Durante la audiencia general el Santo Padre ha hablado del pasaje del Nuevo Testamento en el que una mujer pecadora lava los pies de Jesús ante la indignación de los fariseos
El pasaje del Evangelio de Lucas que hemos leído refleja con claridad un aspecto fundamental de la misericordia: la sinceridad de nuestro arrepentimiento suscita en Dios su perdón incondicional.
Mientras Jesús, invitado por Simón el fariseo, está sentado a la mesa, una mujer, considerada por todos pecadora, entra, se pone a sus pies, los baña con sus lágrimas y los seca con sus cabellos; luego los besa y los unge con el aceite perfumado que ha traído consigo.
La actitud de la mujer contrasta con la del fariseo. El celoso servidor de la ley, que juzga a los demás por las apariencias, desconfía de Jesús porque se deja tocar por los pecadores, y se contamina. La mujer, en cambio, expresa con sus gestos la sinceridad de su arrepentimiento y, con amor y veneración, se abandona confiadamente en Jesús. Cristo no hace componendas con el pecado, que es oposición radical al amor de Dios. Pero no rechaza a los pecadores, sino que los acoge: Jesús, el Santo de Dios, se deja tocar por ellos, sin miedo de ser contaminado, los perdona y los libera del aislamiento al que estaban condenados por el juicio despiadado de quienes se creían perfectos, abriéndoles un futuro.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y América latina. Queridos hermanos en Cristo, que perdona los pecados, brilla en él la fuerza de la misericordia de Dios, capaz de transformar los corazones. Abrámonos al amor del Señor, y dejémonos renovar por Él. Y en esta lengua que nos une a España y Latinoamérica, Hispanoamérica quiero decir, también a nuestros hermanos del Ecuador nuestra cercanía y nuestra oración en este momento de dolor. Gracias.
Hoy queremos detenemos en un aspecto de la misericordia bien representado en el evangelio de Lucas (Lc 7,37-38.44.47-48): se trata de un hecho sucedido a Jesús cuando era huésped de un fariseo de nombre Simón. Este quiso invitar a Jesús a su casa porque había oído hablar bien de Él como de un gran profeta. Ymientras se hallaban sentados a la mesa, entra una mujer conocida por todos en la ciudad como pecadora. Y, sin decir palabra, se pone a los pies de Jesús y se echa a llorar; sus lágrimas mojan los pies de Jesús, pero ella los seca con sus cabellos y luego los besa y los unge con un perfume que ha traído consigo.
Resalta el contraste entre las dos figuras: la de Simón, el celoso servidor de la ley, y la de aquella anónima mujer pecadora.Mientras el primero juzga a los demás por las apariencias, la segunda con sus gestos expresa con sinceridadsu corazón. Simón, a pesar de haber invitado a Jesús, no quiere comprometerse ni implicarsu vidacon el Maestro; la mujer, al contrario, se fía plenamente de Él con amor y veneración.
El fariseo no concibe que Jesús se deje contaminar −entre comillas− por los pecadores. Así pensaban ellos. Él piensa que si fuera realmente un profeta debería reconocerlos y mantenerlos lejos para no ser manchado, como si fuesen leprosos. Esta actitud es típica de un cierto modo de entender la religión, y está motivada porque Dios y el pecado se oponen radicalmente. Pero la Palabra de Dios nos enseña a distinguir entre el pecado y el pecador: con el pecado no se pueden hacer componendas, mientras que los pecadores −¡o sea, todos nosotros!−somos como enfermos que hay que curar, y para curarlos hace falta que el médico se les acerque, los visite, los toque. Y, naturalmente, el enfermo para ser curado debe reconocer que necesita al médico.
Entre el fariseo y la mujer pecadora, Jesússe inclina por esta última. Jesús, libre de prejuicios que impiden que la misericordia se exprese, el Maestro la deja hacer. Él, el Santo de Dios, sedeja tocar por ella sin temor a ser contaminado.Jesús es libre, libre porque está cerca de Dios que es Padre misericordioso. Y esa cercanía a Dios, Padre misericordioso, da a Jesús la libertad. Es más, entrando en relación con la pecadora, Jesús pone fin a esa condición de aislamiento a la que el severo juicio del fariseo y de sus paisanos −que abusaban de ella− la condenaba: «Tus pecados te son perdonados» (v. 48).
La mujer ahora puede irse “en paz”. El Señor ha visto la sinceridad de su fe y de su conversión; por eso, ante todos proclama: «Tu fe teha salvado» (v. 50). Por una parte,aquella hipocresía de los doctores de la ley; por otra, la sinceridad, la humildad y la fe de la mujer. Todos somos pecadores, pero tantas veces caemos en la tentación de la hipocresía, de creernos mejores que los demás. Pero mira tu pecado…Todos miramos nuestro pecado, nuestras caídas, nuestros errores y miramos al Señor. Esa es la línea de la salvación: la relación entre “yo” pecador y el Señor. Si me siento justo, esa relación de salvación no se da.
En ese momento, un asombro aún más grande llena a todos los comensales: «¿Quién es este que hasta perdona los pecados?» (v. 49). Jesús no da una respuesta explícita, pero la conversiónde la pecadora está a los ojos de todos y demuestra que en Él brilla la potencia de la misericordia deDios, capaz de trasformar los corazones.
La mujer pecadora nos enseña el vínculo entre fe, amor y reconocimiento. Le han sido perdonados sus «muchospecados» y por eso ama mucho; «en cambio, al que poco se le perdona, ama poco» (v. 47). Hasta el mismo Simón debe admitir que ama más aquel a quien se le ha perdonado más. Dios ha metido a todos en el mismo misterio demisericordia; y de ese amor, que siempre nos precede, todos aprendemos a amar. Como recuerda san Pablo: «en Cristo tenemos la redención por su sangre, el perdón de los pecados, según las riquezas de su gracia, que hizo sobreabundar en nosotros» (Ef 1,7-8). En este texto, el término gracia es prácticamente sinónimo de misericordia, y se da abundante, es decir, más allá de cualquier expectativa nuestra, porque realiza el plan salvador de Dios para cada uno de nosotros.
Queridos hermanos, seamos agradecidos por el don de la fe, agradezcamos el Señor su amor tan grande e inmerecido. Dejemos que el amor de Cristo se derrame en nosotros: a ese amor aspira el discípulo y en él se funda; de ese amor cada uno se puede nutrir y alimentar. Así, en el amor agradecido que a nuestra vez derramamos en nuestros hermanos, en nuestras casas, en la familia, en la sociedad, se comunica a todos la misericordia del Señor. Gracias.
Queridos amigos, me alegra recibiros hoy aquí en el Vaticano. Cuando pienso en Austria con sus montañas alpinas, me viene a la cabeza también el deporte invernal. El esquí tiene una gran importancia y tradición en vuestro país, y toda la población vibra cuando competís en las pruebas. Sois modelo sobre todo para muchos jóvenes. Pero también sois figuras de integración, no solo por las prestaciones deportivas, sino por las virtudes y valores representados por el deporte: compromiso, perseverancia, determinación, corrección, solidaridad, espíritu de equipo. Con vuestro ejemplo contribuís a la formación de la sociedad. ¡Que siempre seáis mensajeros de la fuerza unitiva del deporte y de la acogida! Y, volviendo a la riqueza natural de vuestro país, sed mensajeros de la salvaguarda del ambiente y de la belleza de la creación de Dios. Gracias por vuestra visita. Que el Señor os bendiga a todos.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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