La cruz del escudo del Real Madrid nunca ha estado más presente que cuando la han quitado; la cruz, presente o borrada, significa e interpela
Algunos quizá estarían esperando mi artículo bramante contra la decisión del Real Madrid de quitar −en las camisetas destinadas al mercado árabe− la minúscula cruz que corona la corona que corona su escudo. Muy gallardo no es tanto espíritu fenicio, ciertamente, y quizá si yo fuese forofo del Madrid me sentiría más humillado. No siendo el caso, lo comprendo.
Si me invitasen unos musulmanes a su casa, no me pondría una sudadera muy chula que tengo con el sello templario sobre el pecho ni sacaría en la cena el apasionante tema de la Santísima Trinidad. No es lo mismo la cortesía que la apostasía. Por ejemplo, ante un amigo divorciado no hace falta incidir en la doctrina conyugal de la Iglesia, del mismo modo que no debe esperar que yo deje de profesarla porque él dejó de practicarla. Si el Madrid hubiese quitado del todo y para siempre su cruz, sería más grave que este uso mercantil y local.
Así realza la cruz. Fíjense: no han decapitado la corona del escudo para vender más camisetas en la República Francesa ni borraron la M para conquistar el mercado barcelonés, que es muy suyo. Pero la cruz es más. Su ausencia subraya, en el sentido positivo que detecta el pensador Ander Mayora en el ateísmo moderno: "La búsqueda de Dios es resuelta por muchos mediante la proclamación de su ausencia. Pero es ésta la que, precisamente, señala el lugar". ¿Cuándo se habló tanto de la cruz del Real Madrid? En La esfera y la cruz lo dijo Chesterton: "La cruz no puede ser derrotada, porque es ya la Derrota".
Una derrota resucitante. Ahora, con la cruz ausente, muchos de allí y de aquí serán conscientes de cuál es el escudo verdadero. Es un aspecto muy importante, y que supera con creces (con cruces) la cuestión concreta del club de fútbol particular. Asociar la cruz en alto con una autenticidad sin miedos ni interferida por cálculos comerciales no deja de ser un favor de dimensiones apostólicas. Por encima de lo que parece ser la religión de nuestro tiempo, la del esférico, campa la cruz, o no campa, pero sí su hueco.
Desde el principio, las características de la cruz las señaló San Pablo: es "escándalo para los judíos, necedad para los gentiles". Han pasado dos mil años y comprobamos que no perdió sus propiedades originales. Ni siglos de costumbre e institucionalización han logrado que la percibamos como un adorno sin más. Qué va. La cruz, presente o borrada, significa e interpela.