No aprendemos. El concepto de medio ambiente nos sigue llevando por la calle de la amargura, definirlo es como quien mira un paisaje y opina: “me gusta, me disgusta, o me da igual…”
El testigo (un ser humano) que lo observa y señala no se da cuenta de que él mismo forma parte del paisaje del que cree abstraerse. El Homo Tecnologicus ya no se mueve con un mínimo de racionalidad, característica que argumentó durante apenas unos pocos siglos de su ancestral existencia para compararse con otras especies. El concepto de sostenibilidad está muy ligado al de supervivencia, como el de estabilidad. Los científicos que estudiamos el impacto de las catástrofes naturales, o inducidas por nosotros, cada vez los vemos más unidos. En realidad el medio ambiente que socavamos sin freno es el factor inamovible que garantiza nuestra propia existencia.
La cumbre sobre el clima de París (COP21) ha dejado euforias infundadas, sabores amargos y mucho de maquillaje. Los acuerdos dan demasiado tiempo a la incertidumbre de comenzar a tomar las medidas necesarias si no queremos que la biodiversidad finalmente sea un concepto del pasado, que nuestros paisajes humanos, la degradación de este factor inamovible que nos sostiene y que incluye la economía, la cultura, la ciencia, nuestras relaciones humanas… se vuelvan contra un ser que creyó poder echar un pulso al medio que le sostenía, a una extensión de sí mismo que creyó ajena. Un dedo que ha decidido independizarse y empezar una vida nueva al margen del cerebro, del corazón… París supone la última advertencia de que no lo haga, es la señal dada a un mundo en que la era de los combustibles fósiles fue una página más. Y así es, la era de los combustibles fósiles ha tocado techo. La que nos hizo creernos casi dioses.
Es una cuestión geológica, pero también cultural: si el año 2005 supuso el año del pico del crudo, 2008 el colapso de los mercados desvinculados de una economía física real, 2010 un ecuador en nuestra evolución con más de la mitad de la población del planeta viviendo ya en ciudades y consumiendo recursos almacenando desechos como nunca, 2015 supone que las contaminantes extracciones no convencionales ahora en decadencia, han tocado el máximo techo que nuestra tecnología pudo acometer, y no hay más que hablar. El petróleo, carbón, uranio o gas natural accesibles, eran recursos finitos que en algún momento iban a faltar.
A la geología de la Tierra no se le puede pedir más, ella tiene sus ritmos de extracción, no los que este ser tan evolucionado en arrogancia desea. Todos esos recursos energéticos estarán ahí siempre, nunca faltarán, el problema es que los más accesibles, los de mejor calidad, los menos contaminantes, ya se han quemado; ahora nos queda lo peor: lo inaccesible, lo de baja calidad, lo que si se extrae contaminaría como nunca antes se ha visto. Es fácil de entender: para la extracción de energía, que es la sangre de nuestra civilización, hay que invertir energía, hay que quemar, y así en la medida que se considere más y más necesario, más se contamina. Cuanto más difícil se pone la cosa, más hay que quemar.
A mediados del siglo XX, allá por las décadas prodigiosas de los 50 a los 80, con una unidad de energía obteníamos cien, es decir, quemando un barril extraíamos tanta sangre para este sistema basado en la abundancia de energía solar fósil concentrada, fabricada por la Tierra durante millones de años, que fuimos subvencionados así para un crecimiento desenfrenado culminando en lo que quisimos denominar nuestro estado del bienestar. Pero con el tiempo las tasas de extracción se redujeron, y de ello fue culpable no sólo la finitud de nuestro planeta, sino nuestra propia voracidad, todo nos pareció poco, así que hoy nos vemos con un barril que a duras penas le arranca dieciocho al planeta, y pronto serán menos. La frontera de uno a diez será traumática, puesto que cada vez tendremos que quemar más y más si queremos mantener nuestro insostenible ritmo, el problema es que ya no lo vamos a conseguir, y lo sabemos, París lo ha democratizado, lo ha hecho público y universal: el planeta y su geología tenían un límite, aunque no quisimos verlo.
En realidad en la cumbre de París se ha visto por primera vez este límite biofísico de una manera global, allí simplemente se subraya de manera democrática un itinerario necesario que los científicos o figuras tan mediáticas como el Papa Francisco conocíamos y divulgábamos desde hace tiempo. A la luz de estas consideraciones podemos explicar bastantes más acontecimientos que el indiscutible cambio climático antropogénico y sus olas de calor, sequías o eventos extremos: guerras, hambrunas, migraciones desesperadas, crisis financieras, no son sino manifestaciones de un cambio global que se está produciendo y que efectivamente como se reconoce en París, es el fin de una era que ya estaba anunciada: es el fin de la era de los combustibles fósiles, la que elevó a un bípedo implume a sus más altas cotas de dominio del medio. Ahora debe demostrar que ese medio que garantiza su propia existencia puede seguir haciéndolo.
Antonio Aretxabala. Escuela de arquitectura. Universidad de Navarra