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Un pensador que sabe ver la fe con la novedad del converso. Es ingenioso y atrevido con los temas de los que se ocupa, como la muerte, la sexualidad o el ateísmo.
Fabrice Hadjadj es un pensador, valiente y sin prejuicios, que ha tenido éxito en Francia presentando el mensaje cristiano de una manera atractiva y directa. Sabe ver la fe con la novedad del converso. Además de tener una brillante prosa, es ingenioso y atrevido con los temas de los que se ocupa, como la muerte, la sexualidad o el ateísmo.
Este joven pensador francés no le tiene miedo a la polémica. Se presenta como «judío de nombre árabe y converso al catolicismo». Sin embargo, Fabrice Hadjadj no exhibe su trayectoria biográfica, ni el hecho mismo de su conversión. Considera que es impúdico referirse a su experiencia personal de lo sobrenatural.
Sabemos que nació en Nanterre en 1971 y que se convirtió en 1998, tras una juventud ácrata y nihilista. Fue bautizado en la abadía de Solesmes y en la actualidad imparte clases en el seminario de Toulon, aunque ha sido nombrado recientemente director del Instituto de Estudios Antropológicos (Philanthropos) de Friburgo. Está casado y es padre de cinco hijos.
El gusto por lo políticamente incorrecto
Los temas tratados en sus obras son también polémicos y se sitúan en las antípodas de la corrección política. No sólo se enfrenta a una visión sensacionalista del sexo; también critica sin prejuicios las consecuencias del relativismo e incluso es capaz de llamar la atención sobre un tema, la muerte, que la sociedad contemporánea parece haber excluido del discurso.
Hasta el momento se han traducido al castellano cuatro de la docena de libros que ha escrito, entre ensayos y obras dramáticas. Asimismo, Hadjadj es un asiduo colaborador de los medios de comunicación de su país. Posee un estilo atractivo: domina los juegos de palabras, utiliza imágenes eficaces y expresiones coloquiales en algunos casos y, sobre todo, es hábil y rápido en la argumentación.
Frente a la banalización de la creencia religiosa, Hadjadj recuerda ante todo la necesidad de vivir con coherencia el cristianismo.
Mucho hay en la prosa de este autor que proviene de sus lecturas. Se puede descubrir, así, la afición por la paradoja y la sátira de Chesterton; la frase lapidaria y los latigazos aforísticos de Nietzsche, junto con la intención provocadora y la claridad crítica de Kierkegaard. Pero también sus páginas destilan el júbilo vital de los primeros cristianos. Una mezcla que se antoja ciertamente explosiva, pero también exitosa desde un punto de vista comercial: sus libros se venden muy bien y algunos cuentan ya con varias ediciones.
Redescubrir la fe
Hadjadj es, sobre todo, un pensador cristiano y religioso. Pero no es simplemente un azote de herejes ni un estilista que sabe exponer hábilmente la ortodoxia. Su blanco es la hipocresía consumista de hoy, la frivolidad sexual y todo aquello que nace de una raíz claramente identificada: la banalización de la creencia religiosa y, con ella, del pecado. Pero el propósito de fondo es denunciar cómo también se ha infiltrado cierta perspectiva secularista entre los muros de la cristiandad.
Como escritor religioso, sus libros componen un género distinto, al que podríamos aplicar la expresión de “nueva apologética”. La de Hadjadj pretende redescubrir el cristianismo a quienes, afirmando la fe y siendo miembros de sociedades culturalmente cristianas, se han acostumbrado al contenido excepcional de la creencia cristiana, perdiendo su capacidad de asombro y descreyendo del misterio.
En definitiva, se dirige a quienes, a veces inconscientemente, se han dejado seducir por las corrientes del pensamiento dominante. Muchos cristianos también se han perdido, como sus coetáneos, en una existencia vacía y anodina. Por eso el cristiano debe ser el primero en retomar, afirma, el contacto con lo sobrenatural y dejar que éste se convierta, realmente, en el núcleo de su vida.
Con convencimiento afirma que solo puede redescubrirse la fe si se renuncia al espiritualismo vacío —tanto al ofrecido por las sectas new age como al que proviene de los escarceos, más o menos inocentes, con el budismo—, al sentimentalismo exacerbado y a la filantropía ingenua.
Los demonios también creen
La cultura moderna, es cierto, ha asumido algunas ideas cristianas, pero en algunos casos también las ha desnaturalizado. Es una de las consecuencias de la secularización, que ha terminado sustituyendo «la mística por la moral, el drama por la norma y la gracia por la naturaleza». De esto trata, precisamente, La fe de los demonios o el ateísmo superado, con el que ganó el Premio de Literatura religiosa en Francia hace dos años. El libro se abre recordando que el conocimiento de la verdad no nos impide incurrir en el mal y que más que escandalizarnos de los ateos profesionales, tendríamos que hacerlo por los cristianos que viven como si Dios no existiera.
La moda del nuevo ateísmo —tan pueril como pasajero— resulta menos peligrosa que la actitud hipócrita de muchos creyentes: «Repito a menudo —confiesa en una entrevista— que no por casualidad Jesús se dirige a los escribas y fariseos: no eran ateos, sino especialistas en la fe; sin embargo, fueron ellos quienes lo crucificaron».
De ahí que la profundización en la fe que exige este joven intelectual no consista en el ejercicio especulativo de la teología. Nos recuerda ante todo la necesidad de vivir con coherencia el cristianismo. «El principio radical de la culpa no se encuentra en la ignorancia atea ni en la debilidad carnal (…) sino en las infidelidades al mensaje». No denuncia la debilidad ni la miseria humana, que conoce, sino más bien la hipocresía. Esto hace que sus libros sean menos ensayos teóricos que textos dirigidos a galvanizar al lector y rescatarle de su poltronería espiritual.
Con ello, el cristianismo deja de ser percibido como una religión histórica, un resumen de máximas sapienciales o un ideal de vida buena. Hadjadj lo sitúa en el plano de la llamada personal y del encuentro con Cristo, en el plano de una vocación que requiere entrega. Desde esta perspectiva se transforma radicalmente el papel que asumen los creyentes: no se trata solo de ser defensores culturales de la fe o de “vender” el mensaje —desconfía de las estrategias de marketing—: se trata de que cada creyente se convierta en testigo. Algo menos cómodo, sí, pero más satisfactorio.
Por una mística de la carne
La verdad cristiana reaparece en su prosa como algo equilibrado y capaz de recomponer la fragmentación posmoderna. No en vano, destaca el carácter paradójico del cristianismo: ante la mirada superficial, algunos fenómenos parecen contradecirse, pero se amalgaman armónicamente si se reflexiona en profundidad. La perspectiva cristiana permite, de ese modo, la coexistencia entre fe y razón, carne y espíritu, historia y eternidad.
Hadjadj sostiene que la fe superficial debe hacerse profunda hasta el punto de… volverse carnal. En La profundidad de los sexos. Por una mística de la carne, expone el significado cristiano de la sexualidad, utilizando para ello una retórica premeditadamente descarada. No anuncia verdades nuevas, pero sí logra redescubrir a la persona como “cuerpo espiritualizado”.
Si el verdadero cristianismo es misteriosamente carnal, el pansexualismo que soezmente recubre el espacio público esconde un maniqueísmo espiritualista. La sexualidad que éste último ofrece no es “humana”, sino una sublimación idealista que mutila a hombre y mujer. Ello explica que se haya mitificado excesivamente el sexo y que las experiencias sean a la postre insatisfactorias. La frenética búsqueda de placeres, la proliferación de los reclamos publicitarios y las diversas “modas sexuales” se basan, precisamente, en promover encuentros irreales que impiden valorar la corporalidad humana y al hombre de carne y hueso.
Se rebaja así el sentido de la unión sexual. «El mayor amor —explica— no se encuentra en el amor imposible. Está en el amor posible, natural, por ejemplo, en el amor conyugal». Cuando en el subtítulo se habla de la “mística de la carne”, está ofreciendo una alternativa más profunda, la cristiana, que restaura al hombre como carne espiritualizada y redimensiona la sexualidad y lo que conlleva, como el pudor o el cariño.
Si esto es así, ¿por qué hay tantos prejuicios sobre la visión cristiana de la sexualidad? Según Hadjadj, la enseñanza de la Iglesia se ha transmitido mal en muchas ocasiones. «Dos son los errores principales (…) Se muestra una moral que concibe la sexualidad como un impedimento. Mientras que la Iglesia dice que la sexualidad es buena en sí misma (…) El otro error es caer en la obsesión sexual. Es decir, hablar a los jóvenes de “moral sexual” y no de la aventura heroica de la vida cristiana».
«Los jóvenes —continúa Hadjadj— no aceptarán la moral sexual si no se les muestra su finalidad. (...) La moral es como la gramática: es importante que exista para poder hablar, pero no se habla para hacer gramática. Si queremos que los chavales se interesen por la gramática, debemos sobre todo mostrarles la poesía de la vida cristiana. Este es el verdadero desafío».
Aprender a morir para vivir mejor
Si bien la sexualidad está siempre en los escaparates de hoy, hay un tema sobre el cual la sociedad no quiere ni oír hablar: la muerte. Es como si el hombre, acostumbrado a alcanzar el éxito en todas sus empresas, tuviera la necesidad de silenciar algo que demuestra su fracaso más rotundo e inevitable. No sólo ha desaparecido la muerte como tema; algo parecido se intenta hacer con su antesala, la vejez.
Tenga usted una buena muerte —premio de literatura católica en Francia (2006)— es, sin embargo, un libro sobre la alegría y sobre la vida, precisamente porque se sitúa en un nivel de discurso distinto del habitual. La verdadera alegría proviene de la sorpresa de lo creado, pero también de la apertura del hombre al misterio, a aquello que le supera, como la muerte. De esa forma, sostiene que ser conscientes de la muerte ofrece la posibilidad de descubrir el sentido de la vida, ya que sabernos mortales obliga a recomponer el orden de nuestras prioridades.
Paradójicamente, la negación de la muerte implica la negación de la vida y la promoción de la cultura de la muerte. Una sociedad que esconde el hecho de la muerte es una sociedad que no puede disfrutar de la vida —de la vida humana, entretejida de deseos, de triunfos, de tragedias y sufrimientos— y ha de inventarse simulacros para vivir. Lo dramático es que no los encuentra. Y quien no ama la vida no puede amar a los demás. Todo está como encadenado.
Desde este punto de vista, el cristianismo —que recuerda la realidad de nuestra existencia finita— aparece como un manual eficaz para vivir la vida, la real, y no la compuesta de sueños infantiles. Una vida que se percibe en su sentido, como antesala del más allá. La negación de lo sobrenatural está conectada con la negación de la muerte y con la desesperanza. Necesitamos descubrir al hombre como ser dependiente y necesitado para regenerar nuestra esperanza: «Necesitamos, pues, a los moribundos», concluye Hadjadj.
Motivos para la esperanza
Frente a lo que simple vista pudiera parecer, los ensayos de Hadjadj contienen poco pesimismo antimoderno. Es cierto que desvela valientemente las heridas de nuestra sociedad y de nuestra cultura, pero es consciente de que la mirada pesimista resulta incoherente con la visión cristiana de la vida. La vida, vista con otros ojos, ofrece más motivos para la esperanza que para el desconsuelo. Sobre todo porque la posibilidad de transformar las cosas está al alcance de cada individuo.
Se puede decir, por todo ello, que sus ensayos también pueden ser leídos como un reto pedagógico. De uno de los santos a quienes más admira, san Francisco de Asís, Hadjadj ha aprendido una lección: la importancia de la recepción y de la acogida, lo que constituye, si puede decirse así, la piedra de toque de su concepción filosófica.
Hoy nos encontramos ante una visión de la vida que se centra en dar todo lo que se espera de cada uno, ya sea en el trabajo, en la familia, en la sociedad. Sin embargo, según Hadjadj, hemos olvidado la lógica del recibir, es decir, la actitud agradecida y humilde de quien acoge lo que se le ofrece.
Otra vez, la alternativa a la crisis que propone el pensador francés es ciertamente excéntrica: la visión de san Francisco. Pero razón parece que no le falta. El autor francés pone el ejemplo del domingo: si se comprende la perspectiva de la recepción, el domingo es el día que nos recuerda que los dones son recibidos y nos obliga a realizar un parón, con consecuencias terapéuticas, en medio de unas jornadas frenéticas que sólo se centran en lo que podemos dar.
El domingo, pues, es un recordatorio imprescindible para no perder la perspectiva de lo importante, lo mismo, precisamente, que trata de hacer Fabrice Hadjadj con sus escritos: ofrecer al lector una pausa para que piense en cosas decisivas y no se deje llevar por menudencias superficiales.
Josemaría Carabante
Enlace relacionado:
El drama de la certeza. Extracto de una entrevista a Fabrice Hadjadj publicada en huellas.tracce.it (originariamente en ilsussidiario.net)
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