El Papa continúa sus catequesis sobre la esperanza y la primera audiencia general del año la ha dedicado al sufrimiento de las madres que han perdido a sus hijos
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy nos fijamos en Raquel, una figura que nos habla de la esperanza en medio del llanto. El profeta Jeremías habla de Raquel que llora en Ramá porque sus hijos, que han salido para el destierro, ya no están. Raquel representa el dolor de tantas madres que también hoy lloran la pérdida de un hijo o de un ser querido y no encuentran consuelo.
Ante el dolor de los demás debemos mostrar una gran delicadeza, y compartir su sufrimiento y su llanto si queremos que nuestras palabras puedan dar un poco de esperanza. Dios responde al llanto de Raquel con una promesa: el pueblo volverá del exilio y vivirá libre en la fe. Las lágrimas de Raquel han engendrado la esperanza.
El evangelio de Mateo retoma este texto de Jeremías y lo aplica a la matanza de los niños en Belén, por parte de Herodes. El Hijo de Dios ha entrado en el dolor de los hombres y lo ha compartido hasta el final. En la cruz, Jesús nos entrega a su madre, convirtiéndola en madre del pueblo creyente. Allí, la muerte es vencida y se cumple de modo pleno la profecía de Jeremías. Las lágrimas de María, como las de Raquel, han engendrado la esperanza y una nueva vida.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos a la Virgen María que nos ayude a tener siempre viva nuestra esperanza en medio del dolor, y que con nuestra delicadeza y ternura sepamos ser instrumentos de la presencia y cercanía de Dios para el que sufre. Les deseo un feliz año. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. En la catequesis de hoy quisiera contemplar con vosotros una figura de mujer que nos habla de la esperanza vivida en el llanto. La esperanza vivida en el llanto. Se trata de Raquel, la esposa de Jacob y madre de José y Benjamín, la que, como nos cuenta el Libro del Génesis, muere al dar a luz a su segundo hijo, o sea a Benjamín.
El profeta Jeremías hace referencia a Raquel dirigiéndose a los Israelitas en el exilio para consolarlos, con palabras llenas de emoción y de poesía; es decir, toma el llanto de Raquel, pero da esperanza: Esto dice el Señor: «Una voz se oye en Ramá, un lamento, un llanto amargo. Es Raquel que llora a sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen» (Jer 31,15).
En esos versículos, Jeremías presenta a esta mujer de su pueblo, la gran matriarca de su tribu, en una realidad de dolor y llanto, pero a la vez con una perspectiva de vida impensada. Raquel, que en el relato del Génesis había muerto dando a luz y asumió la muerte para que el hijo pudiese vivir, ahora en cambio, representada por el profeta como viva en Ramá, allí donde se reunían los deportados, llora por sus hijos que en cierto sentido han muerto yendo al exilio; hijos que, como ella misma dice, “ya no existen”, han desaparecido para siempre.
Y por eso Raquel no quiere ser consolada. Este rechazo expresa la profundidad de su dolor y la amargura de su llanto. Ante la tragedia de la pérdida de sus hijos, una madre no puede aceptar palabras o gestos de consuelo, que son siempre inadecuados, nunca capaces de aliviar el dolor de una herida que no puede ni quiere ser olvidado. Un dolor proporcional al amor.
Cualquier madre sabe todo esto; y son tantas, también hoy, las madres que lloran, que no se resignan a la pérdida de un hijo, inconsolables ante una muerte imposible de aceptar. Raquel recoge en sí el dolor de todas las madres del mundo, de todo tiempo, y las lágrimas de cada ser humano que llora pérdidas irreparables.
Este rechazo de Raquel que no quiere ser consolada nos enseña también cuánta delicadeza se nos pide ante el dolor ajeno. Para hablar de esperanza a quien está desesperado, hay que compartir su desesperación; para enjugar una lágrima del rostro de quien sufre, hay que unir al suyo nuestro llanto. Solo así nuestras palabras pueden ser realmente capaces de dar un poco de esperanza. Y si no puedo decir palabras así, con llanto y dolor, mejor el silencio; la caricia, el gesto, sin palabras.
Y Dios, con su delicadeza y su amor, responde al llanto de Raquel con palabras verdaderas, no fingidas; así prosigue de hecho el texto de Jeremías: Esto dice el Señor, respondiendo al llanto: «Detén tu voz de seguir llorando y tus ojos de las lágrimas, que hay galardón para tu pena −oráculo del Señor−, pues volverán del país enemigo. Hay una esperanza para tu futuro −oráculo del Señor−, pues volverán los hijos a su patria» (Ger 31,16-17).
Precisamente por el llanto de la madre, todavía hay esperanza para los hijos, que volverán a la vida. Esta mujer, que aceptó morir, en el momento del parto, para que el hijo pudiese vivir, con su llanto es ahora principio de vida nueva para los hijos exiliados, prisioneros, alejados de su patria. Al dolor y al llanto amargo de Raquel, el Señor responde con una promesa que ahora puede ser para ella motivo de auténtico consuelo: el pueblo podrá volver del exilio y vivir en la fe, libre, su propia relación con Dios. Las lágrimas han engendrado esperanza. Y esto no es fácil de entender, pero es verdad. Tantas veces, en nuestra vida, las lágrimas siembran esperanza, son semillas de esperanza.
Como sabemos, este texto de Jeremías es luego tomado por el evangelista Mateo y aplicado a la matanza de los inocentes (cfr. 2,16-18). Un texto que nos pone ante la tragedia de la muerte de seres humanos indefensos, al horror del poder que desprecia y suprime la vida. Los niños de Belén mueren a causa de Jesús. Y Él, Cordero inocente, morirá después, a su vez, por todos nosotros. El Hijo de Dios entré en el dolor de los hombres. No se puede olvidar esto. Cuando alguno se dirige a mí y me hace preguntas difíciles, por ejemplo: “Dígame, Padre: ¿por qué sufren los niños?”, de verdad que no sé qué responder. Solo digo: “Mira el Crucifijo: Dios nos ha dado a su Hijo, Él ha sufrido, y quizá allí halles una respuesta”. Pero respuestas de aquí [se señala la cabeza] no hay. Solo mirando el amor de Dios que da a su Hijo que ofrece su vida por nosotros, puede indicar algún camino de consuelo. Y por eso decimos que el Hijo de Dios entró en el dolor de los hombres; ha compartido y aceptado la muerte; su Palabra es definitivamente palabra de consuelo, porque nace del llanto.
Y en la cruz será Él, el Hijo que muere, quien dé una nueva fecundidad a su madre, confiándole al discípulo Juan y haciéndola madre del pueblo de los creyentes. La muerte es vencida, y se cumple así la profecía de Jeremías. También las lágrimas de María, como las de Raquel, han generado esperanza y nueva vida. Gracias.
* * *
Me agrada saludar a los jóvenes, enfermos y recién casados. A vosotros, queridos jóvenes, deseo que sepáis considerar cada día del nuevo año como un don de Dios, para vivir con agradecimiento y rectitud, y siempre yendo adelante. Siempre. Que el nuevo año os traiga a vosotros, queridos enfermos, consuelo en el cuerpo y en el espíritu. Que el Señor esté cerca de vosotros y la Virgen os consuele. Y vosotros, queridos recién casados, comprometeos en realizar una sincera comunión de vida según el plan de Dios.
Ayer llegaron desde Brasil las noticias dramáticas de la masacre sucedida en la cárcel de Manaus, donde un violentísimo enfrentamiento entre bandas rivales ha causado decenas de muertes. Expreso dolor y preocupación por lo ocurrido. Invito a rezar por los difuntos, por sus familiares, por todos los detenidos de esa cárcel y por cuantos allí trabajan. Y renuevo el llamamiento para que las instituciones penitenciarias sean lugares de reeducación y reinserción social, y las condiciones de vida de los detenidos sean dignas de personas humanas. Os invito a rezar por estos detenidos, muertos y vivos, y también por todos los detenidos del mundo, para que las cárceles sean para reinsertar y no estén sobrepobladas; que sean lugares de reinserción. Recemos a la Virgen, Madre de los detenidos: Dios te salve María,…
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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