El Papa sueña con una Europa que tenga “capacidad de integrar”, “capacidad de diálogo”, “capacidad de generar”
“¡Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad? ¿Qué te ha pasado Europa, tierra de poetas, filósofos, artistas, músicos, escritores? ¿Qué te ha ocurrido Europa, madre de pueblos y naciones, madre de grandes hombres y mujeres, capaces de defender y dar la vida por la dignidad de sus hermanos?”
A estas preguntas que el papa Francisco se hizo en el discurso de recepción del Premio Carlomagno, ya había respondido Leon Tolstoy hace más de un siglo, en su estudio sobre “¿Qué es el arte?”
“La falta de fe de las clases superiores ha hecho que en vez de un arte que tendiera a transmitir los más altos sentimientos de humanidad, es decir, aquellos que dimanan de una concepción religiosa de la vida, tengamos un arte que sólo tiende a producir mayor suma de placeres a una clase determinada de la sociedad”.
Tolstoy lo entendió bien. El arte es en el fondo una añoranza de la Luz eterna; un anhelo de transmitir la Belleza que Dios ha injertado en la naturaleza, en el hombre.
A las preguntas que se ha hecho el Papa, podríamos añadir ésta: Europa, ¿qué te ha sucedido, Europa, tierra de santos que te han enseñado a hablar y a escribir, que te han descubierto la grandeza del Cielo, y han abierto tus ojos para que descubras en los hombres la dignidad de hijos de Dios? ¿Qué te pasado, Europa, que has olvidado tus catedrales, tus santuarios, que han movido tu corazón para amar a todos los hombres?
Ya lo vio con claridad Dostoyesky en sus “Demonios”, y dejó reflejado un mundo que se olvida del Creador; un mundo en que los hombres además del Creador, echan en olvido su pecado; rechaza la vida que Dios le da, y el hombre pretende convertirse en un “dios de barro y de barrio bajero”.
El Papa sueña con una Europa que tenga “capacidad de integrar”, “capacidad de diálogo”, “capacidad de generar”.
Para tener esas capacidades Europa necesitaría volver a sus orígenes: “Europa entera se ha encontrado a sí misma alrededor de la “memoria” de Santiago, en los mismos siglos en los que ella se edificaba como continente homogéneo y unido espiritualmente. El mismo Goethe insinuará que la conciencia de Europa ha nacido peregrinando” (Juan Pablo II, Santiago, 9-XI-1982).
Cuando los restos de cristianismo, de los que se alimentó la Ilustración hasta que ya no pudo manipularlos más, desparecieron del horizonte cultural-político de las naciones europeas, Europa ha perdido esas “capacidades” con las que sueña el Papa.
¿En torno a que verdad, a que idea, puede integrar a los hombres, si sólo conoce la lógica del “poder” de la mayoría, que siempre acaba sometiendo, no integrando?
¿Sobre qué va a dialogar si ha perdido la perspectiva de la verdad, del sentido de la vida del hombre, del andar de la historia, de la vida eterna?
¿Qué va a engendrar si hace legales los abortos, y pretende eliminar las familias, y dar a los hijos a la manipulación de la “tribu” que está en el poder, por medio de la enseñanza sectaria en todos los órdenes?
La Europa que las desviaciones de la Ilustración condenaron a ser simplemente “todo política”, está en plena agonía, en irreversible agonía.
El Papa Francisco, en la misma ocasión, manifestó que sueña con una Europa “joven, capaz de ser todavía madre: una madre que tenga vida, porque respeta la vida y ofrece esperanza de vida”, “donde casarse y tener hijos sea una responsabilidad y una gran alegría, y no un problema”.
Esa será la “nueva” Europa que surgirá del peregrinar de los nuevos santos, jóvenes y hombres hechos, célibes y casados, quienes como nuevos Santiago, Ireneo, Agustín, Bernardo, Wenceslao, Francisco, Brígida, Domingo, Cirilo, Metodio, Bonifacio, siembren en las tierras de Europa la Fe en Cristo, y alcen la Cruz, bien visible, en todos los caminos.
Ernesto Juliá, en religionconfidencial.com.
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