ZENIT.org (Entrevista de Nieves San Martín)
Los efectos colaterales del viaje se mueven en el plano de los pasos adelante en el marco de los derechos humanos, en un aumento de la solidaridad que mitigue el egoísmo humano, en una aceleración histórica de las libertades (en especial, la libertad religiosa) y, en definitiva, en una mayor conciencia de las exigencias de un verdadero ser humano
Entrevista a Rafael Navarro-Valls, catedrático y académico de la Real Academia de Jurisprudencia, así como consultor del Consejo Pontificio para la Familia. Analiza el significado del viaje apostólico de Benedicto XVI a América Latina y afirma que el Papa llega a México y Cuba con un mensaje de esperanza para un continente que, junto con China, marcará el futuro de la humanidad.
¿Cuál es el significado de este segundo viaje a Latinoamérica?
Por encima de justificaciones oficiales de mayor o menor entidad —bicentenario de la independencia de México y 400 aniversario de la Virgen del Cobre, patrona de Cuba— es claro que el objetivo principal, como se ha dicho, es “pagar una deuda pendiente” con la América hispana. Con esa América en la que vive casi la mitad de todos los católicos del mundo y que, más arriba, en Estados Unidos, se va concentrando una ingente colonia hispana de enorme valor para el catolicismo estadounidense.
Si a eso se une que, el catolicismo de trasfondo hispano en América, sufre el doble ataque del sincretismo religioso y de la influencia cada vez mayor del relativismo que llega de Europa, en especial, de España, se entiende que Benedicto XVI quiera con su presencia vigorizar las raíces del catolicismo hispanoamericano. Su motivación prioritaria es reavivar la tradición católica de los pueblos latinoamericanos, lanzando desde México (91,89% de bautizados en la Iglesia católica) y Cuba (60,19%) un mensaje de esperanza para el continente que, junto con China, marcará el futuro de la humanidad. Este objetivo es evidente desde que el Papa ha puesto los pies en México y en sus primeras palabras para Cuba.
Desde luego, no falta quien ve “oscuras motivaciones políticas” en el viaje a Cuba y México. Pero resulta irónico pensar que Benedicto XVI esté, por un lado, echando una mano a los comunistas hermanos Castro (como opina un sector de la disidencia cubana) y, por otro, apoyando al conservador PAN de Felipe Calderón (como sostiene alguna izquierda mexicana).
¿Cuáles son los principales desafíos que afronta México en este momento?
Es claro que en México existen multitud de familias divididas o forzadas a la migración, el flagelo de la pobreza que azota un amplio sector social, la corrupción política y empresarial campando por sus respetos, la violencia extrema del narcotráfico, la crisis de valores que desemboca en violencia doméstica y en criminalidad.
El propio Benedicto XVI ha ido enumerando lúcidamente estos desafíos en su alocución ayer, después de la multitudinaria celebración de la eucaristía en el Parque Bicentenario de León. A estos desafíos se une, para la Iglesia católica, la necesidad de una mayor libertad religiosa, que conecte la constitución mexicana con las grandes Declaraciones de derechos humanos. En este momento en el Senado mexicano hay un proyecto de ley en este sentido, apoyado por todas las confesiones religiosas presentes en México.
Por lo demás, existe un desafío espiritual —común, por lo demás, a muchos países— que es superar “la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente”. Es decir, vencer el cansancio de la fe y recuperar la alegría de ser cristiano. Si se analizan las intervenciones del Papa en estos días en México todos y cada uno de estos desafíos están presentes.
¿Cuáles son los principales desafíos que afronta Cuba en este momento?
Cuba se encuentra abocada —lo quiera o no— a una “primavera cubana”, con algún parecido a la situación de los países del Este a finales de los 80 y a la “primavera árabe” de estos años. No hay que olvidar que el régimen cubano está agonizando. El problema es que, en sus momentos finales, no desate la violencia.
Por eso, desde fuera y me parece que la diplomacia vaticana lo comprende, no conviene acelerar la agonía con acciones más o menos desestabilizadores. Se habla de una especie de “Ostpolitik a escala caribeña”, que haga posible una verdadera libertad religiosa. Si esta, la primera de las libertades se acepta, detrás vendrán las restantes.
¿Logrará la visita de Benedicto XVI aquello que se convirtió en síntesis de la predicación de Juan Pablo II en la bella isla caribeña: que "Cuba se abra al mundo y que el mundo se abra a Cuba"?
Desde mi punto de vista ambas cosas son inevitables. La anomalía política cubana necesita asomarse —como ha hecho esa otra gran anomalía política que es China— al mundo occidental que rodea la última muralla que, en Occidente, separa a todo un pueblo de la libertad. Lo cual significa abrir de una vez los grilletes ideológicos que aún aprisionan al pueblo cubano.
¿Qué frutos se pueden esperar de esta visita?
Los frutos de un viaje papal tienen un efecto directo y otros colaterales. El primero es silencioso: el que ocurre en el fondo de las almas que reciben el mensaje cristiano. ¿Quién puede mensurar el aumento de fe, esperanza y caridad en el fondo de las personas? A veces los expertos se preguntan: "¿queda algo después de cada uno de esos viajes?”
Esta misma pregunta hice una vez a un cercano colaborador de Juan Pablo II. Me contestó con una anécdota. En Kinsangani, a orillas del río Congo, en una noche de calor sofocante y después de una jornada agotadora, esa persona preguntó a un joven misionero al que la malaria y las dificultades materiales habían convertido en un anciano prematuro. ¿Valía la pena que viniera el Papa aquí unas horas?. “No puedo hacer balance”, respondió el interlocutor, “de lo que Dios quiera hacer aquí. Pero aunque sólo quedara el bien que ha hecho a mi alma estar con el Papa en este rincón perdido del mundo, estaría justificado su viaje”.
Los efectos colaterales se mueven en el plano de los pasos adelante en el marco de los derechos humanos, en un aumento de la solidaridad que mitigue el egoísmo humano, en una aceleración histórica de las libertades (en especial, la libertad religiosa) y, en definitiva, en una mayor conciencia de las exigencias de un verdadero ser humano. Pero estas metas no se alcanzan en un instante: es cuestión de tiempo… y paciencia.
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