En muchos casos, ¿qué harían las más hermosas botellas sin un sencillo corcho?
En un post anterior te hablé de un vaso (te invito a ver el enlace). Y mira por dónde hoy te traigo una botella (con su correspondiente corcho). Al paso que vamos, acabaremos con una barrica en una bodega. ¡Ya ves que el blog progresa!
Quiero hablarte de unas botellas. Muy concretas: de esas de vidrio que contienen deliciosos caldos o licores; de las que no faltan en una buena celebración…
Algún hijo me recordaría: “papá, también están las latas”. Pero, ¿alguien imagina champán en lata?
Si el vino pudiera hablar me respondería sobre la marcha: “¿Me adivinabas acaso a mí encerrado en un tetrabrik? ¡Sacrilegio!”
Vino o champán −para gustos están los sabores−, lo importante es su calidad: que nos ofrezca su mejor versión. Y para ello, el corcho importa.
Pretendo hablarte también del corcho, sí. ¡Y qué mejor forma de agarrar uno que “atrapado” en la boca de una botella! Más sencillo aún que lo de coger el rábano por las hojas.
La botella… recipiente necesario; brillante, frágil, de cuello fino, estilizado; alguno diría que… incluso altivo (las hay que tienen un gas…). Un envase de formas y colores diversos que suele ir vestido de etiqueta. Su función es evidente.
Pero, en muchos casos, ¿qué harían las más hermosas botellas sin un sencillo corcho? ¿Cómo conservarían las mejores cualidades de los caldos que contienen? ¿Cómo evitarían pérdidas irreparables en cantidad o calidad… si no pudieran contar con sus tapones? ¿Cómo alcanzar el objetivo para el que fueron creadas?
En fin, que por mucho brillo, color o diseño que la botella tenga, a ésta no le cabe sino hacer un ejercicio de realismo y humildad. Y poner el corcho arriba, a la cabeza, diciéndole algo así como: “Te necesito; qué bueno que existas”. Si el corcho no es un puro alcornoque, quizás le responda: “Estamos hechos el uno para el otro”. ¿Cabe mayor declaración de amor?
Hay personas que se piensan botellas llenas de valor (por un contenido que, además, alguien vertió en ellas). Cargadas de soberbia o necedad olvidan, minusvaloran o desprecian a los necesarios corchos.
También habrás podido conocer a otras personas que, sintiéndose corchos… ¡se hunden! Vamos, que no levantan cabeza.
Ni las primeras ni las segundas son objetivas; ni, a veces, conscientes de la importancia de su colaboración; menos, quizás, del indispensable papel de ese “humilde” tapón al que antes me refería.
Valiosos tapones, también, sí; con un mérito añadido: en muchos casos, tienen bien interiorizado que su función acaba justo cuando empieza la fiesta. O, más bien, para que esta dé inicio. Porque si se empeñan en quedarse y no salir… ¡aquí no brinda nadie!
En nuestra vida cotidiana todos somos necesarios. Lo esencial es que cada uno cumpla adecuadamente su papel y que colabore con los demás en pro del bien común.
Una sociedad que se entienda y complemente; y que aprecie, además, la función que todos realizamos, con independencia de cuál sea ella. Que lo haga con justicia y gratitud.
A eso me refería, siendo yo entonces consejero de Educación de Navarra, en lo que quise fuera un merecido homenaje a la figura del conserje escolar, no siempre valorada por todos en su justa medida. ¿Quieres ver el post? Haz clic aquí.
No me es posible concluir este post sobre botellas y corchos, ahora que he mencionado la Educación, sin añadirte un enlace a un breve y muy sabroso cuento.
Si haces clic aquí (te lo recomiendo fervientemente), comprobarás el “juego” que un sencillo corcho (bien utilizado) puede dar. Basta con que quien debe hacerlo lo aprecie, saque lo mejor de él, lo ponga en valor con la mayor creatividad…
Por cierto, ¿se hace eso allí donde tú trabajas? No me respondas ahora. Piénsalo y… déjalo para después de la publicidad.
Lo subrayo al finalizar: la historieta del enlace es pura ficción. Por fortuna, en general tenemos y tuvimos grandes docentes: profesionales con una enorme capacidad y entrega, independientemente de los recursos o herramientas existentes en cada época. Porque, como en las botellas, lo importante estaba −y sigue estando− en su interior. ¡Qué bueno cuando lo sacan!
José Iribas, en dametresminutos.wordpress.com.
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