El hombre puede desarrollar cualidades como la ternura…, y la mujer puede ser fuerte…; pero eso es muy diferente a educar a nuestros niños diciéndoles que el concepto hombre–mujer debe replantearse
Hace dos años participé como voluntaria en un campamento para niños de extrema pobreza en el Perú llamado Cruz Blanca, que busca brindarles momentos de juegos, manualidades, deporte, catequesis entre otros espacios para que puedan vivir una infancia como se debe.
Los campamentos no son mixtos. Los hay para niñas y niños.
Recuerdo mi sorpresa al ver los comportamientos tan diferentes entre mujercitas y hombrecitos. Las niñas buscaban que las peináramos, les poníamos varios juguetes para que escogieran y ellas, naturalmente, tendían más por las muñecas. Si tenían un problema con alguna de sus compañeritas, solían pelearse de manera verbal y no faltaban las escenas de llanto.
Cuando se fue el grupo de niñas y llegaron los niños, ellos naturalmente tendían más a patear pelotas, jugar con carritos o robots. Su manera de pedir cariño era que le hicieran alguna maroma y cuando se disgustaban con un compañerito, tendían naturalmente a acudir a los golpes.
Allí me pregunté: ¿Será verdad esto de que la diferencia sexuada es solo una construcción cultural? ¿O existe realmente una diferencia natural e innata entre hombre y mujer? ¡A estos niños se les ha enseñado muy poco (y a algunos nada) a comportarse como hombres o mujeres! ¡Lo tienen en su ADN!
La semana pasada me detuve a leer el contenido de las disputadas cartillas escolares denominadas “Ambientes escolares libres de discriminación” que promueve el Ministerio de Educación de Colombia y que ha generado reacciones tan diversas. “Tradicionalmente hemos comprendido que el sexo determina la condición de ser mujeres u hombres; sin embargo, esto no es así. Se hace necesario entender que la noción de sexo hace referencia a las características de orden biológico que diferencian los cuerpos de otros”, dice en la página 15.
“El género puede entenderse como el conjunto de construcciones socioculturales que determinan la forma de ser hombres o mujeres en un tiempo y una cultura específicos. Esto implica que estas construcciones no son fijas sino cambiantes y transformables”, señala la página 18.
Pero muchos no terminamos de creernos ese cuento que viene de una famosa frase pronunciada por la filósofa francesa Simone de Beauvoir (1908–1986) “No se nace mujer: llega una a serlo”, y fue ello lo que motivó a que tantos colombianos salieran a protestar por esta "colonización ideológica", como diría el Papa Francisco, que pretende hacerse en los planteles educativos trastocando las bases que cimientan la institución más sagrada y nuclear de la sociedad: la familia.
Y no porque seamos intolerantes o medievales (la agresividad no es la manera correcta de expresar nuestra convicción en la diferencia sexual) sino porque vemos que hombre y mujer por esencia son diferentes y la complementariedad entre ambos sexos en diversos ámbitos es lo que enriquece a la sociedad. Esto no nos hace ni superiores ni inferiores.
También condenamos el machismo, el reduccionismo biológico y el manoteo o bullyng hacia quienes, por diversas circunstancias, tienen una orientación sexual diferente. Creemos que el hombre puede desarrollar cualidades como la ternura e intuición y que la mujer puede ser fuerte o tener la capacidad para resolver problemas prácticos. Pero eso es muy diferente a educar a nuestros niños diciéndoles que el concepto hombre–mujer debe replantearse.
Deberíamos enseñarles más bien a buscar su propia esencia, a que se maravillen con el hecho de haber venido al mundo con una identidad sexual clara, con características biológicas, psicológicas, espirituales y sociales diferentes, pero igualmente válidas y ricas. Evitando competencias acomplejadas entre ambos sexos y sin creer que la diferencia sexual ha sido impuesta por la sociedad, sino que ha sido dada por la misma naturaleza en su inmensa sabiduría y belleza.