En su visita al Programa Mundial de Alimentos (PAM) de las Naciones Unidas
Señoras y Señores: agradezco a la Directora Ejecutiva, Señora Ertharin Cousin, la invitación para inaugurar la Sesión Anual 2016 de la Junta Ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos, y las palabras de bienvenida que me ha dirigido. Asimismo saludo a la Embajadora Stephanie Hochstetter Skinner-Klée, Presidenta de esta importante asamblea, que congrega a Representantes de diversos gobiernos llamados a emprender iniciativas concretas para la lucha contra el hambre. Al saludar a todos los aquí reunidos, agradezco tantos esfuerzos y compromisos por una causa que debe interpelarnos: la lucha contra el hambre que padecen muchos de nuestros hermanos.
Hace unos momentos he rezado ante el Muro de la memoria, testigo del sacrificio que realizaron los miembros de este Organismo, entregando su vida para que, incluso en medio de complejas vicisitudes, los hambrientos no carecieran de pan. Memoria que hemos de conservar para seguir luchando, con el mismo valor, por el tan ansiado objetivo de hambre cero. Esos nombres grabados a la entrada de esta Casa son un signo elocuente de que el PAM, lejos de ser una estructura anónima y formal, constituye un valioso instrumento de la comunidad internacional para emprender actividades cada vez más vigorosas y eficaces. La credibilidad de una Institución no se funda en sus declaraciones, sino en las acciones realizadas por sus miembros. Se funda en sus testigos.
Por vivir en un mundo interconectado e híper-comunicado, las distancias geográficas parecen achicarse. Tenemos la posibilidad de entrar en contacto casi simultáneo con lo que está aconteciendo en la otra parte del planeta. Por medio de las tecnologías de la comunicación nos acercamos a tantas situaciones dolorosas que pueden ayudar (y han ayudado) a movilizar gestos de compasión y solidaridad. Aunque, paradójicamente, esa aparente cercanía creada por la información, cada día parece agrietarse más. La excesiva información con la que contamos va generando paulatinamente −perdonad el neologismo− la naturalización de la miseria. Es decir, poco a poco, nos volvemos inmunes a las tragedias ajenas y las evaluamos como algo natural. Son tantas las imágenes que nos invaden, que vemos el dolor pero no lo tocamos; sentimos el llanto pero no lo consolamos; vemos la sed pero no la saciamos. De esa manera, muchas vidas se convierten en parte de una noticia que, en poco tiempo, se cambiará por otra.
Y mientras cambian las noticias, el dolor, el hambre y la sed no cambian, permanecen. Tal tendencia −o tentación− nos exige hoy un paso más y, a su vez, revela el papel fundamental que Instituciones como la vuestra tienen para el escenario global. Hoy no podemos darnos por satisfechos con sólo conocer la situación de muchos hermanos nuestros. Las estadísticas no sacian. No basta elaborar largas reflexiones o sumergirnos en interminables discusiones, repitiendo incesantemente tópicos conocidos por todos. Es necesario desnaturalizar la miseria y dejar de asumirla como un dato más de la realidad. ¿Por qué? Porque la miseria tiene rostro. Tiene rostro de niño, tiene rostro de familia, tiene rostro de jóvenes y ancianos. Tiene rostro en la falta de posibilidades y de trabajo de muchas personas, tiene rostro de migraciones forzadas, casas vacías o destruidas. No podemos naturalizar el hambre de tantos; no nos está permitido decir que su situación es fruto de un destino ciego ante el que nada podemos hacer.
Y cuando la miseria deja de tener rostro, podemos caer en la tentación de empezar a hablar y discutir sobre “el hambre”, “la alimentación”, “la violencia” dejando de lado al sujeto concreto, real, que hoy sigue llamando a nuestras puertas. Cuando faltan los rostros y las historias, las vidas comienzan a convertirse en cifras, y paulatinamente corremos el riesgo de burocratizar el dolor ajeno. Las burocracias mueven expedientes; la compasión −no la lástima, la compasión, el padecer-con− en cambio, se juega por las personas. Y creo que en esto tenemos mucho que hacer. Junto a todas las acciones que ya se realizan, es necesario trabajar para desnaturalizar y desburocratizar la miseria y el hambre de nuestros hermanos. Esto nos exige una intervención a distintos niveles donde se ponga como objetivo de nuestros esfuerzos a la persona concreta que sufre y pasa hambre, pero que también encierra un inmenso caudal de energías y potencialidades que debemos ayudar a concretar.
Cuando estuve en la FAO, en la II Conferencia Internacional sobre Nutrición, les decía que una de las incoherencias fuertes que estábamos invitados a asumir era el hecho de que, existiendo comida para todos, «no todos pueden comer, mientras que el derroche, el descarte, el consumo excesivo y el uso de alimentos para otros fines, a la vista están» (Discurso a la Plenaria de la Conferencia, 20-XI- 2014, 3).
Dejémoslo claro: la falta de alimentos no es algo natural, no es un dato ni obvio, ni evidente. Que hoy, en pleno siglo XXI, muchas personas sufran este flagelo, se debe a una egoísta y mala distribución de recursos, a una mercantilización de los alimentos. La tierra, maltratada y explotada en muchas partes del mundo, nos sigue dando sus frutos, nos sigue brindando lo mejor de sí misma; los rostros hambrientos nos recuerdan que hemos desvirtuado sus fines. Un don, que tiene finalidad universal, lo hemos convertido en privilegio de unos pocos. Hemos hecho de los frutos de la tierra −don para la humanidad− comodidad de algunos, generando exclusión. El consumismo −en el que nuestras sociedades se ven metidas− nos ha llevado a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio diario de alimentos, al que a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. Nos vendrá bien recordar que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, del que tiene hambre. Esta realidad nos pide reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio de alimentos para identificar modos que, afrontando seriamente el problema, sean vehículo de solidaridad y para compartir con los más necesitados (cfr. Catequesis, 5-VI-2013).
Debemos decirlo con sinceridad: hay temas que están burocratizados. Hay acciones que están encajonadas. La inestabilidad mundial que vivimos es sabida por todos. Últimamente las guerras y las amenazas de conflictos es lo que predomina en nuestros intereses y debates. Y así, ante la diversa gama de conflictos existentes, parece que las armas han alcanzado una preponderancia inusitada, de tal forma que han arrinconado totalmente otras maneras de solucionar otras cuestiones. Esta preferencia está ya de tal modo arraigada y asumida que impide la distribución de alimentos en zonas de guerra, llegando incluso a la violación de los principios y directrices más básicos del derecho internacional, cuya vigencia se remonta a hace muchos siglos. Nos encontramos así ante un extraño y paradójico fenómeno: mientras las ayudas y los planes de desarrollo se ven obstaculizados por intrincadas e incomprensibles decisiones políticas, sesgadas visiones ideológicas o infranqueables barreras aduaneras, las armas no; no importa su proveniencia, circulan con una libertad −perdonad el adjetivo− jactanciosa y casi absoluta en tantas partes del mundo. Y de ese modo, son las guerras las que se nutren y no las personas.
En algunos casos, la misma hambre se emplea como arma de guerra. Y las víctimas se multiplican, porque el número de la gente que muere de hambre y agotamiento se suma al de los combatientes que mueren en el campo de batalla y al de tantos civiles caídos en contiendas y atentados. Somos plenamente conscientes de esto, pero dejamos que nuestra conciencia se anestesie y la volvemos insensible. Quizás con palabras que justifican: ¡es que no se puede con tanta tragedia! Es la anestesia que tenemos más a mano. De tal modo, la fuerza se convierte en nuestro único modo de actuar, y el poder en el objetivo perentorio a alcanzar. Las poblaciones más débiles no sólo sufren conflictos bélicos sino que, a su vez, ven frenados todo tipo de ayuda. Por eso urge desburocratizar todo lo que impide que los planes de ayuda humanitaria cumplan sus objetivos. Vosotros tenéis un papel fundamental, pues necesitamos verdaderos héroes capaces de abrir caminos, tender puentes, agilizar trámites que pongan el acento en el rostro del que sufre. A esa meta han de ir orientadas igualmente las iniciativas de la comunidad internacional.
No es cuestión de armonizar intereses que siguen encadenados a visiones nacionales centrípetas o a egoísmos inconfesables. Más bien se trata de que los Estados miembros incrementen decididamente su real voluntad de cooperar con esos fines. Por esta razón, qué importante sería que la voluntad política de todos los países miembros permita e incremente con determinación su real voluntad de cooperar con el Programa Mundial de Alimentos para que, no solamente pueda responder a las urgencias, sino que pueda realizar proyectos sólidamente consistentes y promover programas de desarrollo a largo plazo, según las peticiones de los gobiernos y las necesidades de los pueblos.
El Programa Mundial de Alimentos, con su trayectoria y actividad, demuestra que es posible coordinar conocimientos científicos, decisiones técnicas y acciones prácticas con esfuerzos destinados a recabar recursos y distribuirlos ecuánimemente, es decir, respetando las exigencias de quien los recibe y la voluntad del donante. Este método, en las áreas más deprimidas y pobres, puede y debe garantizar el adecuado desarrollo de las capacidades locales y eliminar progresivamente la dependencia exterior, a la vez que permite reducir la pérdida de alimentos, de modo que nada se desperdicie. En una palabra, el PAM es un valioso ejemplo de cómo se puede trabajar en todo el mundo para erradicar el hambre con una mejor distribución de los recursos humanos y materiales, fortaleciendo a la comunidad local. A este respecto, os animo a seguir adelante. No os dejéis vencer por el cansancio, que es mucho, ni permitáis que las dificultades os retraigan. Creed en lo que hacéis y continuad poniendo entusiasmo, que es la forma en que la semilla de la generosidad germine con fuerza. Daos el lujo de soñar. Necesitamos soñadores que impulsen estos proyectos.
La Iglesia Católica, fiel a su misión, quiere trabajar con todas las iniciativas que luchen por salvaguardar la dignidad de las personas, especialmente de las que ven vulnerados sus derechos. Para hacer realidad esta urgente prioridad de hambre cero, os aseguro todo nuestro apoyo y respaldo a fin de favorecer todos los esfuerzos.
Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber. En estas palabras está una de las máximas del cristianismo. Una expresión que, más allá de credos y convicciones, podría ser la regla de oro de nuestros pueblos. Un pueblo se juega su futuro en la capacidad que tenga para asumir el hambre y la sed de sus hermanos. E igual que un pueblo, también la humanidad. La humanidad se juega su futuro en la capacidad que tenga de asumir el hambre y la sed de sus hermanos. En esa capacidad de socorrer al hambriento y al sediento podemos medir el pulso de nuestra humanidad. Por eso, deseo que la lucha por erradicar el hambre y la sed de nuestros hermanos siga interpelándonos, que no nos deje dormir y nos haga soñar; las dos cosas. Que nos interpele para buscar creativamente soluciones de cambio y transformación. Y que Dios Omnipotente sostenga con su bendición el trabajo de vuestras manos. Muchas gracias.
Me gustaría hacer un discurso en español, pero la mayoría de vosotros no habla español, habláis italiano porque vivís en Italia. ¡Y los discursos son también aburridos! Así que yo entrego el discurso a la Señora, para que os lo den después, y diré algunas palabras que me salen espontáneamente del corazón.
Lo primero que quiero deciros, en mi mal italiano, es gracias. Gracias porque hacéis el trabajo escondido, el trabajo “de detrás”, el que no se ve, pero que hace posible que todo vaya adelante. Sois como los cimientos de un edificio: sin cimientos el edificio no se mantiene en pie. Tantos proyectos, tantas cosas se pueden hacer, y se hacen en el mundo, en la lucha contra el hambre, y los hacen mucha gente valiente. Pero eso gracias a vuestro apoyo, a vuestra ayuda escondida. Vuestros nombres aparecen solo en la lista del personal −y a fin de mes en la del sueldo−, pero fuera nadie sabe cómo os llamáis. Sin embargo, vuestros nombres hacen posible esa gran labor, ese gran trabajo de la lucha contra el hambre. Gracias a un pequeño trabajo, a un pequeño sacrificio, vuestro sacrificio escondido, pequeño o grande, muchos niños pueden comer, se vence tanta hambre. Os lo agradezco mucho.
Cuando oí hablar de la Directora del Programa, pensé dentro de mí: ¡esa es una mujer valiente! y creo que ese valor lo tenéis todos vosotros: el valor de llevar adelante una obra “entre bastidores” y ayudar. Está el valor de esas personas que se ven, porque en un cuerpo hay pies y manos, y también la cara: se ve la cara, pero los pies no se ven, porque están escondidos dentro de los zapatos; pues vosotros sois los pies, las manos, que sostienen el valor de todos los que van adelante, que han sostenido incluso la valentía de vuestros “mártires”, digamos así, de vuestros testigos. Nunca, nunca olvidéis los nombres de los que están escritos ahí, en la entrada. Ellos han podido hacer esas cosas por el valor que tenían, por la fe que tenían en su trabajo, y también porque estaban apoyados por vuestro trabajo. Muchas gracias. Y os pido que recéis por mí, para que también yo pueda hacer algo contra el hambre. Gracias.
Señoras y Señores, ¡buenos días! Me alegra encontrarme con vosotros en un clima sencillo y familiar, reflejo del estilo que anima vuestra entrega en el servicio a tantos hermanos nuestros que hoy encuentran en vosotros uno de los rostros solidarios de la humanidad. Quisiera también tener presente a vuestros colegas, que diseminados por todo el mundo, colaboran con el Programa Mundial de Alimentos. A todos, gracias por la calurosa cercanía y bienvenida.
La señora Directora Ejecutiva me ha comentado la importancia del trabajo que desarrolláis con gran competencia y no pocos sacrificios, de forma generosa, incluso en situaciones arduas y a menudo de inseguridad por causas naturales o humanas. La amplitud y gravedad de los problemas que afronta el PAM pide que sigáis adelante, poniendo entusiasmo en todo lo que hacéis, sin deteneros, siempre dispuestos a servir. Para eso cuenta mucho la formación permanente, una fina intuición y sobre todo un gran sentido de compasión, sin el que todo lo anterior carecería de fuerza y sentido.
El PAM ha puesto una alta misión en vuestras manos. El éxito de la misma depende en gran parte de no dejarse vencer por la inercia y poner en todo capacidad de iniciativa, imaginación y profesionalidad, a fin de buscar cada día vías nuevas y eficaces para derrotar la malnutrición y el hambre que sufren tantos seres humanos en diversas partes del mundo. Son ellos los que están pidiendo que les prestemos nuestra atención. Por eso es importante que no os dejéis agobiar por los dosieres y lleguéis a descubrir que, en cada papel, hay una historia concreta, con frecuencia dolorosa y delicada. El secreto es ver detrás de cada expediente un rostro humano que requiere ayuda. Escuchar el grito del pobre os permitirá no dejaros encasillar en fríos formularios. Todo es poco para derrotar un fenómeno tan terrible como el hambre.
El hambre es una de las mayores amenazas a la paz y a la serena convivencia humana. Una amenaza que no podemos contentarnos solo con denunciar o estudiar. Hay que encararla con decisión y resolverla con urgencia. Cada uno de nosotros, con la responsabilidad que tiene, debe actuar en la medida de sus posibilidades para alcanzar una solución definitiva a esta miseria humana, que degrada y merma la existencia de un número muy grande de hermanos y hermanas nuestras. Y, a la hora de ayudar a cuantos la padecen cruelmente, nadie sobra ni puede limitarse a presentar una excusa, pensando que es un problema que le sobrepasa o que no le afecta.
El desarrollo humano, social, técnico y económico es el camino necesario para asegurar que cada persona, familia, comunidad o pueblo pueda afrontar sus propias necesidades. Lo que nos dice que hay que trabajar no por una idea abstracta, no por la defensa de una dignidad teórica, sino por salvaguardar la vida concreta de cada ser humano. En las zonas más pobres y deprimidas, esto significa disponer de alimentos en caso de emergencias, pero también posibilitar el acceso a medios e instrumental técnico, a puestos de trabajo, a microcréditos, y así procurar que la población local fortalezca su capacidad de respuesta a las crisis que surjan de forma repentina.
Al hablar de esto no me estoy refiriendo solo a cuestiones materiales. Se trata ante todo de un compromiso moral que permita mirar con responsabilidad a la persona que tengo a mi lado, así como al objetivo general de todo el Programa. Estáis llamados a sostener y defender este compromiso mediante un servicio que sólo a primera vista puede parecer exclusivamente de carácter técnico. En cambio, lo que lleváis a cabo son acciones que necesitan una gran fuerza moral, porque contribuyen a la edificación del bien común en cada país y en toda la comunidad internacional.
Ante tantos retos, peligros y trastornos que continuamente surgen, da la impresión de que el futuro de la humanidad solamente consistirá en responder a pruebas y riesgos cada vez más concatenados y difíciles de predecir, tanto en su amplitud como en su complejidad. Lo sabéis bien por propia experiencia. Pero esto no nos debe desanimar. Animaos y ayudaos para no dejar entrar en vuestros corazones la tentación de la desconfianza o la indiferencia. Más bien, creed firmemente que el quehacer diario de todos está contribuyendo a convertir nuestro mundo en un mundo con rostro humano, en un espacio que tenga como puntos cardinales la compasión, la solidaridad, la ayuda mutua y la gratuidad. Cuanto más grande sea vuestra generosidad, tenacidad y fe, en mayor grado la cooperación multilateral podrá hallar adecuadas soluciones a los problemas que tanto nos preocupan, podrá agrandar las visiones parciales e interesadas y abrir caminos novedosos a la esperanza, el justo desarrollo humano, la sostenibilidad y la lucha por cerrar la brecha a las injustas desigualdades económicas, que tanto hieren a los más vulnerables.
Sobre cada uno, sobre vuestras familias y el trabajo que desempeñáis en el PAM, invoco abundantes bendiciones divinas. Y os ruego que recéis por mí, cada uno en su interior, o al menos que cuando penséis en mí, hacedlo en positivo. Mucho lo necesito. Muchas gracias.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
Verdad y libertad |
El Magisterio Pontificio sobre el Rosario y la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae |
El marco moral y el sentido del amor humano |
¿Qué es la Justicia Restaurativa? |
“Combate, cercanía, misión” (6): «Más grande que tu corazón»: Contrición y reconciliación |
Combate, cercanía, misión (5): «No te soltaré hasta que me bendigas»: la oración contemplativa |
Combate, cercanía, misión (4) «No entristezcáis al Espíritu Santo» La tibieza |
Combate, cercanía, misión (3): Todo es nuestro y todo es de Dios |
Combate, cercanía, misión (2): «Se hace camino al andar» |
Combate, cercanía, misión I: «Elige la Vida» |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía II |
La intervención estatal, la regulación económica y el poder de policía I |
El trabajo como quicio de la santificación en medio del mundo. Reflexiones antropológicas |
El islam regresa a España |
El trabajo como agente de la transformación social según san Josemaría |