Durante la Audiencia general de este miércoles, el Papa explica qué ocurre con la esperanza cuando llega el desaliento y la frustración
Queridos hermanos y hermanas
Abrahán es modelo de fe y de esperanza: «creyó, contra toda esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones». Creyó en la palabra de Dios que sería padre, aun cuando pareciera imposible, porque él era anciano y su mujer estéril. Su fe se abrió a una esperanza que parecía absurda, pero así es la esperanza, sorprende y abre horizontes, nos hace soñar lo inimaginable.
El desaliento y la frustración también llegaron a la vida de Abrahán. Él veía pasar el tiempo y la promesa hecha por Dios seguía sin cumplirse, aunque Dios ratificaba una y otra vez su promesa. A Abrahán lo único que le quedaba era confiar en la Palabra del Señor y seguir esperando.
Pero Dios le dio un signo: «mira el cielo y cuenta las estrellas […] así será tu descendencia». Para creer, es necesario saber mirar con los ojos de la fe; a simple vista eran sólo estrellas, pero para Abrahán eran signo de la fidelidad de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los venidos de España y Latinoamérica. Los animo a confiar en el Señor, como lo hizo Abrahán, para que salgamos de nosotros y descubramos su promesa en cada signo y acontecimiento que nos toca vivir. Les deseo un año nuevo lleno de la gracia y bendición de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días. San Pablo, en la Carta a los Romanos, nos recuerda la gran figura de Abraham, para indicarnos la vía de la fe y de la esperanza. De él el apóstol escribe: «Creyó, firme en la esperanza contra toda esperanza, y así llegó a ser padre de muchos pueblos» (Rm 4,18); “firme en la esperanza contra toda esperanza”. Este concepto es fuerte: incluso cuando no hay esperanza, yo espero. Así es nuestro padre Abraham. San Pablo se está refiriendo a la fe con la que Abraham creyó en la palabra de Dios que le prometía un hijo. Pero era realmente un fiarse esperando “contra toda esperanza”, porque era inverosímil lo que el Señor le estaba anunciando, ya que él era anciano −tenía casi cien años− y su mujer era estéril. ¡No era posible! Pero lo dijo Dios, y él creyó. No había esperanza humana porque él era anciano y su mujer estéril: pero él creyó.
Confiando en esa promesa, Abraham se pone en camino, acepta dejar su tierra y volverse extranjero, esperando en ese “imposible” hijo que Dios tenía que darle a pesar de que el seno de Sara ya estaba como muerto. Abraham cree, su fe se abre a una esperanza en apariencia irrazonable; es la capacidad de ir más allá de los razonamientos humanos, de la sabiduría y de la prudencia del mundo, más allá de lo que es normalmente considerado de sentido común, para creer en lo imposible. La esperanza abre nuevos horizontes, hace capaces de soñar lo que no es ni siquiera imaginable. La esperanza hace entrar en la oscuridad de un futuro incierto para caminar en la luz. Es hermosa la virtud de la esperanza; nos da tanta fuerza para caminar por la vida.
Pero es un camino difícil. Y llega el momento, también para Abraham, de la crisis del desconsuelo. Se fio, dejó su casa, su tierra, sus amigos… Todo. Partió, y llegó al país que Dios le había indicado, y pasó el tiempo. En aquel tiempo hacer un viaje así no era como hoy, con los aviones −se hace en pocas horas−; hacían falta meses, ¡años! El tiempo pasa, pero el hijo no viene, el seno de Sara sigue cerrado en su esterilidad.
Y Abraham, no digo que pierda la paciencia, pero se queja al Señor. También esto lo aprendemos de nuestro padre Abraham: quejarse al Señor es un modo de rezar. A veces oigo, cuando confieso: “Me he quejado al Señor…”, y yo respondo: “¡Pues no! ¡Quéjate, Él es padre!”. Y eso es un modo de rezar: quéjate al Señor, eso es bueno. Abraham se queja al Señor diciendo: «“Mi Señor Dios, […] estoy sin hijos, y el heredero de mi casa va a ser Eliézer de Damasco” (Eliézer era el que lo dirigía todo). Y añadió Abraham: “He aquí que no me has dado descendencia y, por tanto, un criado de mi casa me va a heredar”. Pero la palabra del Señor le respondió: “No te heredará ése; sino que te heredará uno que saldrá de tus entrañas”. Entonces le llevó afuera y le dijo: “Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas”; y añadió: “Así será tu descendencia”. Abraham creyó en el Señor, quien se lo contó como justicia» (Gen 15,2-6).
La escena tuvo lugar de noche, fuera estaba oscuro, pero también en el corazón de Abraham estaba la oscuridad de la desilusión, del desánimo, de la dificultad para continuar esperando en algo imposible. El patriarca está ya demasiado entrado en años, parece que no hay tiempo para un hijo, y será un siervo el que pase a heredar todo.
Abraham se está dirigiendo al Señor, pero Dios, aunque está ahí presente y habla con él, es como si ya se hubiese alejado, como si no hubiese tenido fe en su palabra. Abraham se siente solo, está viejo y cansado, la muerte acecha. ¿Cómo seguir fiándose?
Sin embargo, ya esa queja suya es una forma de fe, es una oración. A pesar de todo, Abraham continúa creyendo en Dios y esperando que todavía algo podría pasar. De lo contrario, ¿por qué interpelar al Señor, quejarse a Él, recordarle sus promesas? La fe no es solo silencio que todo lo acepta sin replicar, la esperanza no es certeza que te da seguridad en la duda y en la perplejidad. Sino que muchas veces, la esperanza es oscuridad; pero está ahí la esperanza… que te lleva adelante. Fe es también luchar con Dios, mostrarle nuestra amargura, sin “pías” ficciones. “Me he enfadado con Dios y le he dicho esto, esto y esto…”. Pero Él es padre, y te comprende: ¡vete en paz! ¡Hay que tener valor! Y eso es la esperanza. Y esperanza es también no tener miedo de ver la realidad como es y aceptar las contradicciones.
Abraham pues, en la fe, se dirige a Dios para que le ayude a continuar esperando. Es curioso, no pide un hijo. Pidió: “Ayúdame a continuar esperando”, la oración de tener esperanza. Y el Señor responde insistiendo con su inverosímil promesa: no será un criado el heredero, sino un hijo, nacido de Abraham, engendrado por él. Nada ha cambiado, por parte de Dios. Él sigue repitiendo lo que ya había dicho, y no ofrece asideros a Abraham, para sentirse seguro. Su única seguridad es fiarse de la palabra del Señor y continuar esperando.
Y la señal que Dios da a Abraham es la petición de seguir creyendo y esperando: «Mira al cielo y cuenta las estrellas […] Así será tu descendencia» (Gen 15,5). Es todavía una promesa, es aún algo para esperar en el futuro. Dios lleva fuera de la tienda a Abraham, en realidad lo saca de sus visiones estrechas, y le muestra las estrellas. Para creer, es necesario saber ver con los ojos de la fe; son solo estrellas, que todos pueden ver, pero para Abraham deben ser la señal de la fidelidad de Dios.
Esa es la fe, ese es el camino de la esperanza que cada uno de nosotros debe recorrer. Si también a nosotros nos queda como única posibilidad la de mirar las estrellas, entonces es tiempo de fiarnos de Dios. No hay nada más hermoso. La esperanza no defrauda. Gracias.
* * *
Me alegra enviar un saludo especial a los jóvenes, enfermos y recién casados; yo los llamo “los valientes”, porque hace falta valor para casarse y hacerlo para toda la vida: ¡muy bien! Que los Santos Inocentes mártires, que hoy recordamos, ayuden a todos a ser fuertes en la fe, mirando al divino Niño, que en el misterio de la Navidad se ofrece por toda la humanidad. Queridos jóvenes, sabed vosotros también crecer como él: obedientes a los padres y dispuestos a entender y seguir la voluntad del Padre que está en los cielos. Queridos enfermos, deseo que descubráis, en la vívida luz de Belén, el sentido de vuestro sufrimiento. Y os animo a vosotros, queridos valientes recién casados, a mantener constante, al construir vuestra familia, el amor y la entrega más allá de todo sacrificio, y a no terminar el día sin hacer las paces entre vosotros.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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