Los cristianos son víctima de muchas batallas: la injusticia clama al cielo, porque son combatientes de paz, no de violencia…
Existe una especie de muro de silencio respecto de los mártires cristianos del siglo XXI, apenas roto por los mensajes del obispo de Roma o por informes anuales de ONG que no siempre alcanzan la debida difusión.
Por eso, siento la necesidad de hacer eco al último que he leído: apenas seis líneas en Le Monde, pero varios densos párrafos en Avvenire de Milán. Coincide con las noticias más amplias que llegan de Iraq, con la recuperación de ciudades como Mosul, ocupadas por el llamado Estado Islámico: en apenas dos años ha causado más destrucción que un terremoto.
Mientras prosigue la reconquista de Mosul y la plana de Nínive, se publica un informe sobre los crímenes perpetrados contra la población civil por el sedicente Califato en esos dos años y medio de ocupación. Aparte de la violencia contra mujeres y niños, y otras barbaridades, ha destruido casi un centenar de templos. Antes de la invasión de los terroristas islámicos vivían pacíficamente en la zona cientos de familias cristianas: muchas enlazaban con los frutos de la primera evangelización histórica, seis siglos antes de Mahoma.
Un portavoz del Ministerio de asuntos religiosos de la región autónoma del Kurdistán iraquí, ha anticipado el contenido de un informe que será publicado por la Comisión de los crímenes cometidos por los milicianos radicales en esa zona: subrayó que la mayoría de los lugares de culto destruidos o dañados son iglesias cristianas, además de algunos templos yazidíes o pertenecientes a otras minorías religiosas.
La violencia de las milicias del Estado islámico es la más radical. Pero, en conjunto, según los datos publicados por una ONG cristiana, Open Doors (Puertas abiertas), crece la persecución contra los cristianos en todo el mundo: alcanza a unos 215 millones de creyentes, oprimidos por motivos religiosos en 50 países.
Se confirma la fuente principal de esa radical negación de la libertad: ante todo, el extremismo islamista, en sus diversas denominaciones según las regiones: Boko Haram, en Nigeria, Níger, Chad y Camerún; Al Shabaab, en Somalia, Kenia y Uganda; o el Estado islámico ya referido (Daesh). Pero, además, en 35 de los 50 países con vigencia jurídica del Islam, crece exponencialmente la intolerancia respecto de las minorías, especialmente las cristianas. Basta pensar en las noticias casi diarias que llegan de Pakistán, donde la llamada “ley de la blasfemia” hace estragos.
Sin contar la peculiar situación de China, peligra y mucho la libertad religiosa en otras naciones asiáticas por influencias ideológicas o nacionalistas, como Laos, Bangladesh, Vietnam y Bután. En el ranking, la India aparece en el puesto 15, como consecuencia del nacionalismo hindú. También se deteriora la condición de los cristianos allí donde prospera el nacionalismo budista, tan distinto de su imagen idílica en Occidente; de modo especialmente intenso, en Sri Lanka.
En primer plano, “la paranoia dictatorial”, que alimenta el odio contra los cristianos en la Corea del norte de Kim Jong-un: es quizá para los cristianos el país más negativo del mundo −más incluso que Arabia Saudita−: la mera posesión de una Biblia puede llevar a la tortura, a la cárcel, incluso, a la pena de muerte. Pero los dirigentes occidentales callan.
La agencia Fides había publicado hace unas semanas los datos anuales de sacerdotes, religiosos o agentes de pastoral asesinados por motivo de su oficio. Pero Open Doors ofrece una información más amplia sobre la realidad del martirio: un total de 1.207 cristianos fueron asesinados en 2016 por motivos religiosos, y 1.329 iglesias sufrieron ataques diversos. Las cifras son inferiores a las de 2015, en parte por las victorias militares de los ejércitos de Nigeria o Iraq.
Como afirma el director de la ONG, “en la época de la imagen recibe más eco un asesinato fotografiado con el móvil, que un millón de personas tratadas como animales. Un cristiano de cada tres sufre una grave forma de persecución en los 50 estados de nuestra investigación. Es más aún que las muertes y atentados a las iglesias: en el fondo, estamos hablando de millones de vidas vejadas y oprimidas a causa de una opción de fe”.
En tantos conflictos regionales, los cristianos son víctima de muchas batallas: la injusticia clama al cielo, porque son combatientes de paz, no de violencia, y menos aún de esa venganza tan oriental del ojo por ojo y diente por diente. Esperando contra toda esperanza, preciso es confiar en la nueva etapa de la ONU abierta por el mandato de António Guterres como secretario general.