Es necesario un cambio de enfoque para dar respuesta a las auténticas necesidades de los habitantes del planeta
No sé mucho de economía política, aunque superé en su día la asignatura de Naharro Mora, un profesor exigente en la Facultad de Derecho de Madrid. Pero sí tengo cierta capacidad de discernimiento ante los titulares de prensa de estos días, que informan de promesas y discursos de los líderes políticos ─con frecuencia contradictorios, en la teoría y en la práctica.
Dentro de ese baturrillo, me molesta especialmente el uso y abuso de la encíclica Laudato sì’, del papa Francisco. Para algunos, parece que se trata de un adorno, como la guinda ecológica de un pastel ajeno a las urgencias humanas de la vida social y del medio ambiente.
Quizá me he tomado demasiado en serio las palabras del pontífice, cuando insiste, no sólo en ese documento ─y en neta continuidad con sus predecesores y con Gaudium et Spes del Vaticano II─, en la necesidad de un cambio de enfoque para dar respuesta a las auténticas necesidades de los habitantes del planeta.
No se trata en modo alguno de proponer soluciones concretas, algo ajeno al magisterio eclesiástico, respetuoso de la libertad y responsabilidad de los fieles. Pero la magnitud de los problemas exige repensar conceptos básicos sobre la naturaleza de la persona y de la sociedad, del Estado y de la participación pública, de la empresa o los sindicatos. Sólo así se podrá superar la tecnocracia que tantas veces justifica lo injustificable con aparentes razones científicas. Y quizá se abran camino líneas de trabajo y decisión pública que superen la casi natural tendencia del ser humano a buscar el interés propio y no el bien común. Sin un punto de apertura a la utopía, se consolidará la desesperanza, con el riesgo de conflictos y violencias no deseadas. Algo de esto se atisba en estos momentos en la difícil situación de Francia, con un empecinamiento de los agentes sociales digno de etapas revolucionarias.
Ciertamente, en su encíclica del año pasado, Francisco pone en primer plano el cuidado de la casa común. Por eso toma su nombre de la invocación del santo de Asís ─Laudato sì, mi Signore─ en el Cántico de las criaturas que recuerda que la tierra es “como una hermana con la que compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos”. También los seres humanos “somos tierra. Nuestro propio cuerpo está formado por elementos del planeta, su aire nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
Pero en el centro del documento está la pregunta sobre el mundo que deseamos dejar a las próximas generaciones. La respuesta no se encuentra en el medio ambiente, tomado de manera aislada, fragmentaria, porque depende del sentido de la existencia y del valor de la vida social: “¿Para qué pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida? ¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?” Sin ir al fondo, en palabras del pontífice, “no creo que nuestras preocupaciones ecológicas puedan obtener resultados importantes”.
El papa resalta la magnitud de los problemas actuales, en materia de medio ambiente, cambio climático, falta de agua o riesgos de la biodiversidad. Pero quizá los más graves derivan del exceso del antropocentrismo, con sus secuelas de individualismo y relativismo y su déficit de solidaridad.
La apertura al reconocimiento del “evangelio de la creación” no lleva al dogmatismo, menos aún en una sociedad compleja que ha olvidado por fortuna el mito del progreso perenne e irreversible. Se impone, por tanto, el diálogo, para calibrar y puntualizar las diversas facetas. Así, es una maravilla la contribución de la ciencia al mejoramiento de las condiciones de la vida; pero la tecnocracia o la fe ciega en el mercado introducen nuevos aspectos negativos y auténticas explotaciones de las personas.
No caben simplificaciones: muchas sufriremos a lo largo de junio. Existe una ecología ─y una patología- de las instituciones: “si todo está relacionado, también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el ambiente y en la calidad de vida humana: cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales”. Desde luego, sin ese diálogo al que tan poco proclives son los líderes de este país, será imposible un desarrollo integral. El cambio que necesita España ─Europa─ es mucho más profundo, porque exige superar una auténtica crisis de civilización.