La sensibilidad que muestra ‘Amoris laetitia’ hacia la belleza del amor matrimonial y familiar debe ir vinculada a la cercanía para curar las heridas en las personas
Entre las presentaciones de la exhortación Amoris laetitia, del Papa Francisco sobre el amor en la familia, cabe destacar ahora las de dos cardenales: Donald Wuerl en Estados Unidos y Vincent G. Nichols en Inglaterra.
La primera intervención es la presentación que ha hecho el cardenal arzobispo de Washington, Donald Wuerl, en la Catholic University of America (Universidad católica de la Conferencia episcopal de los Estados Unidos), de la que es canciller.
Monseñor Wuerl fue uno de los 10 miembros de la comisión redactora de la Relatio finalis en el sínodo de 2015. Con anterioridad había sido relator general en el sínodo de 2012 sobre la nueva evangelización.
Su alocución tiene cuatro pasos. El primero es una breve panorámica de la exhortación. La belleza del proyecto divino sobre la familia contrasta con los desafíos actuales, sobre todo del individualismo y el relativismo como la cultura del descarte. Por eso hay una gran necesidad de anunciar la vocación del matrimonio. El sacramento del matrimonio fortalece el amor humano que está en el centro del proyecto familiar. De ahí la importancia del diálogo entre los esposos y entre los demás miembros de la familia, la valoración de cada uno como es, la apertura y la comunicación con los otros.
Todo ello requiere no solamente una catequesis y una formación profunda, comenzando por la formación de los educadores de los futuros esposos. Esta catequesis y formación debe comenzar cuanto antes. Ahora se trata de redescubrir la belleza de este proyecto y extenderla por todas partes: en las escuelas, en las parroquias y en las mismas familias, ayudándolas para que puedan desarrollar sus virtudes en beneficio de la sociedad. Al mismo tiempo es preciso saber discernir y acompañar las situaciones concretas, también las conflictivas, y curar las fragilidades. Esto es muy distinto de escuchar a los que querrían deformar o cambiar el proyecto cristiano o asimilarlo a otras uniones.
En un segundo paso el cardenal subraya que este documento representa importantes “consensos”. Entiéndase esta palabra no en un sentido sociopolítico sino eclesial, pues recoge los trabajos de los sínodos de 2014 y 2015 en torno al matrimonio y a la familia, lo que para muchos supone una cierta “novedad”. Los medios de comunicación estuvieron pendientes de estos sínodos que deseaban ser lo que el Concilio Vaticano II había previsto para los sínodos: un instrumento para el ministerio pastoral de la Iglesia. El Papa quiso que el proceso sinodal se llevara a cabo en dos fases: análisis de los desafíos (2014) y presentación de la vocación y misión del matrimonio y de la familia hoy (2015).
El documento distingue la enseñanza o la doctrina sobre el matrimonio y su indisolubilidad, respecto al juicio pastoral sobre la relación de las personas con el sacramento. Son dos cuestiones interconectadas pero no deben ser identificadas ni confundidas. La primera se refiere a la revelación y a la articulación doctrinal y disciplinar de la Iglesia. La segunda aborda la valoración de las situaciones personales en ese marco, sin perder de vista la integridad del cuadro total.
En un tercer punto, el cardenal subraya la continuidad del documento con la enseñanza del magisterio de los Papas anteriores y con la tradición teológica católica. Particularmente notable es (en cuanto al número de las referencias) la conexión del texto con el magisterio de san Juan Pablo II, con el concilio Vaticano II, con la doctrina de santo Tomás de Aquino, el Catecismo de la Iglesia Católica y el magisterio de Benedicto XVI y del beato Pablo VI.
Desde el concilio Vaticano II hasta hoy se observa esta continuidad de reflexión en la enseñanza del magisterio sobre el matrimonio y la familia. Al mismo tiempo han existido desconciertos y errores en las interpretaciones y aplicaciones de estas enseñanzas. Benedicto XVI refutó una interpretación en la línea de la ruptura o de la discontinuidad entre las enseñanzas de la Iglesia y ha orientado la recta interpretación por el camino de una reforma o renovación (siempre necesaria) en la continuidad de las enseñanzas magisteriales.
En este marco, Amoris laetitia profundiza en la diferencia entre la “ley de la gradualidad”, que es algo correcto y necesario, y la errónea “gradualidad de la ley”. Aunque el cardenal no se detenga mucho en este aspecto, quizá convenga recordar lo que ya explicaba la exhortación Familiaris consortio, de san Juan Pablo II.
Hay un correcta “ley de la gradualidad”, que se refiere a la necesidad de un itinerario paulatino en la conversión y en la santidad. La gracia llega por caminos de oración y de penitencia y con la ayuda de los sacramentos, especialmente el sacramento del perdón. Así se va caminando paso a paso hacia la santidad contando con la misericordia divina.
El documento postsinodal no apoya −aunque algunos quizá lo hayan equivocadamente percibido así− la errónea “gradualidad de la ley”; esto es, como si permitiera la posibilidad de diferentes grados o formas de la ley para diferentes personas y situaciones. Al contrario, el texto de Francisco rechaza esto explícitamente.
Cuarto y último punto, en este camino de continuidad el que se sitúa también el Papa Francisco, el cardenal de Washington señala la importancia de las implicaciones pastorales, que algunos consideran el núcleo del documento. Para comprenderlas bien, el cardenal de Washington aconseja leer y estudiar detenidamente el texto sin saltar al final, como a veces se hace con una novela, perdiéndose la historia y, con ella, por qué termina de ese modo, en este caso por desconocer los “consensos” y la continuidad con el magisterio de la Iglesia y la tradición eclesial.
En este punto el cardenal sostiene que este documento debe entenderse como un paso importante de la renovación de la teología moral, en la línea de lo que el concilio Vaticano II deseó para las disciplinas teológicas: su renovación por el contacto con el Misterio de Cristo y con la historia de la salvación recogida en la Biblia. Esto ha llevado a la teología moral a reaccionar contra la primacía de categorías como ley y deber. Estas categorías son siempre importantes, pero han de ir precedidas y acompañadas de la revelación que se hace plena en Cristo y del perfeccionamiento de la persona a través del amor, como insistió Juan Pablo II. Posteriormente Benedicto XVI desarrolló esta perspectiva en sus encíclicas sobre la Caridad y la Esperanza y sobre la Doctrina social, hasta su trabajo en la encíclica sobre la Fe, trabajo que continuó Francisco.
Todo ello se recoge en este documento como luz para la atención a las familias. De esta forma no se disminuye la importancia de la ley moral y del deber, sino que se las sitúa en la perspectiva del amor y de la misericordia. Esto lo realiza de modo magistral y bellamente la exhortación del Papa Francisco en su capítulo cuarto, que algunos consideran el “corazón que late” en el documento y del servicio y la atención que deben prestarse a las familias.
Según el cardenal de Washington, el planteamiento de Amoris laetitia puede sintetizarse en una sensibilidad que lleva a cuatro actitudes: escuchar a los fieles y a sus pastores (como se hizo en el proceso sinodal); acompañar a los matrimonios y a las familias (lo que requiere una formación adecuada, comenzando por los formadores) en las distintas fases y circunstancias de las familias (preparación, primeros años del matrimonio, posibles crisis, etc.); discernir (ayudando a formar la conciencia de las personas sin reemplazarla, enseñando la doctrina de la Iglesia en su integridad y sin subjetivismos, y apelando a la verdad liberadora y a la misericordia salvadora de Dios, todo ello gradualmente); y evangelizar (a las familias, poniendo en primer plano que las familias también son protagonistas de la evangelización).
La sensibilidad que muestra la exhortación Amoris laetitia hacia la belleza del amor matrimonial y familiar se destaca en la breve carta pastoral del cardenal arzobispo de Westminster, Vincent Gerald Nichols, presidente de la Conferencia episcopal de Inglaterra y Gales, carta que fue leída en todas las parroquias de Londres el pasado 1 de mayo. Esa sensibilidad debe ir vinculada a la cercanía para curar las heridas en las personas.
Ramiro Pellitero, en iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.com.
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