La prudencia es también −lo señala así el diccionario de la RAE−, una virtud que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello
Si buscas el verbo confiar en el diccionario de la RAE verás que tiene varias acepciones. Hoy quiero subrayar dos.
Me refiero, concretamente, a ‘depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa’ y ‘esperar con firmeza y seguridad’.
1. Cuando uno confía de verdad en quien debe, se queda tranquilo; como dejaba ver Teresa de Ávila: nada le turba, nada le espanta.
2. Aunque escribía Quevedo que el mayor despeñadero es la confianza, hoy te voy a demostrar que no. Y que incluso puede ser… todo lo contrario.
3. La realidad es que todas las personas, como seres sociales, necesitamos tener a alguien de quien fiarnos, en quien confiarnos. Ya escribía Graham Greene que ‘es imposible ir por la vida sin confiar en nadie. Es como estar preso en la peor de las celdas: uno mismo’.
4. Es curioso que, cuando uno analiza citas sobre la confianza, encuentra sobre todo menciones a lo arriesgado de tenerla; o de darla. Sin embargo, comparto con Epicteto (filósofo griego que vivió la mayor parte de su vida como esclavo en Roma) que −al menos a veces− confiamos porque somos precavidos.
5. Naturalmente, ello siempre que sepamos elegir bien de quién fiarnos. Ya recomendaba George Washington −debía de saber mucho de eso como político que fue−: ‘Sé cortés con todos, pero con pocos íntimo y cuida a quién le das tu confianza’.
6. En fin, que te he puesto cinco citas de autor y culmino con otra anónima (confío en que mis búsquedas en Internet no me hayan engañado: me fío). Dice así: ‘La muerte de la confianza es el principio de la desgracia’.
Y ¿a qué viene todo esto? A que hoy tocaba post y ayer me llamó mi madre por teléfono. Providencialmente, me contó una historia que me hizo pensar; y no poco. Y encima, me sirve para esta entrada del blog. Ya sabes que no es inusual lo de los colaboradores: hay personas que han escrito un post −o más− en Dame tres minutos ‘de su puño y letra’, como José Antonio, Edita, Natalia, Maribel… Y otras que −las cite o no− me crean un destello, un chispazo, o un incendio: Silvia, Javier, José Fernando, Matías, etc.
Esta semana pasada ha sido dura. Tengo una persona amiga… grave. Disculpa que por respeto a su intimidad solo ‘lea hasta aquí’. Si quieres, ofrécele un rezo. En mi preocupación, estuve en un tris de hacer un post con un avemaría −dura bastante menos de tres minutos−, para difundirla por la web. Pero bastan estas líneas, si tú quieres. Muchas gracias.
El caso es que no tengo la cabeza muy centrada ni el corazón con demasiadas alegrías… Pero no voy a perder la fe. Aquí nadie tira la toalla.
“Pedro, escalador de alta montaña, sufría graves dificultades en su solitario ascenso a la cumbre. El tiempo se había complicado mucho. Todo estaba poniéndose muy oscuro. La nieve caía sin cesar y una enorme cortina blanca apenas dejaba ver más allá de un palmo. De pronto, Pedro resbaló y… se precipitó en el vacío. Solo la cuerda de escalada propició que el deportista quedara colgando.
Hacía mucho frío y, con un gran susto en el cuerpo, Pedro suplicaba una y otra vez: ‘¡Dios mío, sálvame!’.
Poco tiempo había transcurrido cuando escuchó una voz potente que le decía: ‘Corta la cuerda’. Pero el escalador pensaba para sí: ‘¡Corta la cuerda! No estoy tan loco. Aguantaré hasta el amanecer’. La voz insistía: ‘Pedro, corta la cuerda’. Una y otra vez: ‘Córtala’. Hasta que el alpinista dejó de escuchar…
Recién habría amanecido cuando unos montañeros que emprendían una subida, en un día que se anunciaba frío pero soleado, encontraron al escalador. Colgado; sujetado su arnés por la cuerda de seguridad. Pedro había fallecido congelado.
Congelado y colgado de la soga… a medio metro del suelo. ¡50 centímetros era todo el salto que se le pedía!”.
Cortar la cuerda, salir de la ‘zona de confort’, parece en ocasiones imprudente. Pero la prudencia, también lo señala así el diccionario de la RAE, es una virtud que consiste en discernir y distinguir lo que es bueno o malo, para seguirlo o huir de ello.
A veces, la prudencia exige actuar. Sobre todo, si te lo aconsejan, con buena fe y gran conocimiento, aquellos de quienes te puedes fiar.
Si crees que esta historia puede ayudar a alguien −aunque sea a rezar esa avemaría−, difúndela. Harás bien.
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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