El equilibrio psíquico de los seres humanos no depende de cambiantes percepciones subjetivas
La llamada ideología de género ni es evidente ni ha sido demostrada por nadie. Y sin embargo es presentada ante la opinión pública como una verdad palmaria y obvia. Se cumple así una buena definición de fraude: presentar una afirmación indemostrable como demostrada y difundirla entre un público que no sabe lo que es una demostración.
Lo evidente no necesita demostración: evidentes son la experiencia sensible y los primeros principios del ente: el de no contradicción (no se puede ser y no ser, a la vez y con respecto a lo mismo) y el de identidad (toda cosa es idéntica a sí misma y distinta de las demás). Todas las demostraciones científicas presuponen estos principios. Y las conclusiones hay que contrastarlas con la realidad.
Para los seres materiales es válido el método “científico”: hipótesis, verificación, teoría, con uso instrumental de las matemáticas. En muchas ocasiones no hay plena certeza, sino probabilidad. Para los comportamientos humanos libres sirven las ciencias filosóficas, como la antropología y la ética; apenas sirven las matemáticas.
En toda realidad podemos distinguir la esencia (aquello por lo cual la cosa es lo que es) y los accidentes, que son aspectos secundarios y menos relevantes. El llamado género no es para el hombre ni su esencia o naturaleza ni un accidente. Lo que sí está claro es que el ser humano tiene cuerpo y alma: consta en su naturaleza de materia y espíritu, es un espíritu encarnado. Es un animal racional.
Es también patente que el hombre es sexuado por naturaleza. El sexo no es un “accidente”, un añadido convencional. No hay ser humano asexuado. La sexualidad es un aspecto esencial, que abarca armónicamente los aspectos biológico-corporales, los psíquicos y los espirituales. El ser humano existe en dos versiones: varón y mujer. Esa distinción es complementariedad y raíz de la propagación de la especie humana.
El género no es una evidencia, ni una conclusión científica. Sería “una construcción cultural (independiente del sexo), que crea la verdadera naturaleza de cada individuo”. Ninguno de sus partidarios ha dado una prueba fehaciente. Esto no tiene ninguna evidencia, ni inmediata ni mediata, pero sí la distinción de los sexos masculino y femenino.
Si se entiende como “orientación sexual” el rechazo del propio sexo, es una patología. El síndrome transexual es una patología, una psicosis. No indica normalidad, sino todo lo contrario. Los roles son propios del teatro, no de la vida. El equilibrio psíquico de los seres humanos no depende de cambiantes percepciones subjetivas. La esencia o naturaleza humana no es cambiante, como muestra claramente la literatura universal y las más diversas tradiciones culturales.
Hay dos modos de ser para la persona humana. Los aspectos esenciales se dan siempre: no son compartidos por otra especie y definen al hombre: código genético de 46 cromosomas; capacidad de pensar, amar y autodirigirse libremente. Habiendo una igualdad esencial-radical entre todos los hombres, es una aberración la esclavitud, los genocidios, el “derecho a decidir” un aborto, los “derechos humanos” de los animales.
Varón y mujer son distintos: en los cromosomas (XY en los varones) y (XX en las mujeres), en las asimetrías anatómicas y fisiológicas de los cuerpos, en los modos de pensar, amar y sentir. No es sólo la vestimenta y la apariencia externa. La cultura unisex es un debilitamiento de masculinidad y feminidad, y una decadencia cultural.
La vida y la propagación de la especie humana reclaman la existencia del matrimonio: unión amorosa y fecunda entre varón y mujer, con la crianza y la educación de los hijos. La maternidad y la paternidad son necesarias. La maternidad como acogida incondicional; la paternidad como encarnación de la autoridad. Con amables decisiones compartidas.
Lejos de este modelo las conductas enfermizas: machista, feminista radical, afeminada, marimacho, travestida, transexual, homosexual, bisexual, pederasta, zoófila, promiscua sexual, necrófila.