El amor como donación, que busca siempre y en primer lugar el bien del amado, en lugar de empobrecernos nos enriquece, pues el amor en reciprocidad da y recibe, y no se sabe cómo cada uno termina recibiendo más de lo que da
Una de las influencias más poderosas, en el modo de pensar la diferencia sexuada y el amor, ha sido el arcaico mito del andrógino que recoge Platón en El Banquete, relatado por Aristófanes. En boca de Diotima, la pitonisa de Delfos, se cuenta que originariamente los hombres eran poderosos seres circulares que, por un castigo de los dioses, fueron divididos en dos mitades y cada parte sufriente buscaba fatigosamente su otra mitad para poder recuperar su identidad. De ahí la imperiosa búsqueda de la media “naranja”, que surca las páginas de la literatura y atraviesa gran parte del imaginario cultural.
Sus consecuencias antropológicas han sido múltiples y algunas negativas, como considerar la sexualidad un castigo o convertir la búsqueda del amado como un complemento egoísta de la propia personalidad.
De hecho su influjo ha sido grande también en la interpretación de la Creación del hombre narrada en la Biblia. Aunque en los relatos del Génesis se evidencia que la diferencia sexual no tiene que ver ni con el pecado ni con el castigo, la exégesis literal que la tradición de Israel hizo de Génesis 2 se mezcló pronto con el mito del andrógino. Y contempló al Adam primero y solitario antecediendo en el tiempo a la aparición de la Eva y, tras el sueño, desdoblado en dos: un varón y una mujer −ambos incompletos−, cada uno una mitad o parte de la humanidad.
Este planteamiento complica una concepción ya errónea de la complementariedad, en el que la mujer era vista como complemento del varón y no viceversa, pues provenía de él y para servirle, teniendo en él, como afirman algunos autores medievales, su principio y su fin, al modo como Dios es principio y fin de la Creación.
Es mérito de Karol Wojtyla el haber hecho, desde la visión personalista, un planteamiento diferente. La mujer aparece en la Creación como “el otro ‘yo’ en la humanidad común”. Otro ‘yo’ es un modo de decir otra persona. Y una persona es ya un “todo”, con valor por sí mismo, dueño de sí, libre y responsable con independencia de los demás. Lo que aparece como común es la humanidad.
Las dos personas, sin embargo, tienen una característica: están orientadas una a la otra, están llamadas a la Unidad, a lo que responde la expresión “Unidad de los dos”, que no elimina la unicidad personal de cada uno sino que la presupone. Por tanto, habría que distinguir dos niveles de unidad: la personal (momento de la soledad, frente a Dios y frente al cosmos) y la “unidad de los dos”, que trascendiendo las personas se sitúa en otro tipo de unidad, que acoge la diferencia. Por otra parte concibe la complementariedad de un modo recíproco: el varón es completo de la mujer, en la misma medida que la mujer lo es de varón.
La nueva interpretación del origen humano, que se deriva de la “unidad de los dos”, posibilita la superación lisa y llana −definitiva− de la influencia del andrógino, pues no sólo es un planteamiento diferente, sino justamente el contrario: no es uno que se hace dos, sino dosque se hacenuno.
Enfocando al revés el punto de partida, el punto de llegada se despliega en un crescendo hasta alcanzar otra dimensión ontológica. La unidad de los dos permite en primer lugar descubrir el Amor como donación. El Amor lleva a la plenitud pero no porque complete las propias deficiencias sino porque permite expandir y desarrollar las propias posibilidades personales, y lo hace de un modo paradójico pues el Amor ante todo es dar y darse. Lo que inicialmente podría parecer una pérdida: uno da y se da, se recupera en desinterés.
Mediante la correspondencia, la reciprocidad produce el milagro de recuperar con creces lo que se ha dado, al recibir el don del amado que también se ha enriquecido con el don recibido. El amor como donación, que busca siempre y en primer lugar el bien del amado, paradójicamente decía, en lugar de empobrecernos nos enriquece, pues el amor en reciprocidad da y recibe, y no se sabe cómo cada uno termina recibiendo más de lo que da.
Desde el punto de vista teórico, además, contemplar el amor como Unidad de dos nos permite acceder a otro orden transcendental, insospechado e inalcanzable desde el planteamiento griego.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España