El Papa prosigue con la catequesis sobre la Misericordia en la Biblia. Habló de la grave responsabilidad de quienes ostentan cargos públicos y dijo que cuando no utilizan su poder como servicio se corrompen
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis presentamos la historia de Nabot que nos muestra al poder y la autoridad que pierden su dimensión de servicio y de misericordia. El rey Ajab quiere comprar la viña de Nabot por conveniencia personal. Nabot se niega, porque para Israel la tierra es de Dios, prenda de su bendición, y se debe custodiar y trasmitir a la siguiente generación. Ajab se enfurece por no haber satisfecho su deseo. La reina Jezabel usará su poder para matar a Nabot y así quedarse con la viña.
Qué lejos está esto de la palabra de Jesús que dice: «Quien quiera ser el primero… sea el servidor de todos» (Mc 9,35). Sin la dimensión del servicio, el poder se convierte en arrogancia y opresión. Si no hay justicia, misericordia y respeto a la vida, la autoridad se queda en mera codicia, que destruye a los demás en su afán de poseer. Pero la misericordia puede vencer el pecado. Dios envía a Elías para que amoneste al rey y se arrepienta. Con todo, el mal causado dejará una herida que tendrá consecuencias en la historia. Sólo Jesús puede sanar estas heridas y cambiar la historia, pues desde el trono de la cruz, el verdadero rey sale a nuestro encuentro, vence el pecado y la muerte, y nos da la vida.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Que el ejemplo de Jesús transforme nuestra concepción de poder para que siempre vivamos nuestra responsabilidad como un servicio, en el que manifestar su misericordia a los demás.
Proseguimos las catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura. En varios pasajes se habla de los poderosos, de los reyes, de los hombres que están “arriba”, y también de su arrogancia y de sus abusos. La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y útiles al bien común, si se ponen al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero cuando, como sucede tantas veces, se viven como privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y muerte. Es lo que pasa en el episodio de la viña de Nabot, descrito en el Primer Libro de los Reyes, en el capítulo 21, en el que hoy nos detenemos.
En ese texto se cuenta que el rey de Israel, Acab, quiere comprar la viña de un hombre de nombre Nabot, porque esa viña limita con el palacio real. La propuesta parece legítima, incluso generosa, pero en Israel las propiedades de la tierra se consideraban casi inalienables. De hecho, el libro del Levítico prescribe: «La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra es mía y vosotros sois para mí como forasteros y extranjeros» (Lv 25,23). La tierra es sagrada, porque es un don del Señor, que como tal ha de protegerse y conservarse, en cuanto signo de la bendición divina que pasa de generación en generación y garantía de dignidad para todos. Se comprende entonces la respuesta negativa de Nabot al rey: «Guárdeme Dios de que yo te dé a ti la heredad de mis padres» (1Re 21,3).
El rey Acab reacciona a ese rechazo con amargura e indignación. Se siente ofendido −él es el rey, el poderoso−, disminuido en su autoridad de soberano, y frustrado en la posibilidad de satisfacer su deseo de posesión. Viéndolo así abatido, su mujer Jezabel, una reina pagana que había incrementado los cultos idólatras y hacía matar a los profetas del Señor (cfr. 1Re 18,4) −¡no era mala, era malvada!−, decide intervenir. Las palabras con las que se dirige al rey son muy significativas. Escuchad la maldad que hay detrás de esta mujer: «¿Así reinas ahora sobre Israel? Levántate, come y alégrate; yo te daré la viña de Nabot de Jezreel» (v. 7). Ella pone el acento en el prestigio y el poder del rey que, según su modo de ver, se pone en duda por el rechazo de Nabot. Un poder que ella, en cambio, considera absoluto, y por el cual todo deseo del rey poderoso es una orden. El gran San Ambrosio escribió un pequeño libro sobre este episodio. Se llama “Nabot”. Nos hará bien leerlo en este tiempo de Cuaresma. Es muy bonito, es muy concreto.
Jesús, recordando estas cosas, nos dice: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20,25-27). Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se vuelve dominio y opresión. Eso es precisamente lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot. Jezabel, la reina, de forma intencional, decide eliminar a Nabot y lleva a cabo su plan.
Se sirve de las apariencias engañosas de una legalidad perversa: escribe, en nombre del rey, cartas a los ancianos y a los notables de la ciudad ordenando que falsos testigos acusen públicamente a Nabot de haber maldecido a Dios y al rey, un crimen que se castigaba con la muerte. Así, muerto Nabot, el rey pudo adueñarse de su viña. Y esta no es una historia de otros tiempos, es también la historia de hoy, de los poderosos que, para tener más dinero, abusan de los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja en negro y con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos. ¡Es la historia de políticos corruptos que quieren más y más y más! Por eso decía que nos vendrá bien leer ese libro de San Ambrosio sobre Nabot, porque es un libro de actualidad.
A eso lleva el ejercicio de una autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia. Y a eso lleva la sed de poder: se vuelve avaricia que quiere poseerlo todo. Un texto del profeta Isaías es particularmente luminoso al respecto. En él, el Señor pone en guardia contra la codicia de los ricos latifundistas que quieren poseer cada vez más casas y tierras. Y dice el profeta Isaías: «¡Ay de los que juntan casa a casa, y añaden campo a campo, hasta ocuparlo todo! Así os quedaréis solos en medio de la tierra» (Is 5,8).
¡Y el profeta Isaías no era comunista! Pero Dios es más grande que la maldad y los juegos sucios de los seres humanos. En su misericordia envía al profeta Elías para ayudar a Acab a convertirse. Ahora pasemos página y, ¿cómo sigue la historia? Dios ve ese crimen y llama al corazón de Acab, y el rey, puesto ante su pecado, comprende, se humilla y pide perdón. ¡Qué bonito sería si los poderosos abusadores de hoy hiciesen lo mismo! El Señor acepta su arrepentimiento; sin embargo, un inocente ha muerto, y la culpa cometida tendrá inevitables consecuencias. El mal realizado deja sus huellas dolorosas, y la historia de hombres lleva esas heridas.
La misericordia muestra también en este caso el camino maestro que debe seguirse. La misericordia puede curar las heridas y puede cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia divina es más fuerte que el pecado de los hombres. Es más fuerte; ¡ese es el ejemplo de Acab! Nosotros conocemos el poder, cuando recordamos la venida del Inocente Hijo de Dios que se hizo hombre para destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente distinto. Su trono es la cruz. No es un rey que mata, sino al contrario da la vida. Su ir hacia todos, sobre todo a los más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al que conduce el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores al lugar de la gracia y del perdón. Y esa es la misericordia de Dios.
* * *
Espero que todos, en este Año Santo de la misericordia, vivan toda forma de poder como servicio a Dios y a los hermanos, con los criterios del amor a la justicia y del servicio al bien común.
La Cuaresma es un tiempo favorable para intensificar la vida espiritual: que la práctica del ayuno os ayude, queridos jóvenes, a adquirir mayor dominio de vosotros mismos; que la oración sea para vosotros, queridos enfermos, el medio de encomendar a Dios vuestros sufrimientos y sentirlo siempre cerca; que las obras de misericordia os ayuden, queridos recién casados, a vivir vuestra existencia conyugal abriéndola a las necesidades de los hermanos.
Fuente: romereports.com / vatican.va.
Traducción de Luis Montoya.
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