El Santo Padre, tras concluir el Viaje apostólico a Armenia, concedió como es costumbre, una rueda de prensa en el avión durante su viaje de regreso a Roma
Buenas tardes. Os agradezco mucho la ayuda en este viaje y todo vuestro trabajo que hace bien a la gente: comunicar bien las cosas quiere decir buenas noticias, y las buenas noticias hacen bien siempre. Muchas gracias.
Arthur Grygorian, televisión pública armenia
Santo Padre, de sobra se sabe que Usted tiene amigos armenios. Ya tenía contacto con las comunidades armenias en Argentina. En el curso de los últimos tres días, Usted −por así decir− ha logrado tocar el espíritu armenio. ¿Cuáles son sus sentimientos, sus impresiones, y cuál es el mensaje para el futuro, sus oraciones por nosotros, los armenios?
Bien, pensemos en el futuro y luego vayamos al pasado. Yo deseo a este pueblo la justicia y la paz. Y rezo por eso, porque es un pueblo valiente. Y rezo para que encuentre la justicia y la paz. Yo sé que muchos trabajan por eso. Y también me puse muy contento, la semana pasada, cuando vi una fotografía del Presidente Putin con los dos Presidentes, el de Armenia y de Azerbaiyán: al menos se hablan. Y también con Turquía: el Presidente de la República Armenia en su discurso de bienvenida habló claro; tuvo el valor de decir: “Pongámonos de acuerdo, perdonémonos y miremos al futuro”. ¡Eso es muy valiente! ¡Un pueblo que ha sufrido tanto!
La imagen del pueblo armenio −y este pensamiento me vino hoy mientras rezaba un poco− es una vida de piedra y una ternura de madre. Ha llevado cruces, pero cruces de piedra −y se ven [las características cruces de piedra llamadas khachkar]−; pero no ha perdido la ternura, el arte, la música, esos “cuartos tonos” tan difíciles de entender, y con gran genialidad… Un pueblo que ha sufrido mucho en su historia, y solo la fe lo ha mantenido en pie. Porque el hecho de que haya sido la primera nación cristiana, eso no es suficiente; fue la primera nación cristiana porque el Señor la bendijo, porque ha tenido santos, ha tenido obispos santos, mártires… Y por eso se ha formado en su resistencia esa “piel de piedra” −digamos así−, pero sin perder la ternura de un corazón materno: Armenia es también madre.
Esa era la segunda pregunta. Vayamos a la primera. Sí, tenía muchos contactos con los armenios, iba con frecuencia a sus Misas; muchos amigos armenios; y una cosa que en general no me gusta hacer por descanso, pero iba a cenar con ellos, ¡y vosotros hacéis cenas pesadas! Sí, soy muy amigo, muy amigo tanto del arzobispo Kissag Mouradian, de la Iglesia Apostólica, como de Boghossian, el católico. Pero entre vosotros, más importante que la pertenencia a la Iglesia Apostólica o a la Iglesia Católica, es la “armenidad”, y eso lo comprendí en aquellos tiempos. Hoy me ha saludado un argentino de familia armenia que, cuando iba a las Misas, siempre el Arzobispo lo hacía sentar a mi lado para que me explicase algunas ceremonias o algunas palabras que yo no entendía.
Jeanine Paloulian, “Nouvelles d’Arménie”
Gracias, Santo Padre. Ayer por la tarde, en el encuentro ecuménico de oración, Usted pidió a los jóvenes que sean artífices de la reconciliación con Turquía y con Azerbaiyán. Quisiera preguntarle simplemente −ya que dentro de algunas semanas irá Usted a Azerbaiyán− ¿qué puede hacer Usted, o la Santa Sede, concretamente para ayudarnos a proceder? ¿Qué signos concretos? Usted los ha hecho en Armenia. ¿Cuáles son los signos que hará Usted, mañana, en Azerbaiyán?
Yo hablaré a los azerbaiyanos de la verdad, de lo que he visto, de lo que siento. Y también les animaré a ellos. He hablado con el Presidente de Azerbaiyán. Y diré que no hacer la paz por un pedacito de tierra −porque no es gran cosa−, significa algo oscuro… Pero lo digo a todos, esto: a los armenios y a los azerbaiyanos. Quizá no se ponen de acuerdo en los modos de hacer la paz, y en eso hay que trabajar. Más no sé qué decir. Diré lo que en ese momento me venga al corazón, pero siempre en positivo, procurando encontrar soluciones que sean factibles, que salgan adelante.
Jean-Louis de la Vaissière, “France Presse”
Santo Padre, ante todo quisiera darle las gracias de mi parte y de parte de Sébastien Maillard de “La Croix”. Ya nos vamos de Roma y queríamos agradecerle de corazón este soplo de primavera que sopla en la Iglesia. Y tengo una pregunta: ¿por qué decidió Usted añadir abiertamente la palabra “genocidio” en su discurso en el Palacio presidencial? En un tema doloroso como este, ¿piensa que sea útil para la paz en esta región complicada?
Gracias. En Argentina, cuando se hablaba del exterminio armenio, se usaba siempre la palabra “genocidio”. Yo no conocía otra. Y en la catedral de Buenos Aires, en el tercer altar de la izquierda, pusimos una cruz de piedra como recuerdo del “genocidio armenio”. Vinieron los dos Arzobispos armenios, el católico y el Apostólico, y la inauguraron. Además, el Arzobispo apostólico en la iglesia católica de San Bartolomé −otra iglesia− hizo un altar en memoria de San Bartolomé [evangelizador de Armenia]. Así que siempre…, yo no conocía otra palabra. Yo vengo con esa palabra. Cuando llego a Roma, oigo la otra palabra, “el Gran Mal” o “la tragedia terrible”, en lengua armenia Metz Yeghern, que no sé pronunciar. Y me dicen que la del genocidio es ofensiva, que se debe decir esta.
Yo siempre he hablado de los tres genocidios del siglo pasado, siempre tres. El primero, el armenio; luego, el de Hitler; y el último, el de Stalin. Los tres. Hay otros más pequeños. Hubo otro en África [Ruanda]. Pero en la órbita de las dos grandes guerras, son esos tres. Y pregunté, porque alguien dijo: “Algunos piensan que no es verdad, que no fue un genocidio”. Otro me dijo −un abogado me dijo esto, que me interesó mucho−: “La palabra genocidio es una palabra técnica, es una palabra que tiene una tecnicidad, que no es sinónimo de exterminio. Se puede decir exterminio, pero declarar un genocidio comporta acciones de resarcimiento y cosas del estilo”. Eso me dijo un abogado.
El año pasado, cuando preparaba el discurso [para la celebración del 12 de abril de 2015 en Roma], vi que san Juan Pablo II usó la palabra, usó las dos: “el Gran Mal” y “genocidio”. Y yo cité entre comillas esta. Pero no cayó bien. El gobierno turco hizo una declaración, y Turquía en pocos días llamó a Ankara al Embajador −que es un buen hombre, ¡un embajador “de lujo” nos ha enviado Turquía!−, que ha regresado hace dos o tres meses… Ha sido un “ayuno diplomático”... Pero están en su derecho: el derecho a la protesta lo tenemos todos. Y en ese discurso, al principio no estaba la palabra, es verdad; y respondo por qué la añadí. Después de haber oído el tono del discurso del Presidente, y también con mi pasado respecto a esa palabra, y tras haber dicho esa palabra el año pasado en San Pedro, públicamente, habría sonado muy extraño no decir lo mismo, al menos. Pero ahí yo quería subrayar otra cosa, y creo −si no me equivoco− que dije: “En este genocidio, como en los otros dos, las grandes potencias internacionales miraban a otra parte”. Y esa fue la acusa.
En la Segunda Guerra Mundial, algunas potencias tenían fotografías de los trenes que llevaban a Auschwitz: tenían la posibilidad de bombardear, y no lo hicieron. Es un ejemplo. En el contexto de la Primera Guerra, donde ocurrió el problema de los armenios, y en el contexto de la Segunda Guerra, con el problema de Hitler y Stalin, y después de Yalta, los lager y todo eso, ¿nadie dice nada? Hay que subrayar esto, y hacer la pregunta histórica: ¿por qué no hicisteis nada? Vosotras, potencias −no acuso, hago una pregunta. Es interesante: se miraba, sí, a la guerra, a tantas cosas, pero aquel pueblo… Y, no sé si es verdad, pero me gustaría ver si es verdad, que cuando Hitler perseguía a tantos judíos, una de las cosas que habría dicho fue: “¿Pero quién se acuerda hoy de los armenios? ¡Hagamos lo mismo con los judíos!”. No sé si es verdad, quizá son habladurías, pero yo he oído decir eso. Los historiadores que busquen y vean si es verdad. Creo haber respondido. Pero esa palabra, jamás la dije con ánimo ofensivo, más bien objetivamente.
Elisabetta Piqué, “La Nación”
Felicidades, lo primero por el viaje. Querría preguntarle: sabemos que Usted es el Papa, pero también está el Papa Benedicto, el Papa emérito. Últimamente ha habido voces, una declaración del Prefecto de la Casa Pontificia, Mons. Georg Gänswein, en las que habría dicho que tendríamos un ministerio petrino compartido −si no me equivoco− con un Papa activo y otro contemplativo. ¿Hay dos Papas?
¡Hubo una época en la Iglesia en que hubo tres! En un cierto periodo, en la Iglesia, ¡había tres! Yo no he leído esa declaración porque no he tenido tiempo. Benedicto es Papa emérito. Él dijo claramente, aquel 11 de febrero, que dimitía a partir del 28 de febrero, que se retiraría para ayudar a la Iglesia con la oración. Y Benedicto está en el monasterio, y reza. Yo he ido a verle muchas veces, o por teléfono… El otro día me escribió un carta −todavía firma con aquella firma suya− deseándome lo mejor para este viaje.
Y una vez −no una vez, varias veces− he dicho que es una gracia tener en casa al “abuelo” sabio. Hasta delante de él lo he dicho, y él se ríe. Pero él para mí es el Papa emérito, es el “abuelo” sabio, es el hombre que me guarda las espaldas con su oración. Jamás olvido aquel discurso que nos dio a los Cardenales el 28 de febrero: “Uno de vosotros seguramente será mi sucesor. Prometo obediencia”. Y lo ha hecho.
Luego he oído −pero no sé si es verdad− subrayo: he oído, quizá sean habladurías, pero concuerdan con su carácter, que algunos han ido allí a quejarse porque “este nuevo Papa…”, ¡y él los ha echado! Con el mejor estilo bávaro: educado, pero los echó. Y si no es verdadero, está bien traído, porque este hombre es así: es un hombre de palabra, un hombre recto, recto, recto. El Papa emérito.
Luego, no sé si usted se acuerda, que yo he agradecido públicamente −no sé cuándo, pero creo que durante un vuelo− a Benedicto por haber abierto la puerta a los Papas eméritos. Hace 70 años los obispos eméritos no existían; hoy ya sí. Pues con este alargamiento de la vida, se puede regir una Iglesia a una cierta edad, con achaques ¿o no? Y él, con valor −¡con valentía!− y con oración, y también con ciencia, con teología, decidió abrir esa puerta. Y creo que esto es bueno para la Iglesia. Pero hay un solo Papa. El otro… o quizá −como para los obispos eméritos− no digo tantos, pero quizá podrá haber dos o tres, serán eméritos. Han sido Papas, pero ahora son eméritos.
Pasado mañana se celebra el 65° aniversario de su ordenación sacerdotal. Estará su hermano Giorgio [aunque su presencia no está confirmada], porque los dos se ordenaron juntos. Y habrá un pequeño acto, con los jefes de los Dicasterios y poca gente, porque él lo prefiere… Ha aceptado, pero muy modestamente; y también estaré yo. Y diré algo a este gran hombre de oración, de valentía que es el Papa emérito −no el segundo Papa− que es fiel a su palabra y que es un hombre de Dios. Es muy inteligente, y para mí es el abuelo sabio en casa.
El siguiente periodista es ruso, y antes de preguntar, el Papa le dice:
¿Ha hablado ruso en Armenia?
Alexej Bukalov, Itar-Tass
Si, con mucho gusto. Le agradezco siempre… Gracias, Santidad, gracias por este viaje, que es el primer viaje al territorio ex-soviético. Para mí era muy importante seguirlo… Mi pregunta va un poco fuera de este tema: yo sé que Usted ha animado mucho este Concilio Panortodoxo, incluso en el encuentro con el Patriarca Kirill en Cuba los mencionó. Ahora, ¿qué juicio tiene Usted sobre este −digamos− fórum?
¡Un juicio positivo! Se ha dado un paso adelante: no con el ciento por ciento, pero un paso adelante. Las cosas que han justificado, entre comillas, [las ausencias] son sinceras para ellos, son cosas que con el tiempo se pueden resolver. Querían −los cuatro que no han ido− hacerlo un poco más adelante. Pero creo que el primer paso se da como se pueda. Como los niños, cuando dan el primer paso lo hacen como pueden: el primero lo dan como los gatos y luego dan los primeros pasos. Yo estoy contento. Han hablado de muchas cosas. Creo que el resultado es positivo. El mero hecho de que esas Iglesias autocéfalas se hayan reunido, en nombre de la Ortodoxia, para mirarse a la cara, para rezar juntas y hablar y quizá decir alguna broma, todo eso es positivísimo. Yo doy gracias el Señor. En el próximo estarán más. ¡Bendito sea el Señor!
Edward Pentin, National Catholic Register
Santo Padre, como Juan Pablo II, Usted parece ser un defensor de la Unión Europea: ha elogiado el proyecto europeo cuando recientemente recibió el Premio Carlomagno. ¿Está preocupado de que el Brexit pueda llevar a la desintegración de Europa y eventualmente a la guerra?
¡Ya hay guerra en Europa! Y hay un aire de división, y no solo en Europa, sino dentro de los mismos países. Recordemos Cataluña, el año pasado Escocia… Estas divisiones no digo que sean peligrosas, pero debemos estudiarlas bien y, antes de dar un paso hacia una división, hablar bien entre nosotros y buscar soluciones factibles. Yo de verdad que no sé, no he estudiado cuáles son los motivos para que el Reino Unido haya querido tomar esta decisión. Pero hay decisiones −y creo que esto ya lo dije una vez, no sé dónde, pero lo he dicho− de independencia, que se hacen por emancipación.
Por ejemplo, todos nuestros países latinoamericanos, también los países de África, se han emancipado da las coronas de Madrid, de Lisboa; también en África: de Paris, de Londres; de Ámsterdam, Indonesia sobre todo… La emancipación es más comprensible, porque hay detrás una cultura, un modo de pensar. En cambio, la secesión de un país −todavía no estoy hablando del Brexit−, pensemos en Escocia, es una cosa que ha tomado el nombre −y esto lo digo sin ofender, usando la palabra que los políticos usan− de “balcanización”, ¡sin criticar los Balcanes! Es un poco una secesión, no es emancipación, y detrás hay historias, culturas, malentendidos; también tanta buena voluntad en otros. Esto hay que tenerlo claro. Para mí, siempre la unidad es superior al conflicto, ¡siempre!
Pero hay diversas formas de unidad; y también la fraternidad −y aquí llego a la Unión Europea− es mejor que la enemistad o las distancias. Respecto a las distancias −digamos− la fraternidad es mejor. Y los puentes son mejores que los muros. Todo esto nos debe hacer pensar. Es verdad, un país [dice]: “Yo estoy en la Unión Europea, pero quiero tener ciertas cosas que son mías, de mi cultura…”. Y el paso −y aquí voy al Premio Carlomagno− que debe dar la Unión Europea para encontrar la fuerza que tuvo en sus raíces es un paso de creatividad y también de “sana desunión”: es decir, dar más independencia, dar más libertad a los países de la Unión.
Pensar otra forma de unión, ser creativos. Creativos respecto a los puestos de trabajo, a la economía. Hay una economía “líquida” hoy en Europa, que hace −por ejemplo en Italia− que la juventud menor de 25 años no tenga trabajo: ¡el 40 por ciento! Hay algo que no va en esa Unión masiva… ¡Pero no tiremos el trigo con la paja! Busquemos rescatar las cosas y recrear… Porque la recreación de las cosas humanas −también de nuestra personalidad− es un recorrido, y siempre se debe hacer. Un adolescente no es lo mismo que la persona adulta o la persona anciana: es lo mismo y no es lo mismo, se recrea continuamente. Y esto le da vida y ganas de vivir, y da fecundidad. Y esto lo subrayo: hoy las dos palabras clave para la Unión Europea son creatividad y fecundidad. Es el desafío. No sé, así pienso yo.
Tilmann Kleinjung, Adr
Sí, yo también regreso a Baviera. Gracias por poder hacer esta pregunta. Santo Padre, hoy ha hablado de los dones compartidos por las Iglesias, juntas. Ya que Usted irá −dentro de cuatro meses− a Lund para conmemorar el 500° aniversario de la Reforma, pienso que quizá ese sea el momento oportuno para no recordar solo las heridas de ambas partes, sino para reconocer también los dones de la Reforma, y tal vez también −¡y esta es una pregunta herética!− para anular o retirar la excomunión de Martin Lutero o de alguna rehabilitación.
Creo que las intenciones de Martin Lutero no estaban equivocadas: era un reformador. Quizá algunos métodos no eran justos, pero en aquel tiempo, si leemos la historia del Pastor, por ejemplo −un alemán luterano que luego se convirtió cuando vio la realidad de aquel tiempo, y se hizo católico− vemos que la Iglesia no era precisamente un modelo a imitar: había corrupción en la Iglesia, había mundanidad, había apegamiento al dinero y al poder. Y por esto protestó. Además, era inteligente, y dio un paso adelante justificando por qué hacía eso. Y hoy luteranos y católicos, con todos los protestantes, estamos de acuerdo en la doctrina de la justificación: en ese punto tan importante no se equivocó.
Hizo una “medicina” para la Iglesia, y luego esa medicina se consolidó en uno estado de cosas, en una disciplina, en un modo de creer, en un modo de hacer, en modo litúrgico. Pero no era él solo: estaba Zwinglio, Calvino… Y detrás de ellos, ¿quién estaba? Los príncipes, “cuius regio eius religio”. Tenemos que meternos en la historia de aquel tiempo. Es una historia nada fácil de entender. Y luego las cosas siguieron adelante. Hoy el diálogo es muy bueno y aquel documento sobre la justificación creo que es uno de los documentos ecuménicos más ricos, más ricos y más profundos. ¿Está de acuerdo? Hay divisiones, pero dependen también de las Iglesias.
En Buenos Aires había dos iglesias luteranas: una pensaba de un modo y la otra de otro. Tampoco en la misma iglesia luterana hay unidad. Se respetan, se aman… La diversidad es lo que tal vez nos ha hecho tanto daño a todos y hoy buscamos retomar el camino de encontrarnos tras 500 años. Yo creo que debemos rezar juntos, rezar. Por eso la oración es importante. Segundo: trabajar por los pobres, por los perseguidos, por tanta gente que sufre, por los prófugos… Trabajar juntos y rezar juntos. Y que los teólogos estudien juntos, buscando…
Pero es un camino largo, larguísimo. Una vez dije bromeando: “Yo sé cuándo será el día de la unidad plena” −“¿Cuál?”− “¡El día después de la venida del Hijo del hombre!”. Porque no se sabe… El Espíritu Santo hará esa gracia. Pero mientras tanto hay que rezar, amarnos y trabajar juntos, sobre todo por los pobres, por la gente que sufre, por la paz y tantas otras cosas, contra el abuso de la gente… Tantas cosas por las que se está trabajando conjuntamente.
Cécile Chambraud, Le Monde
Santo Padre, hace algunas semanas, habló Usted de una Comisión para pensar el tema de las diaconisas. Me gustaría saber si ya existe esa Comisión y cuáles serán las preguntas sobre las que reflexionará para resolverlas. Y, finalmente, a veces una Comisión sirve para olvidarse de los problemas: quisiera saber si este es el caso.
Había un presidente de Argentina que decía, y aconsejaba a los demás presidentes de los otros países: cuando quieras que una cosa no se resuelva, ¡haz una comisión! El primero que se sorprendió ante esa noticia fui yo, porque el diálogo con las religiosas, que se grabó y se publicó en L’Osservatore Romano, era otra cosa, en esta línea: “Hemos oído que en los primeros siglos había diaconisas. ¿Se podrá estudiar esto? ¿Hacer una comisión?...”. Nada más. Han preguntado, fueron educadas, y no solo educadas, sino también amantes de la Iglesia, mujeres consagradas. Yo conté que conocí a un sirio, un teólogo sirio que ya murió, el que hizo la edición crítica de San Efrén en italiano. Una vez, hablando de las diaconisas −cuando yo venía a Roma me quedaba en Via della Scrofa y él vivía allí− almorzando, me dijo: “Sí, pero no se sabe bien qué eran, si tenían la ordenación…”.
Ciertamente existían esas mujeres que ayudaban al obispo; y lo ayudaban en tres cosas: la primera, en el Bautismo de las mujeres, porque era el Bautismo por inmersión; la segunda, en las unciones pre y post bautismales de las mujeres; y la tercera –esto hace reír– cuando era la mujer la que iba al obispo a quejarse porque el marido le pegaba, el obispo llamaba a una de este diaconisas, la cual veía el cuerpo de la mujer para encontrar moretones que probasen esas cosas. Eso es lo que dije. “¿Se puede estudiar?” “Sí, le diré a la [Congregación para la] Doctrina de la Fe que se haga esa Comisión”. Y al día siguiente [en los periódicos]: “¡La Iglesia abre la puerta a las diaconisas!” De verdad que me enfadé con los medios, porque eso es no decir la verdad de las cosas a la gente. Hable con el Prefecto de la Doctrina de la Fe, que me dijo: “Ya hay un estudio que hizo la Comisión Teológica Internacional en los años Ochenta”.
Luego hablé con la presidente [de las Superioras Generales] y le dije: “Por favor, envíeme una lista de personas que usted cree que puedan encargarse de esa Comisión”. Y me envió la lista. También el Prefecto me envió la lista, y ahora está allí, en mi escritorio, para hacer esa Comisión. Yo creo que se ha estudiado mucho el tema en la época de los años Ochenta y no será difícil aclarar este tema. Pero hay otra cosa. Hace un año y medio, hice una comisión de mujeres teólogas que trabajaron con el Cardenal Ryłko [Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos], e hicieron un buen trabajo, porque es muy importante el pensamiento de la mujer.
Para mí la función de la mujer no es tan importante como el pensamiento de la mujer: la mujer piensa de otro modo respecto a los hombres. Y no se puede tomar una buena decisión, buena y justa, sin oír a las mujeres. Algunas veces, en Buenos Aires, hacía una consulta con mis consultores, los escuchaba sobre un tema; luego hacía venir a algunas mujeres y ellas veían las cosas con otra luz, y eso enriquecía mucho, mucho; y luego la decisión era muy, muy fecunda, muy buena. Yo debo encontrar a esas mujeres teólogas, que hicieron un buen trabajo, pero que se paró. ¿Por qué? Porque el Dicasterio para los laicos ahora cambia, se reestructura. Y espero un poco a que eso pase para continuar este segundo trabajo, el de las diaconisas.
Otra cosa sobre las mujeres teólogas −y esto quiero subrayarlo−: es más importante el modo de entender, de pensar, de ver las cosas de las mujeres, que la funcionalidad de la mujer. Y luego repito lo que digo siempre: la Iglesia es mujer, es “la” Iglesia. Y no es una “solterona”, es una mujer casada con el Hijo de Dios, su Esposo es Jesucristo. Piense en esto y luego me dice lo que piensa…
Cindy Wooden, Cns
Gracias Santidad. En los pasados días el Cardenal alemán Marx, hablando en una gran conferencia muy importante en Dublín, sobre la iglesia en el mundo moderno, dijo que la Iglesia católica debe pedir perdón a la comunidad gay por haber marginalizado a esas personas. En los días siguientes a la tragedia de Orlando, muchos han dicho que la comunidad cristiana tiene algo que ver con este odio a esas personas. ¿Qué piensa Usted?
Yo repetiré lo mismo que dije en el primer viaje, y repito también lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: que no son discriminados, que deben ser respetados, acompañados pastoralmente. Se pueden condenar, no por motivos ideológicos, sino por motivos −digamos− de comportamiento político, ciertas manifestaciones demasiado ofensivas para los demás. Pero esto no tiene nada que ver con el problema: si el problema es una persona que tiene esa condición, que tiene buena voluntad y que busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgarla?
Debemos acompañar bien, según lo que dice el Catecismo. ¡Está claro el Catecismo! Luego están las tradiciones en algunos países, en algunas culturas que tienen una mentalidad distinta en este problema. Creo que la Iglesia no solo deba pedir perdón −como ha dicho ese Cardenal “marxista” [Cardenal Marx]− a esa persona que es gay, que ha ofendido, sino que debe pedir perdón también a los pobres, a las mujeres y a los niños abusados en el trabajo; debe pedir perdón por haber bendecido tantas armas… La Iglesia debe pedir perdón por no haberse comportada tantas, tantas veces… −y cuando digo “Iglesia” quiero decir cristianos; porque la Iglesia es santa, ¡los pecadores somos nosotros!− los cristianos deben pedir perdón por no haber acompañado tantas decisiones, tantas familias...
Recuerdo de niño la cultura de Buenos Aires, la cultura católica cerrada −¡yo vengo de allá!−: no se podía entrar en casa de una familia divorciada! Estoy hablando de hace 80 años. La cultura ha cambiado, gracias a Dios. Como cristianos debemos pedir mucho perdón, no solo por eso. ¡Perdón, Señor!: es una palabra que olvidamos −ahora hago el pastor y me sale un sermón! No, eso es verdad, tantas veces el “cura dueño” y no el cura padre, el cura “que pega” y no el cura que abraza, perdona, consuela... ¡Hay tantos! Muchos capellanes de hospitales, capellanes de cárceles, muchos santos. Pero esos no se ven, porque la santidad es “pudorosa”, se esconde.
En cambio, es un poco descarado el impudor: es descarado y se hace ver. Muchas organizaciones, con gente buena y gente no tan buena; o gente a la que le das una “bolsa” un poco grande y mira a otra parte, como las potencias internacionales con los tres genocidios. También los cristianos −curas, obispos− lo hemos hecho; ¡pero los cristianos también tenemos una Teresa de Calcuta y tantas Teresas de Calcuta! ¡Tenemos muchas monjas en África, muchos laicos, tantas parejas de esposos santos! El trigo y la cizaña, el grano y la cizaña. Así dice Jesús que es el Reino. No debemos escandalizarnos de ser así. Tenemos que rezar para que el Señor haga de modo que esa cizaña se acabe y que haya más trigo. Pero esta es la vida de la Iglesia. No se puede poner un límite. Todos somos santos, porque todos tenemos al Espíritu Santo dentro, pero somos −todos nosotros− pecadores. Yo el primero. ¿De acuerdo? Gracias. No sé si he respondido…
Padre Lombardi
Santo Padre, me permito hacer yo la última pregunta y luego le dejamos en paz…
No me ponga en dificultad….
Padre Lombardi
Se refiere al próximo viaje a Polonia, que ya estamos preparando. Si nos dice algo sobre los sentimientos con los que va a esa Jornada Mundial de la Juventud, en este Jubileo de la Misericordia. Y otro punto, un poco específico, es este: hemos visitado con Usted el Memorial de Tzitzernakaberd, durante la visita a Armenia, y Usted visitará también Auschwitz y Birkenau, durante el viaje a Polonia. Yo he oído que Usted desea vivir esos momentos más con silencio que con palabras, como ha hecho aquí. Quería preguntarle si nos quiere decir si dará un discurso o prefiere, en cambio, un momento de oración silenciosa con su motivación específica. Como aquí, lo mismo en Birkenau.
Hace dos años, en Redipuglia, hice lo mismo para conmemorar el centenario de la Gran Guerra. Estuve en silencio. Luego había Misa y entonces prediqué, pero era otra cosa. El silencio. Ya hemos visto el silencio. Yo quisiera ir a ese sitio de horror sin discursos, sin gente, solo los pocos necesarios… ¡Pero los periodistas seguro que estarán!… Pero sin saludar a este, o a aquel… No, no. Ir solo, entrar, rezar… Y que el Señor me dé la gracia de llorar.
Padre Lombardi
Gracias Santidad. Pues le acompañaremos en la preparación de ese próximo viaje y le agradecemos muchísimo el tiempo que nos ha dedicado. Ahora descanse un poco, y coma también… Y que descanse también en el mes de julio.
Muchas gracias. De nuevo gracias, gracias también por vuestro trabajo y por vuestra benevolencia.
Fuente: vatican.va / romereports.com.
Traducción de Luis Montoya.
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