Te animo a que, cuando vengan mal dadas y… no lo puedas evitar, recuerdes eso de que “no hay mal que cien años dure…”. Y olvides eso de “…ni cuerpo que lo resista”, que añadía aquél
Esto de la mala suerte es relativo. Sí, ya sé que nos gusta acogernos a ella como recurso. Y buscar un hombro en el que llorar la nuestra. Aunque a veces nos precipitamos al hacerlo porque, en la vida, “hasta el rabo todo es toro”. Y así, un día lo que parecía mala suerte es una grandísima fortuna: que se lo pregunten si no a cualquiera de esas personas que sacan en la tele cada vez que hay una catástrofe aérea y a las que entrevistan porque perdieron el vuelo y, en el último momento, hicieron un quiebro al destino.
Alguno creerá que la historia que viene a continuación es un cuento chino pero nos va a servir para, sin necesidad de ir al aeropuerto, ver que no hay mal que por bien no venga.
Leí que érase una vez un campesino chino, tan pobre como sabio, que trabajaba la tierra junto a su hijo. Un día éste le comentó: “Padre, qué desgracia, se nos ha ido el caballo”. Su padre respondió: “Veremos lo que trae el tiempo”. A los pocos días el caballo regresó, acompañado de otro caballo. Unos días después, el muchacho quiso montar el caballo nuevo, y éste, no acostumbrado al jinete, se encabritó y lo lanzó al suelo. El chaval, en la caída, se quebró una pierna. “Padre, qué desgracia, me he roto la pierna”. Y el padre sentenció: “Veamos lo que trae el tiempo…”. El muchacho se quejaba. Pocos días después pasaron por la aldea los enviados del rey, buscando jóvenes para llevárselos a la guerra. Fueron a la casa del anciano pero como vieron al hijo con la pierna entablillada lo dejaron y siguieron de largo. El joven comprendió entonces que nunca hay que dar ni la desgracia ni la fortuna como absolutas, sino que hay que darle tiempo al tiempo, para ver si algo es malo o bueno.
Esto me recuerda bastante a lo que os conté en “La suerte del infortunio”. No dejes de ver el post (enlace). El vídeo que tienes allí es magnífico.
Decía Carlo Dossi, escritor italiano, que “el último escalón de la mala suerte es el primero de la buena”. Apúntatelo. Aunque más de uno comentará que sí, que eso está muy bien, pero que para cuando llegas al último escalón… ya no te queda resuello. En fin, que cuando te toque subir te sirva como ayuda:
● saber que estás haciendo músculo y
● ese refrán de que “la constancia decisiva vence, al fin, la suerte esquiva”.
Sentenciaba Epícteto de Frigia que “en la prosperidad es muy fácil encontrar amigos, en la adversidad no hay nada más difícil”. Pues yo discrepo: amigos, lo que se dice amigos, cuando más fácil los encuentras −aunque se puedan contar con los dedos de la mano− es en los momentos difíciles. Esos momentos en los que otros que decían serlo ya se han ido (para tu fortuna, porque no eran tales).
Si te hablo de presuntos amigos y mala suerte, no puedo evitar traerte una cita sobre la mala suerte y aquéllos. Y ya puestos, como las cerezas (¡qué suerte tienes!), la mezclo entre otras citas más:
1. Afirmaba el dramaturgo francés Pierre Corneille que “hablando de nuestras desgracias las aliviamos”. Creo que es así, que todos sentimos en ocasiones la necesidad de compartir nuestra frustración o pesar. Pero recuerda hacerlo aún más con las alegrías, no sea que parezcas la campana de la agonía.
2. Ahora bien, debemos ser conscientes de ante quién nos desahogamos. Ya advertía otro escritor, esta vez el inglés Charles C. Colton, que “la mayor parte de nuestras desgracias resultan más soportables que los comentarios que de ellas hacen nuestros amigos”. Colton y Epícteto debían de tener el mismo concepto de la amistad… Recuerda, en cualquier caso, amigo, amiga, que:
3. “Las desgracias más temidas son, de ordinario, las que no llegan nunca”. Lo señalaba James R. Lowell, escritor norteamericano. Y lo dice la experiencia. Algo de esto te comentaba yo en “No te tomes tan en serio” (enlace).
4. “Lo que forma nuestra suerte no es lo que experimentamos, sino nuestra manera de sentirlo”. Henri Beyle, Stendhal, escritor francés.
Esto último −nuestra manera de sentirlo− me recuerda un chiste que quería contarte y, mira, he tenido la suerte de poder hacerlo hoy:
Este es un señor bien vestido que, en el extranjero, entra a una joyería, maletín en mano, y le dice al dueño del establecimiento: “Mire, soy inspector de hacienda y vengo a iniciar una revisión. No durará mucho más de media hora, así que si no le importa, cierre el establecimiento, baje las persianas y lo haremos con la discreción que el tema merece”.
El joyero, lívido, sigue las indicaciones de cerrar puerta y bajar persianas y en ese mismo momento quien se había presentado como inspector abre el maletín saca una pistola y dice al titular del negocio: ¡Manos arriba, esto es un atraco!.
El dueño de la joyería, resopla y le dice al atracador: “¡C*****, qué susto me habías dado!”.
Así que ya ves, como en el chiste (que no ocurrió en España, no quiero líos, jeje), todo depende de la actitud, de la manera de sentirlo.
Por eso te animo a que, cuando vengan mal dadas y… no lo puedas evitar, recuerdes eso de que “no hay mal que cien años dure…”. Y olvides eso de “…ni cuerpo que lo resista”, que añadía aquél.
Post Data: No sé si las citas son 13… ¡A ver si hay suerte!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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