino a Cristo Jesús Señor (v. 5). Y cumple ese servicio, ese ministerio según la misericordia que se le ha dado (v. 1); no por su bravura o contando con sus fuerzas, sino en la confianza de que Dios lo mira y sostiene con misericordia su debilidad. Ser humildes es descentrarse, salir del centro, reconocerse necesitados de Dios, mendicantes de misericordia: es el punto de partida para que sea Dios quien actúe. Un Presidente del Consejo Ecuménico de las Iglesias describió la evangelización cristiana como «un mendicante que dice a otro mendicante dónde encontrar pan» (Dr. D.T. Niles). Creo que san Pablo la habría aprobado. Él se sentía “saciado por la misericordia” y su prioridad era compartir con los demás su pan: la alegría de ser amados por el Señor y de amarlo.
Este es nuestro bien más precioso, nuestro tesoro, y en ese contexto Pablo introduce una de sus imágenes más conocidas, que podemos aplicar a todos nosotros: «Llevamos este tesoro en vasos de barro» (v. 7). Somos solo vasos de barro, pero guardamos dentro de nosotros el tesoro más grande del mundo. Los Corintios sabían bien que era de necios guardar algo valioso en vasos de barro, que eran muy baratos, pero se rompían fácilmente. Tener en su interior algo valioso quería decir arriesgarse a perderlo. Pablo, pecador agraciado, humildemente reconoce que es frágil como un vaso de barro. Pero ha experimentado y sabe que precisamente ahí, donde la miseria humana se abre a la acción misericordiosa de Dios, el Señor obra maravillas. Así actúa la «extraordinaria potencia» de Dios (v. 7).
Confiado en ese humilde poder, Pablo sirve el Evangelio. Hablando de algunos de sus adversarios de Corinto, les llamará «súper-apóstoles» (2Cor 12,11), quizá, y con cierta ironía, porque le habían criticado por sus debilidades, de las que ellos se consideraban exentos. Pablo, en cambio, enseña que, solo reconociéndonos frágiles vasos de barro, pecadores siempre necesitados de misericordia, el tesoro de Dios se derrama en nosotros y en los demás mediante nosotros. De lo contrario, estaremos solo llenos de tesoros nuestros, que se corrompen y marchitan en vasos aparentemente hermosos. Si reconocemos nuestra debilidad y pedimos perdón, entonces la misericordia sanadora de Dios brillará dentro de nosotros y será también visible hacia fuera; los demás advertirán de algún modo, a través de nosotros, la belleza gentil del rostro de Cristo.
En determinado punto, quizá en el momento más difícil con la comunidad de Corinto, Pablo canceló una visita que tenía programada hacerles, renunciando también a las ofrendas que habrían recibido (2Cor 1,15-24). Existían tensiones en la comunión, pero no tuvieron la última palabra. La relación se retomó y el Apóstol aceptó la oferta para el sostenimiento de la Iglesia de Jerusalén. Los cristianos de Corinto volvieron a trabajar junto a las demás comunidades visitadas por Pablo, para sostener a quien estaba en necesidad. Esto es una señal fuerte de comunión recuperada. También la obra que vuestra comunidad realiza junto a otras de lengua inglesa aquí en Roma puede ser vista de ese modo. Una comunión verdadera y sólida crece y se robustece cuando se actúa juntos por quien pasa necesidad. A través del testimonio concorde de la caridad, el rostro misericordioso de Jesús se hace visible en nuestra ciudad.
Católicos y Anglicanos estamos humildemente agradecidos porque, tras siglos de recíproca desconfianza, ahora somos capaces de reconocer que la fecunda gracia de Cristo está también en la obra en los demás. Damos gracias al Señor porque entre los cristianos ha crecido el deseo de una mayor cercanía, que se manifiesta en rezar juntos y en el común testimonio del Evangelio, sobre todo a través de varias formas de servicio. A veces, el progreso en el camino hacia la plena comunión puede parecer lento e incierto, pero hoy podemos sacar ánimo de nuestro encuentro. Por primera vez un Obispo de Roma visita vuestra comunidad. Es una gracia y también una responsabilidad: la responsabilidad de reforzar nuestras relaciones para alabanza de Cristo, al servicio del Evangelio y de esta ciudad.
Animémonos los unos a los otros a ser discípulos cada vez más fieles de Jesús, cada vez más libres de los respectivos prejuicios del pasado y cada vez más deseosos de rezar por y con los demás. Una buena señal de esta voluntad es el hermanamiento realizado entre vuestra parroquia de All Saints y la católica de Todos los Santos. Que los Santos de cada confesión cristiana, plenamente unidos en la Jerusalén celestial, nos abran la vía para recorrer acá abajo todas las posibles vías de un camino cristiano fraterno y común. Donde nos reunimos en el nombre de Jesús, Él está ahí (cfr. Mt 18,20), y dirigiendo su mirada de misericordia llama a gastarse por la unidad y por el amor. ¡Que el rostro de Dios brille sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre toda esta comunidad!
Durante nuestras liturgias, muchas personas entran en nuestra iglesia y se admiran porque "¡parece una iglesia católica!". Muchos católicos han oído hablar del Rey Enrique VIII, pero ignoran las tradiciones anglicanas y el progreso ecuménico de este medio siglo. ¿Qué le gustaría decirles acerca de la relación entre católicos y anglicanos hoy?
Es verdad, la relación entre católicos y anglicanos hoy es buena, ¡nos queremos como buenos hermanos! Es verdad que en la historia hay cosas feas por todas partes, y “arrancar un trozo” de la historia y llevarlo como si fuese una “imagen” de nuestras relaciones no es justo. Un hecho histórico debe ser leído en la hermenéutica de aquel momento, no con otra hermenéutica. Y las relaciones de hoy son buena, he dicho. Y han avanzado, desde la visita del primado Michael Ramsey, y mucho más… Y también en los santos, tenemos una común tradición de santos que vuestro párroco ha querido subrayar. Y nunca, jamás las dos Iglesias, las dos tradiciones han renegado de sus santos, de los cristianos que vivieron el testimonio cristiano hasta ese punto. Y esto es importante. Pero ha habido también relaciones de fraternidad en tiempos malos, en tiempos difíciles, donde estaban tan mezclados el poder político, económico, religioso, donde había aquella regla “cuius regio eius religio”, pero incluso en aquellos tiempos había algunas relaciones.
Yo conocí en Argentina a un viejo jesuita, anciano −yo era joven y él era anciano− el padre Guillermo Furlong Cardiff, nacido en la ciudad de Rosario, de familia inglesa; y él de niño fue monaguillo −él es católico, de familia inglesa católica− en Rosario en los funerales de la Reina Victoria, en la iglesia anglicana. También en aquellos tiempos había esa relación. Las relaciones entre católicos y anglicanos son relaciones −no sé si históricamente se puede decir así, pero es una figura que nos ayudará a pensar− de dos pasos adelante, medio paso atrás, dos pasos adelante, medio paso atrás… Es así. Son humanos. Y debemos continuar con esto.
Hay otra cosa que ha mantenido fuerte el vínculo entre nuestras tradiciones religiosas: son los monjes, los monasterios. Y los monjes, tanto católicos como anglicanos, son una gran fuerza espiritual de nuestras tradiciones.
Y las relaciones, como quería deciros, han mejorado mucho más, y a mí me gusta, eso es bueno. “Pero no hagamos todas las cosas iguales…”. Sino que caminemos juntos, vayamos juntos. Por el momento va bien así. Cada día tiene su propio afán. No sé, esto es lo que se me ocurre decirte. Gracias.
Su predecesor, el Papa Benedicto XVI, puso en guardia acerca del riesgo, en el diálogo ecuménico, de dar prioridad a la colaboración de la acción social en vez de seguir el camino más exigente del acuerdo teológico. Por lo visto, Usted parece preferir lo contrario, o sea "caminar y trabajar" juntos para alcanzar la meta de la unidad de los cristianos. ¿Verdad?
Yo no conozco el contexto en el que el Papa Benedicto haya dicho eso, no lo conozco y por eso es un poco difícil para mí, me pone en un apuro para responder… Quiso decir eso o no… A lo mejor puede haber sido en un coloquio con teólogos… Pero no estoy seguro. Ambas cosas son importantes. Eso es seguro. ¿Cuál de las dos tiene prioridad? Y por otra parte está la famosa frase del patriarca Atenágoras −que es verdadera, porque yo se lo pregunté al patriarca Bartolomé y me dijo: “Eso es verdad”−, cuando dijo al beato Papa Pablo VI: “Nosotros hacemos la unidad entre nosotros, ¡y a todos los teólogos los metemos en una isla para que piensen!”. Era una broma, pero de verdad, históricamente verdadera, porque yo tenía dudas, pero el patriarca Bartolomé me dijo que era verdad. Pero cuál es el núcleo de esto, porque creo que lo que dijo el Papa Benedicto es verdad: se debe buscar el diálogo teológico para buscar también las raíces…, los Sacramentos…, y tantas cosas sobre las que todavía no estamos de acuerdo...
Pero eso no se puede hacer en un laboratorio: se debe hacer caminando, a lo largo del camino. Nosotros estamos en camino y en camino hacemos también estas discusiones. Los teólogos las hacen. Pero mientras tanto nos ayudamos, el uno al otro, en nuestras necesidades, en nuestra vida, también espiritualmente nos ayudamos. Por ejemplo, en el hermanamiento estaba el hecho de estudiar juntos la Escritura, y nos ayudamos en el servicio de la caridad, en el servicio a los pobres, en los hospitales, en las guerras… Es tan importante, es tan importante esto. No se puede hacer el diálogo ecuménico estando quietos. No. El diálogo ecuménico se hace en camino, porque el diálogo ecuménico es un camino, y las cosas teológicas se discuten en camino. Creo que con esto no traiciono la mente del Papa Benedicto, ni la realidad del diálogo ecuménico. Así lo interpreto yo. Si conociese el contexto en el que fue dicha esa expresión, quizá diría otra cosa, pero esto es lo que se me ocurre decirte.
La iglesia All Saints empezó con un grupo de fieles británicos, pero ya es una Congregación internacional con gente proveniente de varios países. En algunas regiones de África, de Asia o del Pacífico, las relaciones ecuménicas entre las Iglesias son mejores y más creativas que aquí en Europa. ¿Qué podemos aprender del ejemplo de las Iglesias del Sur del mundo?
Gracias. Es verdad. Las Iglesias jóvenes tienen una vitalidad distinta, porque son jóvenes. Y buscan un modo de expresarse diversamente. Por ejemplo, una liturgia aquí en Roma, o piensa en Londres o en Paris, no es la misma que una liturgia en tu país, donde la ceremonia litúrgica, católica también, se expresa con una alegría, con la danza y tantas formas diversas propias de aquellas Iglesias jóvenes. Las Iglesias jóvenes tienen más creatividad; y al principio también aquí en Europa era igual: se buscaba…. Cuando lee, por ejemplo, en la Didaché, cómo se hacía la Eucaristía, el encuentro entre los cristianos, había una gran creatividad. Luego, creciendo, creciendo, la Iglesia se consolidó bien, creció a una edad adulta. Pero las iglesias jóvenes tienen más vitalidad y también tienen la necesidad de colaborar, una necesidad fuerte. Por ejemplo, yo estoy estudiando, mis colaboradores están estudiando la posibilidad de un viaje a Sudán del Sur. ¿Por qué? Porque han venido los Obispos, el anglicano, el presbiteriano y el católico, los tres juntos a decirme: “Por favor, venga a Sudán del Sur, solo un día, pero no venga solo, venga con Justin Welby”, o sea, con el arzobispo de Canterbury. De ellos, Iglesia joven, ha venido esa creatividad. Y estamos pensando si se puede hacer, si la situación es demasiado fea allá… Pero debemos hacerlo porque ellos tres juntos quieren la paz, y trabajan juntos por la paz…
Hay una anécdota muy interesante. Cuando el Beato Pablo VI hizo la beatificación de los mártires de Uganda −Iglesia joven−, entre los mártires −había catequistas, todos jóvenes− algunos eran católicos y otros anglicanos, y todos fueron martirizados por el mismo rey, por odio a la fe y porque no quisieron seguir las sucias propuestas del rey. Y Pablo VI se encontró en una situación complicada porque decía: “Yo debo beatificar a unos y otros, son mártires los unos y los otros”. Pero, en aquel momento de la Iglesia Católica, no era tan posible hacer eso. Había sido reciente el Concilio… Pero aquella Iglesia joven hoy celebra a unos y otros juntos; también Pablo VI en la homilía, en el discurso, en la Misa de beatificación quiso nombrar a los catequistas anglicanos mártires de la fe al mismo nivel que los catequistas católicos. Eso lo hace una Iglesia joven. Las Iglesias jóvenes tienen valentía, porque son jóvenes; como todos los jóvenes tienen más coraje que nosotros… ¡no tan jóvenes!
Y luego, mi experiencia. Yo era muy amigo de los anglicanos de Buenos Aires, porque la parte de detrás de la parroquia de la Merced estaba comunicada con la catedral anglicana. Era muy amigo del Obispo Gregory Venables, muy amigo. Y hay otra experiencia: en el norte de Argentina están las misiones anglicanas con los aborígenes y las misiones católicas con los aborígenes, y el Obispo anglicano y el Obispo católico de allá trabajan juntos, y enseñan. Y cuando la gente no puede ir el domingo a la celebración católica va a la anglicana, y los anglicanos van a la católica, porque no quieren pasar el domingo sin una celebración; y trabajan juntos. Y aquí la Congregación para la Doctrina de la Fe lo sabe. Y hacen la caridad juntos. Y los dos Obispos son amigos y las dos comunidades son amigas.
Creo que esto es una riqueza que nuestras Iglesias jóvenes pueden llevar a Europa y a las Iglesias que tienen una gran tradición. Y ellos darnos la solidez de una tradición muy, muy cuidada y muy pensada. Es más fácil, es verdad, el ecumenismo en las Iglesias jóvenes. Es verdad. Pero creo que −y vuelvo a la segunda pregunta− es quizá más sólido en investigación teológica el ecumenismo en una Iglesia más madura, más envejecida en la investigación, en el estudio de la historia, de la teología, de la liturgia, como es la Iglesia en Europa. Y creo que nos haría bien, a ambas Iglesias: de aquí, de Europa enviar algunos seminaristas a adquirir experiencias pastorales en las Iglesias jóvenes, se aprende mucho. Ellos vienen, de las iglesias jóvenes, a estudiar en Roma, al menos los católicos, lo sabemos. Pero enviarles a ver, a aprender de las Iglesias jóvenes sería una gran riqueza en el sentido que Él dijo. Es más fácil el ecumenismo ahí, es más fácil, cosa que no quiere decir más superficial, no, no es superficial. Ellos no regatean la fe ni la identidad. Aquel aborigen te dice en el norte de Argentina: “Yo soy anglicano”. Pero no hay obispo, no hay pastor, no hay reverendo… “Yo quiero alabar a Dios el domingo y voy a la catedral católica”, y viceversa. Son riquezas de las Iglesias jóvenes. No sé, esto es lo que se me ocurre decirte.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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