El Papa rezó junto con los peregrinos el Ángelus desde la plaza de San Pedro por la Solemnidad de la Inmaculada; por la tarde visitó Piazza di Spagna para venerar la imagen de la Virgen
El dogma de la Inmaculada Concepción que se celebra fue decretado el 8 de diciembre de 1854.
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz fiesta! Las lecturas de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María presentan dos pasajes cruciales en la historia de las relaciones entre hombre y Dios: podríamos decir que nos conducen al origen del bien y del mal. Esos dos pasajes nos llevan al origen del bien y del mal.
El Libro del Génesis muestra el primer no, el no de los orígenes, el no humano, cuando el hombre prefirió mirarse a sí mismo antes que a su Creador, quiso actuar por su cuenta, decidió ser autosuficiente. Pero, haciendo eso, saliendo de la comunión con Dios, se perdió a sí mismo y comenzó a tener miedo, a esconderse y a acusar a quien tenía al lado (cfr. Gen 3,10.12). Esos son los síntomas: el miedo es siempre un síntoma de no a Dios, indica que estoy diciendo no a Dios; acusar a los demás sin fijarse en sí mismo indica que me estoy alejando de Dios. Eso hace el pecado. Pero el Señor no deja al hombre a merced de su mal; en seguida lo busca y le dirige una pregunta llena de cariño: «¿Dónde estás?» (v. 9). Como si dijese: “Quieto, piensa: ¿dónde estás?” Es la pregunta de un padre o de una madre que busca al hijo perdido: “¿Dónde estás? ¿En qué situación te has metido?” Y eso lo hace Dios con mucha paciencia, hasta colmar la distancia creada desde los orígenes. Este es uno de los pasajes.
El segundo pasaje crucial, narrado hoy en el Evangelio, es cuando Dios viene a habitar entre nosotros, se hace hombre como nosotros. Y esto fue posible por medio de un gran sì −el del pecado era el no; este es el sí, es un gran sí−, el de María en el momento de la Anunciación. Por ese sí Jesús comenzó su camino por las sendas de la humanidad; lo comenzó en María, transcurriendo los primeros meses de vida en el seno de su madre: no apareció ya adulto y fuerte, sino que siguió todo el recorrido de un ser humano. Se hizo en todo igual a nosotros, excepto una cosa, aquel no, excepto el pecado. Por eso eligió a María, la única criatura sin pecado, inmaculada. En el Evangelio, con una sola palabra, es llamada «llena de gracia» (Lc 1,28), es decir, colmada de gracia. Quiere decir que, en Ella, desde siempre llena de gracia, no hay sitio para el pecado. Y también nosotros, cuando nos dirigimos a Ella, reconocemos esa belleza: la invocamos “llena de gracia”, sin sombra de mal.
María respondió a la propuesta de Dios diciendo: «He aquí la esclava del Señor» (v. 38). No dice: “bueno, esta vez haré la voluntad de Dios, estoy disponible, pero luego ya veremos…”. No. El suyo es un sí pleno, total, para toda la vida, sin condiciones. Y así como el no de los orígenes cerró el paso del hombre a Dios, así el sí de María abrió el camino a Dios entre nosotros. Es el sí más importante de la historia, el sí humilde que da la vuelta al no soberbio de los orígenes, el sí fiel que cura la desobediencia, el sí disponible que rompe el egoísmo del pecado.
También para cada uno de nosotros hay una historia de salvación hecha de sí y de no a Dios. A veces, sin embargo, somos expertos en los medios sí: somos buenos para disimular no entender bien lo que Dios quiere y la conciencia nos sugiere. Somos incluso astutos, y para no decir un no rotundo a Dios decimos: “Perdona, pero no puedo”, “hoy no, quizá mañana”; “Mañana será mejor, mañana rezaré, haré el bien mañana”. Y esa argucia nos aleja del sí, nos aleja de Dios y nos lleva al no, al no del pecado, al no de la mediocridad. El famoso “sí, pero…”; “sí, Señor, pero….”. Y así cerramos la puerta al bien, y el mal se aprovecha de esos sí que faltan. Cada uno tiene una colección dentro. Pensemos, y encontraremos tantos sí que faltan. En cambio, cada sí pleno a Dios da origen a una historia nueva: decir sí a Dios es verdaderamente “original”, es origen; no el pecado, que nos hace viejos por dentro. ¿Habéis pensado esto, que el pecado nos envejece por dentro? ¡Nos envejece pronto! Cada sí a Dios origina historias de salvación para nosotros y para los demás. Como María con su sí.
En este camino de Adviento, Dios desea visitarnos y espera nuestro sí. Pensemos: ¿yo, hoy, qué sí debo decir a Dios? Pensémoslo, nos hará bien. Y encontraremos la voz del Señor dentro de Dios, que nos pide algo, un paso adelante. “Creo en Ti, espero en Ti, Te amo; cúmplase en mí tu voluntad de bien”. Eso es el sí. Con generosidad y confianza, como María, digamos hoy, cada uno, ese sí personal a Dios.
Queridos hermanos y hermanas, ayer un fuerte terremoto sacudió la isla de Sumatra, en Indonesia. Deseo asegurar mi oración por las víctimas y por sus familiares, por los heridos y por cuantos han perdido su casa. Que el Señor dé fuerza a la población y sostenga las labores de socorro.
Saludo con cariño a todos, peregrinos presentes hoy, especialmente a las familias y a los grupos parroquiales. Saludo a los fieles de Rocca di Papa con la antorcha navideña, al grupo “Proyecto Rebeca” que se ocupa de los niños necesitados, y a los fieles de Biella.
En esta fiesta de María Inmaculada la Acción Católica Italiana vive la renovación de la adhesión. Dirijo un pensamiento especial a todas sus asociaciones diocesanas y parroquiales. Que la Virgen bendiga la Acción Católica y la haga cada vez más escuela de santidad y de generoso servicio a la Iglesia y al mundo.
Esta tarde acudiré a Plaza de España para renovar el tradicional acto de homenaje y de oración a los pies del monumento a la Inmaculada. Después iré a Santa María La Mayor a rezar a la Salus Populi Romani. Os pido que os unáis espiritualmente a mí en este gesto, que expresa la devoción filial a nuestra Madre celestial.
A todos deseo una buena fiesta y un buen camino de Adviento con la guía de la Virgen María. Por favor, no olvidéis de rezar por mí. ¡Buen apetito y hasta pronto!
Como es tradición, el Obispo de Roma se dirigió a la Plaza de España a las cuatro de la tarde para rendir homenaje junto con los fieles romanos y peregrinos a la Reina del Cielo.
Con devoción filial el Papa rezó la siguiente oración:
O María, Madre nuestra Inmaculada,
en el día de tu fiesta vengo a Ti, y no vengo solo:
traigo conmigo a todos los que tu Hijo me ha confiado,
en esta Ciudad de Roma y en el mundo entero,
para que Tú los bendigas y los salves de los peligros.
Te traigo, Madre, a los niños,
especialmente los que están solos, abandonados,
y que por eso son engañados y explotados.
Te traigo, Madre, a las familias,
que sacan adelante la vida y la sociedad
con su compromiso ordinario y escondido;
de modo particular las familias con más dificultades
por tantos problemas internos y externos.
Te traigo, Madre, a todos los trabajadores, hombres y mujeres,
y te encomiendo sobre todo a quien, por necesidad,
se ve obligado a hacer un trabajo indigno
y a quien ha perdido el trabajo o no logra encontrarlo.
Necesitamos tu mirada inmaculada,
para recuperar la capacidad de mirar a las personas y a las cosas
con respeto y reconocimiento,
sin intereses egoístas o hipocresías.
Necesitamos tu corazón inmaculado,
para amar de manera gratuita,
sin segundas intenciones sino buscando el bien del otro,
con sencillez y sinceridad, renunciando a caretas y maquillaje.
Necesitamos tus manos inmaculadas,
para acariciar con ternura,
para tocar la carne de Jesús
en los hermanos pobres, enfermos, despreciados,
para levantar al que ha caído y sostener a quien vacila.
Necesitamos tus pies inmaculados,
para ir al encuentro de quien no sabe dar el primer paso,
para caminar por los senderos de quien está perdido,
para ir a encontrar a las personas solas.
Te agradecemos, o Madre, porque mostrándote a nosotros
libre de toda mancha de pecado,
Tú nos recuerdas que antes de todo está la gracia de Dios,
está el amor de Jesucristo que dio la vida por nosotros,
está la fuerza del Espíritu Santo que todo lo renueva.
Haz que no cedamos al desánimo,
sino que, confiando en tu constante ayuda,
nos esforcemos a fondo por renovarnos a nosotros mismos,
a esta Ciudad y al mundo entero.
¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios!
El Santo Padre depositó a los pies de la Virgen Santísima una corona de rosas blancas y después de saludar a las autoridades y a los fieles presentes, se dirigió a la Basílica de Santa María La Mayor, para rezar ante la imagen de la Salus Populi Romani.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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