Esta mañana ha tenido lugar la primera de las Audiencias que el Papa Francisco ha establecido tener un sábado al mes para los peregrinos y fieles que llegan a Roma por el Jubileo de la Misericordia
Texto de la catequesis del Santo Padre
Queridos hermanos y hermanas, entramos día a día de lleno en el Año Santo de la Misericordia. Con su gracia, el Señor guía nuestros pasos mientras atravesamos la Puerta Santa y nos sale al encuentro para quedarse siempre con nosotros, a pesar de nuestras faltas y contradicciones. No nos cansemos nunca de sentir la necesidad de su perdón, porque cuando somos débiles su cercanía nos hace fuertes y nos permite vivir con mayor alegría nuestra fe.
Quisiera indicaros hoy el estrecho vínculo que hay entre la misericordia y la misión. Como recordaba san Juan Pablo II: «La Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia y cuando acerca a los hombres a las fuentes de la misericordia» (Dives in misericordia, 13). Como cristianos tenemos la responsabilidad de ser misioneros del Evangelio. Cuando recibimos una buena noticia, o cuando vivimos una bonita experiencia, es natural que sintamos la exigencia de participarla también a los demás. Sentimos dentro de nosotros que no podemos contener la alegría que se nos ha dado: queremos extenderla. La alegría suscitada es tal que nos empuja a comunicarla.
Y debería ser lo mismo cuando encontramos al Señor: la alegría de ese encuentro, de su misericordia, comunicar la misericordia del Señor. Es más, la señal concreta de que de verdad hemos encontrado a Jesús es la alegría que notamos al comunicarlo también a los demás. Y esto no es “hacer proselitismo”, esto es hacer don: yo te doy lo que me da alegría. Leyendo el Evangelio vemos que esa fue la experiencia de los primeros discípulos: tras el primer encuentro con Jesús, Andrés fue a decírselo en seguida a su hermano Pedro (cfr. Jn 1,40-42), y lo mismo hizo Felipe con Natanael (cfr. Jn 1,45-46).
Encontrar a Jesús equivale a encontrarse con su amor. Ese amor nos trasforma y nos hace capaces de trasmitir a otros la fuerza que nos da. De algún modo podríamos decir que desde el día del Bautismo se nos dio a cada uno un nuevo nombre además del que ya nos dieron mamá y papá, y ese nombre es “Cristóforo”: todos somos “Cristóforos”. ¿Qué significa? “Portadores de Cristo”. Es el nombre de nuestra actitud, una actitud de portadores de la alegría de Cristo, de la misericordia de Cristo. Cada cristiano es un “Cristóforo”, es decir, un portador de Cristo.
La misericordia que recibimos del Padre no se nos da como un consuelo privado, sino que nos hace instrumentos para que también otros puedan recibir el mismo don. Hay una estupenda circularidad entre la misericordia y la misión. Vivir de misericordia nos hace misioneros de la misericordia, y ser misioneros nos permite crecer cada vez más en la misericordia de Dios. Así que tomémonos en serio nuestro ser cristianos, y comprometámonos en vivir como creyentes, porque solo así el Evangelio puede tocar el corazón de las personas y abrirlo para recibir la gracia del amor, para recibir esta gran misericordia de Dios que acoge a todos.
En el saludo particular en italiano el Papa dijo:
Alguno de vosotros se preguntará cómo es la casa del Papa, dónde vive el Papa. El Papa vive aquí detrás, en la Casa Santa Marta. Es una casa grande, donde viven unos cuarenta sacerdotes y algunos obispos que trabajan conmigo en la Curia, y también hay algunos huéspedes de paso: Cardenales, Obispos, laicos que vienen a Roma para los encuentros en los Dicasterios, y cosas así. Y hay un grupo de hombres y de mujeres que sacan adelante las labores de la casa: limpieza, cocina, comedor. Y ese grupo de hombres y mujeres son parte de nuestra familia, forman una familia: no son empleados lejanos, porque los consideramos como parte de nuestra familia. Y quisiera deciros que hoy el Papa está un poco triste porque ayer se nos fue una señora que nos ayudaba tanto, desde hace años. También su marido trabaja aquí, con nosotros, en esta casa. Tras una larga enfermedad, el Señor la llamó consigo. Se llama Elvira. Y yo os invito, hoy, a hacer dos obras de misericordia: rezar por los difuntos y consolar a los afligidos. Os invito a rezar un Avemaría por la paz eterna y la alegría eterna de la señora Elvira, y para que el Señor consuele a su marido y a sus hijos.