En la catequesis de la Audiencia general, el Papa ha destacado las consecuencias negativas del pecado en la naturaleza y en la sociedad
Queridos hermanos y hermanas,
La creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en nuestras manos para que entremos en relación con él y colaboremos en su designio de amor. Sin embargo, experimentamos constantemente el pecado que daña nuestra comunión con Dios y con todo lo que nos rodea. Ante este drama, el Señor no nos deja solos, nos ofrece una prospectiva nueva de salvación universal.
El apóstol Pablo nos invita a que escuchemos los gemidos de toda la creación, que sufre las consecuencias del pecado; y, asimismo, nos anima a mantener firme la esperanza porque hemos sido salvados por el Señor. A través de su Resurrección, contemplamos los signos de la nueva creación.
El cristiano vive en el mundo y sufre los signos del mal y del egoísmo pero, al mismo tiempo, ve todo con los ojos de la Pascua; sabe que ahora vive un momento de espera, que va más allá del momento presente.
No nos dejemos llevar por la desilusión o el pesimismo. El Señor quiere sanar con su misericordia los corazones heridos y humillados. Todo lo que el hombre ha desfigurado en su impiedad, Él lo recrea y reconcilia en su amor.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los invito a pedir con insistencia la presencia del Espíritu Santo en sus vidas. Él nos asiste para que vayamos más allá de las apariencias negativas del presente y aguardemos con esperanza los cielos nuevos y la tierra nueva, que el Señor prepara para toda la humanidad. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.
A menudo tenemos la tentación de pensar que la creación sea propiedad nuestra, una posesión que podemos explotar a nuestro antojo y de la que no tenemos que dar cuentas a nadie. En el pasaje de la Epístola a los Romanos (8,19-27), del que acabamos de escuchar una parte, el Apóstol Pablo nos recuerda en cambio que la creación es un don maravilloso que Dios ha puesto en nuestras manos para que podamos entrar en relación con Él y podamos reconocer la impronta de su designo de amor, a cuya realización todos estamos llamados a colaborar, día tras día.
Pero cuando nos dejamos llevar por el egoísmo, el ser humano acaba arruinando hasta las cosas más bonitas que se le han confiado. Y así ha pasado también con la creación. Pensemos en el agua. El agua es una cosa bellísima y muy importante; el agua nos da la vida, nos ayuda en todo, pero para explotar los minerales se contamina el agua, se ensucia la creación y se destruye la creación. Esto es solo un ejemplo. Pero hay muchos.
Con la experiencia trágica del pecado, rota la comunión con Dios, hemos quebrantado la originaria comunión con todo lo que nos rodea y hemos terminado corrompiendo la creación, haciéndola así esclava, sometida a nuestra caducidad. Y desgraciadamente la consecuencia de todo esto está dramáticamente ante nuestros ojos, cada día. Cuando rompe la comunión con Dios, el hombre pierde su propia belleza originaria y acaba desfigurando todo a su alrededor; y donde todo antes remitía al Padre Creador y a su amor infinito, ahora lleva la señal triste y desolada del orgullo y de la voracidad humanas. El orgullo humano, explotando la creación, destruye.
Pero el Señor no nos deja solos y también en este marco desolador nos ofrece una perspectiva nueva de liberación, de salvación universal. Es lo que Pablo señala con alegría, invitándonos a escuchar los gemidos de toda la creación. ¡Los gemidos de toda la creación: expresión fuerte! Si prestamos atención, en torno a nosotros todo gime: gime la creación misma, gemimos los seres humanos y gime el Espíritu dentro de nosotros, en nuestro corazón. Ahora bien, esos gemidos no son un lamento estéril, desconsolado, sino −como precisa el Apóstol− son los gemidos de una parturienta; son los gemidos de quien sufre, pero sabe que está por venir a la luz una vida nueva. Y en nuestro caso es ciertamente así. Todavía estamos luchando con las consecuencias de nuestro pecado y todo, en torno a nosotros, lleva aún el signo de nuestras fatigas, de nuestras faltas, de nuestras clausuras. Sin embargo, al mismo tiempo sabemos que hemos sido salvados por el Señor y ya se nos ha concedido contemplar y pregustar en nosotros y en lo que nos rodea las señales de la Resurrección, de la Pascua, que realiza una nueva creación.
Este es el contenido de nuestra esperanza. El cristiano no vive fuera del mundo, sabe reconocer en su vida y en lo que le rodea los signos del mal, del egoísmo y del pecado. Es solidario con quien sufre, con quien llora, con quien está marginado, con quien se siente desesperado… Pero, al mismo tiempo, el cristiano ha aprendido a leer todo eso con los ojos de la Pascua, con los ojos de Cristo Resucitado. Y entonces sabe que estamos viviendo el tiempo de la espera, el tiempo de un anhelo que va más allá del presente, el tiempo del cumplimiento. En la esperanza sabemos que el Señor quiere curar definitivamente con su misericordia los corazones heridos y humillados y todo lo que el hombre ha desfigurado con su maldad, y que de ese modo Él regenera un mundo nuevo y una humanidad nueva, finalmente reconciliados en su amor.
Cuántas veces los cristianos nos vemos tentados por la desilusión, por el pesimismo… A veces nos dejamos llevar por el lamento inútil, o nos quedamos sin palabras y no sabemos ni qué pedir, qué esperar… Pero una vez más viene en nuestra ayuda el Espíritu Santo, respiro de nuestra esperanza, el cual mantiene vivos el gemido y la espera de nuestro corazón. El Espíritu ve por nosotros más allá de las apariencias negativas del presente y nos revela ya ahora los cielos nuevos y la tierra nueva que el Señor está preparando para la humanidad.
Producen particular preocupación las dolorosas noticias que llegan del maltratado Sudán del Sur, donde a un conflicto fratricida se une una grave crisis alimentaria que afecta a la Región del Cuerno de África y que condena a la muerte por hambre a millones de personas, entre las cuales muchos niños. En este momento es más necesario que nunca el compromiso de todos a no quedarse solo en declaraciones, sino a hacer concretas las ayudas alimentarias y permitir que puedan llegar a las poblaciones que sufren. Que el Señor sostenga a esos hermanos nuestros y a cuantos trabajan por ayudarles.
* * *
Un pensamiento especial para los jóvenes, enfermos y recién casados. Hoy celebramos la fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol, día de especial comunión de los creyentes con el Sucesor de San Pedro y con la Santa Sede. Queridos jóvenes, os animo a intensificar vuestra oración por mi ministerio petrino; queridos enfermos, os agradezco el testimonio de vida dado en el sufrimiento por la edificación de la comunidad eclesial; y vosotros, queridos recién casados, construid vuestra familia con el mismo amor que une al Señor Jesús a su Iglesia.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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