Francisco ha querido contribuir con su luz y sabiduría, personales y de oficio, y estar presente en la sociedad con toda responsabilidad
EL magnífico discurso de Francisco en la recepción del Premio Carlomagno, el pasado seis de mayo, bien puede merecer un comentario. No suele aceptar honores y premios el sumo pontífice; se comprende, le harían perder el tiempo apartándole de su verdadero trabajo. Pero ha querido hacer una excepción, quizá porque hay poca seguridad y firmeza en el proyecto europeo, Francisco no ha querido ausentarse sino al contrario, contribuir con su luz y sabiduría, personales y de oficio, y estar presente en la sociedad con toda responsabilidad.
Fue un toque de atención y luminosa toma de conciencia de la realidad europea el acto europeísta de san Juan Pablo ll en Santiago, el 9 de noviembre de 1982 al final de su memorable primera visita a España. Qué interesante para todos nosotros, pues europeos somos los de Cádiz, Barcelona, o Cuenca. Recordemos algunas de sus palabras:
"Yo, Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo vieja Europa un grito lleno de amor. Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes".
"… si Europa abre nuevamente las puertas a Cristo y no tiene miedo de abrir a su poder salvífico los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo, su futuro no estará dominado por la incertidumbre y el temor…".
El sucesor de san Juan Pablo ll, Benedicto XVI se refirió a la realidad europea en repetidas ocasiones. En el año 2004, cuando estuvo en Santiago para ganar el Jubileo, era año santo Jacobeo, aprovechó para dar desde aquella catedral una mirada a Europa y recordarle la necesidad de volverse a Dios.
Pero quiero añadir algo más, cuando el Cardenal Ratzinger era prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, dirigió una conferencia al Senado italiano, el 13 de marzo de 2004. Hablaba de tres valores éticos que no deben faltar en la futura Unión Europea: la dignidad de la persona y sus derechos inalienables, el matrimonio monogámico de la tradición judeo-cristiana, y el tercero el derecho a la libertad religiosa. Me llamó la atención esta intervención del cardenal e hice un artículo glosando su conferencia con el título "Los euros espirituales".
Lo envié al Diario de Cádiz y a los pocos días me llamaron como con urgencia: envíenos su foto y currículum porque su artículo va a salir como tribuna, la colaboración más importante. Mandé lo que me pedían y el 23 de diciembre de 2004 fue publicado el artículo. Desde hacía pocos años venía enviando colaboraciones al periódico, esto fue como "la alternativa". Habíamos entrado en el euro recientemente pero ni la vida humana ni Europa son solo economía, hay otros valores esenciales y necesarios.
¿Qué te ha sucedido, Europa? Es el título que puso Francisco a su discurso del Premio Carlomagno, que quiero que sea, dice, ocasión de un impulso nuevo y audaz para este continente. Hace memoria de los padres fundadores de la unidad europea y propone tres pautas de actuación: "una Europa que sea capaz de un nuevo humanismo ha de estar basada en tres capacidades: la capacidad de integrar; capacidad de comunicación y capacidad de generar". No es el momento para meternos en estos análisis pero sí quiero recoger de modo completo el último párrafo de las palabras del Papa. Me he permitido introducir espacios para que no resulte excesivamente denso el párrafo y facilitar su lectura y comprensión.
"Con la mente y el corazón, con esperanza y sin vana nostalgia, como un hijo que encuentra en la madre Europa sus raíces de vida y de fe, sueño con un nuevo humanismo europeo, 'un proceso constante de humanización' para el que hace falta memoria, valor y humana utopía".
"Sueño una Europa joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida".
"Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida, porque no tienen nada y piden refugio".
"Sueño una Europa que escucha y valora a los enfermos y a los ancianos para que no sean reducidos a objetos improductivos de descarte".
"Sueño una Europa donde ser emigrante no sea un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo ser humano".
"Sueño una Europa donde los jóvenes respiren el aire limpio de la honestidad, amen la belleza de la cultura y de una vida sencilla, no contaminada por las infinitas necesidades del consumismo; donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema debido a la falta de un trabajo suficientemente estable".
"Sueño una Europa de las familias, con políticas realmente eficaces, centradas en los rostros más que en los números, en el nacimiento de los hijos más que en el aumento de los bienes".
"Sueño una Europa que promueva y proteja los derechos de cada uno, sin olvidar los deberes para con todos".
"Sueño una Europa de la cual no se pueda decir que su compromiso con los derechos humanos ha sido su última utopía".
Un poco más arriba de este mismo párrafo dice el Papa unas palabras con las que podemos terminar.
"La Iglesia puede y debe ayudar a renacer una Europa cansada, pero todavía rica de energías y potencialidades. Su tarea coincide con su misión: el anuncio del Evangelio, que hoy más que nunca se traduce principalmente en salir al encuentro de las heridas del hombre, llevando la presencia fuerte y sencilla de Jesús, su misericordia que consuela y anima".
Pedro Rodríguez Mariño, en diariodecadiz.es.
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