Francisco pregunta a los jóvenes si quieren realmente permanecer adormecidos y embobados, y que otros decidan el fututo por ellos, o más bien luchar por su futuro
En la vigilia de oración, durante la Jornada Mundial de la Juventud, los jóvenes se han encontrado con los rostros de tantos otros, de todo el mundo, que no son anónimos sino miembros de una misma familia. “Nuestra respuesta a este mundo en guerra −les ha dicho Francisco− tiene un nombre: se llama fraternidad, se llama hermandad, se llama comunión, se llama familia” (Palabras durante la Vigilia de oración, Cracovia, 30-VII-2016).
Después de la muerte de Jesús y antes de Pentecostés, los apóstoles estaban encerrados por miedo, atenazados por el entorno, arrinconados en una pequeña habitación, quietos y paralizados. “En ese contexto −señala el Papa−, pasó algo espectacular, algo grandioso. Vino el Espíritu Santo y unas lenguas como de fuego se posaron sobre cada uno, impulsándolos a una aventura que jamás habrían soñado. La cosa cambia totalmente”.
También hoy en nuestro mundo −ha explicado Francisco−, muchos experimentan el miedo que conduce al encierro, a la parálisis, a sentir que en nuestras ciudades ya no hay espacio para crecer, soñar y crear, para mirar horizontes, en definitiva, para vivir. Y esto es un gran mal porque la parálisis nos lleva a perder el encanto de disfrutar del encuentro y de la amistad, del encanto de soñar juntos y de caminar con los otros.
“Pero −advierte− en la vida hay otra parálisis todavía más peligrosa y muchas veces difícil de identificar; y que nos cuesta mucho descubrir. Me gusta llamarla la parálisis que nace cuando se confunde felicidad con un sofá. Sí, creer que para ser feliz necesitamos un buen sofá. Un sofá que nos ayude a estar cómodos, tranquilos, bien seguros. Un sofá −como los que hay ahora modernos con masajes adormecedores incluidos− que nos garantiza horas de tranquilidad para trasladarnos al mundo de los videojuegos y pasar horas frente al ordenador. Un sofá contra todo tipo de dolores y temores. Un sofá que nos haga quedarnos en casa encerrados, sin fatigarnos ni preocuparnos”.
Ese sofá, continúa explicando, es probablemente “la parálisis silenciosa que más nos puede perjudicar, ya que poco a poco, sin darnos cuenta, nos vamos quedando dormidos, nos vamos quedando embobados y atontados mientras otros −quizás los más vivos, pero no los más buenos− deciden el futuro por nosotros. Es cierto, para muchos es más fácil y beneficioso tener a jóvenes embobados y atontados que confunden felicidad con un sofá; para muchos eso les resulta más conveniente que tener jóvenes despiertos, inquietos respondiendo al sueño de Dios y a todas las aspiraciones del corazón”.
A partir de ahí Francisco pregunta a los jóvenes si quieren realmente permanecer adormecidos y embobados, y que otros decidan el fututo por ellos, o más bien luchar por su futuro.
La verdad, observa, es que “no vinimos a este mundo a ‘vegetar’, a pasarlo cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar huella. Es muy triste pasar por la vida sin dejar huella. Pero cuando optamos por la comodidad, por confundir felicidad con consumir, entonces el precio que pagamos es muy, pero que muy caro: perdemos la libertad. Ese es el precio y hay mucha gente que quiere que los jóvenes no sean libres. Eso no, tenemos que defender nuestra libertad”.
He ahí −apunta Francisco− precisamente una gran parálisis: “Cuando comenzamos a pensar que felicidad es sinónimo de comodidad, que ser feliz es ir por la vida dormido o narcotizado, que la única manera de ser feliz es ir como atontado. Es cierto que la droga hace mal, pero hay muchas otras drogas socialmente aceptadas que nos terminan volviendo tanto o más esclavos. Unas y otras nos despojan de nuestro mayor bien: la libertad”.
Frente a esa situación, el Papa les propone la figura de Jesús, que es, les dice a los jóvenes con bella imagen, “el Señor del riesgo, del siempre más allá”. No el Señor del confort, de la seguridad y de la comodidad. Y por eso, “para seguir a Jesús, hay que tener una cuota de valentía, hay que animarse a cambiar el sofá por un par de zapatos que te ayuden a caminar por caminos nunca soñados y menos pensados, por caminos que abran nuevos horizontes, capaces de contagiar alegría, esa alegría que nace del amor de Dios, la alegría que deja en tu corazón cada gesto, cada actitud de misericordia”.
Con Jesús podemos “ir por los caminos siguiendo la ‘locura’ de nuestro Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo, en el amigo caído en desgracia, en el que está preso, en el prófugo y el emigrante, en el vecino que está solo”.
Este ir por los caminos de nuestro Dios nos invita a ser actores protagonistas en los ámbitos de la política, del pensamiento, de la movilización social, a pensar una economía más solidaria. Y siempre en todos los ámbitos en que nos encontremos, el amor de Dios nos invita a llevar la buena nueva, haciendo de la propia vida un homenaje a él y a los demás.
Continúa Francisco su diálogo con los jóvenes: “Podréis decirme: ‘Padre, pero eso no es para todos, sólo es para algunos elegidos’. Sí, y esos elegidos son todos los que estén dispuestos a compartir su vida con los demás”. Tal es el secreto que, después de Pentecostés los cristianos estamos llamados a experimentar.
Y pasa al terreno personal: “Dios espera algo de ti, Dios quiere algo de ti, Dios te espera a ti. Dios viene a romper nuestros encierros, viene a abrir las puertas de nuestras vidas, de nuestras visiones, de nuestras miradas. Dios viene a abrir todo lo que te encierra. Te está invitando a soñar, te quiere hacer ver que el mundo contigo puede ser distinto. Eso sí, si tú no pones lo mejor de ti, el mundo no será distinto”.
Insiste Francisco en su propuesta: “El tiempo que hoy estamos viviendo, no necesita jóvenes-sofá, sino jóvenes con zapatos; mejor aún, con los botines puestos. Sólo acepta jugadores titulares en la cancha, no hay sitio para suplentes. El mundo de hoy os pide que seáis protagonistas de la historia porque la vida es linda siempre y cuando queramos vivirla, siempre y cuando queramos dejar una huella”.
¿De qué huella se trata? De defender nuestra dignidad y la de todos; no dejar que sean otros los que decidan nuestro futuro, de ese gran milagro, que el Señor quiere realizar con nosotros por la acción del Espíritu Santo, de que tus manos, mis manos, nuestras manos se transformen en signos de reconciliación, de comunión, de creación”, para seguir construyendo el mundo de hoy. Pero Él espera nuestra respuesta, sí o no.
Surgen de nuevo las dudas y las vacilaciones: “Me dirás, Padre, pero yo soy muy limitado, soy pecador, ¿qué puedo hacer? Cuando el Señor nos llama no piensa en lo que somos, en lo que éramos, en lo que hemos hecho o dejado de hacer. Al contrario: Él, en ese momento que nos llama, está mirando todo lo que podríamos dar, todo el amor que somos capaces de contagiar. Su apuesta siempre es al futuro, al mañana. Jesús te proyecta al horizonte”.
Ahí queda la invitación en primera persona: “Jesús te invita, te llama a dejar tu huella en la vida, una huella que marque la historia, que marque tu historia y la historia de tantos”.
Uno de los mensajes del Papa en la Jornada de Polonia, a los jóvenes y a los que quieren tener el espíritu joven: encerrarse no es la mejor manera de protegernos. Es mejor caminar, dejar huella en la historia. Una huella que consiste en preocuparse de los demás, rechazar el desencuentro, la división y el sinsentido, escoger la libertad y, por tanto, mantener la capacidad de soñar. Pero esto implica no adormecerse, sino soñar bien despiertos, no estar encerrados sino abiertos a Dios y a los demás.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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