El Papa ha celebrado hoy, Jueves Santo, la Santa Misa de la Cena del Señor en el Centro de Acogida para Solicitantes de Asilo, de Castelnuovo di Porto
Allí ha lavado los pies a doce personas −once refugiados y una trabajadora del centro− provenientes de Mali, Nigeria, Eritrea, India, Siria, Pakistán e Italia.
Homilía improvisada del Santo Padre
Los gestos hablan más que las imágenes y las palabras. ¡Los gestos! En esta palabra de Dios que hemos leído hay dos gestos: Jesús que sirve, que lava los pies; Él, que era el jefe, lava los pies a los demás, a los suyos, a los más pequeños. Y el segundo gesto es Judas que va a los enemigos de Jesús, esos que no quieren la paz con Jesús, para recoger el dinero con el que lo ha traicionado: ¡las 30 monedas!
¡Dos gestos! También hoy aquí hay dos gestos: éste, el de todos nosotros juntos, musulmanes, hindúes, católicos, coptos, evangélicos…, pero hermanos, hijos del mismo Dios, que queremos vivir en paz, integrados: ese es un gesto. Y hace tres días un gesto de guerra, de destrucción, en una ciudad de Europa, por gente que no quiere vivir en paz. Pero detrás de este gesto, como detrás de Judas, había otros.
Detrás de Judas estaban los que le dieron el dinero para que Jesús fuera entregado, y detrás del otro gesto están los fabricantes, los traficantes de armas que quieren la sangre, no la paz, que quieren la guerra, no la hermandad. Dos gestos: el mismo Jesús lava los pies y Judas vende a Jesús por dinero. Y nosotros todos juntos de diversas religiones, de diversas culturas, pero hijos del mismo padre, hermanos, y allá, ¡pobres aquellos!, los que compran las armas para destruir la hermandad.
Hoy, en este momento, cuando yo haga el mismo gesto de Jesús de lavar los pies a vosotros doce, todos estamos haciendo el gesto de la hermandad y decimos: “somos distintos, somos diferentes, tenemos diferentes culturas y religiones, pero somos hermanos y queremos vivir en paz”. Ese es el gesto que yo hago con vosotros.
Cada uno tiene una historia encima, cada uno de vosotros lleva su historia a cuestas, tantas cruces, tantos dolores, pero también tiene un corazón abierto que quiere la hermandad, y cada uno en su lengua religiosa rece al Señor para que esa hermandad se contagie al mundo, para que no haya treinta monedas para matar el hermano, para que siempre haya hermandad y bondad. Así sea.