El Santo Padre anunció que en las próximas semanas dedicará al menos una catequesis a cada obra de misericordia
Texto de la catequesis del Papa en español
Queridos hermanos y hermanas:
En las catequesis anteriores hemos reflexionado sobre el misterio de la misericordia de Dios, desde el actuar del Padre en el Antiguo Testamento hasta el de Jesús, quien a través de las narraciones evangélicas, se nos muestra, en sus palabras y en sus gestos, como la encarnación misma de la Misericordia.
No es suficiente haber experimentado la misericordia de Dios en nuestra vida, debemos ser su signo e instrumento a través de pequeños gestos concretos. Estos tienen valor a los ojos del Señor, hasta el punto de ser el criterio sobre el que seremos juzgados. La Iglesia ha llamado a estos pequeños gestos «obras de misericordia corporales y espirituales», que tocan las exigencias más importantes y esenciales de las personas.
En un mundo donde reina la indiferencia, las obras de misericordia son el mejor antídoto contra ella, porque nos educan a estar atentos a las necesidades más elementales de nuestros «hermanos más pequeños» y vulnerables. En las próximas catequesis meditaremos sobre cada una de estas obras, que son el modo concreto de vivir la misericordia, y hacer nuestra fe viva y operosa con la caridad.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los provenientes de España y Latinoamérica. Que el Espíritu Santo encienda en nosotros el deseo de practicar las obras de misericordia, para que nuestros hermanos sientan presente a Jesús, que no los abandona en sus necesidades sino que se hace cercano y los abraza con ternura. Muchas gracias.
Texto completo de la catequesis del Papa traducida al español
En las catequesis precedentes nos hemos ido adentrando poco a poco en el gran misterio de la misericordia de Dios. Hemos meditado el obrar del Padre en el Antiguo Testamento y luego, a través de los relatos evangélicos, hemos visto cómo Jesús, en sus palabras y gestos, es la encarnación de la Misericordia. Él, a su vez, enseñó a sus discípulos: «Sed misericordiosos como el Padre» (Lc 6,36). Es un compromiso que interpela la conciencia y la acción de todo cristiano. Pues no basta experimentar la misericordia de Dios en la propia vida; es preciso que quien la reciba se convierta también en signo e instrumento para los demás. La misericordia, además, no está reservada solo a momentos particulares, sino que abraza toda nuestra existencia diaria.
Así pues, ¿cómo podemos ser testigos de misericordia? No pensemos que se trata de hacer grandes esfuerzos o gestos sobrehumanos. No, no es eso. El Señor nos indica una senda mucho más sencilla, hecha de pequeños gestos pero que a sus ojos tienen un gran valor, hasta el punto de que nos dijo que seremos juzgados por eso. De hecho, una de las páginas más hermosas del Evangelio de Mateo nos relata la enseñanza que podríamos considerar de algún modo como el “testamento de Jesús” por parte del evangelista, que experimentó directamente en sí mismo la acción de la Misericordia. Jesús dice que cada vez que damos de comer a quien tiene hambre y de beber a quien tiene sed, que vestimos a una persona desnuda y acogemos a un forastero, que visitamos a un enfermo o a un encarcelado, se lo hacemos a Él (cfr. Mt 25,31-46). La Iglesia ha llamado a esos gestos “obras de misericordia corporales”, porque socorren a las personas en sus necesidades materiales.
Pero también hay otras siete obras de misericordia llamadas “espirituales”, que se refieren a otras exigencias igualmente importantes, sobre todo hoy, porque tocan lo íntimo de las personas y suelen hacer sufrir más. Todos ciertamente nos acordamos de una que ha entrado en el lenguaje común: “Soportar pacientemente a las personas molestas”. ¡Y las hay, eh! ¡Hay personas molestas! Podría parecer algo poco importante, que nos hace sonreír; en cambio contiene un sentimiento de profunda caridad; y así es también para las otras seis, que es bueno recordar: aconsejar a los que dudan, enseñar a los que no saben, corregir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, rezar a Dios por los vivos y muertos. ¡Son cosas de todos los días! “Es que estoy afligido…”. “Pues Dios te ayudará, porque yo no tengo tiempo”. ¡No! Me paro, lo escucho, pierdo el tiempo y lo consuelo. Eso es un gesto de misericordia, y eso se le hace no solo a él, ¡se le hace a Jesús!
En las próximas Catequesis nos detendremos en estas obras, que la Iglesia nos presenta como el modo concreto de vivir la misericordia. En el curso de los siglos, muchas personas sencillas las han puesto en práctica, dando así genuino testimonio de la fe. La Iglesia, además, fiel a su Señor, nutre un amor preferencial por los más débiles. A menudo son las personas más cercanas a nosotros las que necesitan nuestra ayuda. No hay que ir a la búsqueda de quién sabe qué empresas que realizar. Es mejor empezar por las más sencillas, que el Señor nos indica como las más urgentes. En un mundo desgraciadamente afectado por el virus de la indiferencia, las obras de misericordia son el mejor antídoto. Nos educan en la atención en las exigencias más elementales de nuestros «hermanos más pequeños» (Mt 25,40), en los que está presente Jesús. Siempre Jesús está presente ahí. Donde hay una necesidad, una persona que tiene una necesidad, ya sea material o espiritual, Jesús está ahí. Reconocer su rostro en el de aquel que tiene necesidad es un verdadero desafío contra la indiferencia. Nos permite estar siempre vigilantes, evitando que Cristo nos pase al lado sin que lo reconozcamos. Vuelve a la mente la frase de San Agustín: «Timeo Iesum transeuntem» (Serm., 88,14,13), “Temo que el Señor pase” y no lo reconozca; que el Señor pase delante de mí en una de esas personas pequeñas, necesitadas, y yo no me dé cuenta de que es Jesús. ¡Temo que el Señor pase y no lo reconozca! Me he preguntado por qué San Agustín dijo temer el paso de Jesús. La respuesta, desgraciadamente, está en nuestros comportamientos: porque a menudo estamos distraídos, indiferentes, y cuando el Señor nos pasa cerca perdemos la ocasión del encuentro con Él.
Las obras de misericordia despiertan en nosotros la exigencia y la capacidad de hacer viva y activa la fe con la caridad. Estoy convencido de que a través de esos simples gestos diarios podemos hacer una verdadera revolución cultural, como lo fue en el pasado. Si cada uno de nosotros, cada día, hace una de estas, ¡eso será una revolución en el mundo! Pero todos, cada uno de nosotros. ¡Cuántos Santos son recordados todavía hoy no por las grandes obras que realizaron sino por la caridad que supieron trasmitir! Pensemos en la Madre Teresa, canonizada hace poco: no la recordamos por las muchas casas que abrió en el mundo, sino porque se inclinaba ante toda persona que encontraba en medio de la calle para devolverle la dignidad. ¡Cuántos niños abandonados estrechó entre sus brazos!; ¡cuántos moribundos acompañó hasta el umbral de la eternidad agarrándoles la mano! Estas obras de misericordia son los rasgos del Rostro de Jesucristo que cuida de sus hermanos más pequeños para llevar a cada uno la ternura y la cercanía de Dios. Que el Espíritu Santo nos ayude, que el Espíritu Santo encienda en nosotros el deseo de vivir con ese estilo de vida: al menos hacer una cada día, ¡al menos! Aprendamos de nuevo de memoria las obras de misericordia corporales y espirituales, y pidamos al Señor que nos ayude a ponerlas en práctica cada día y en el momento en el que veamos a Jesús en una persona que pasa necesidad.
Al finalizar la audiencia general, Francisco volvió a mostrar su preocupación por Siria e "imploró” que se decrete un alto el fuego que permita al menos la evacuación de los civiles, sobre todo de los niños, que están atrapados bajo crueles bombardeos