Unas palabras para los que piensan que el dolor debilita el alma y que el miedo aniquila nuestras fuerzas; es el odio lo que debilita y aniquila, aunque parezca vencedor
El mundo se conmueve con Antoine Leiris, cuya esposa fue asesinada el viernes por la noche en París. Se ha quedado solo con su hijo de 17 meses y ha publicado en Facebook un breve post, breve porque tiene que darse prisa para dar de merendar a Mervil. “No os haré el regalo de odiaros”, dice, y continúa explicando cómo su esposa le acompañará todos los días de su vida hasta que puedan reencontrarse en ese paraíso de almas libres donde los terroristas nunca podrán entrar. “Si este Dios por el que ciegamente matáis nos ha hecho a su imagen, cada una de las balas del cuerpo de mi mujer habrá sido un herida en su corazón. Por eso no os haré el regalo de odiaros. Sería ceder a la misma ignorancia que ha hecho de vosotros lo que sois”.
Pocas palabras con las manos preparando una merienda infantil. Es la actitud de quien atraviesa la costra del mundo de las personas libres y heridas. Mientras leía estas palabras, pensaba que este mensaje es la respuesta a todos esos que al menos una vez en la vida han dicho que las palabras no sirven de nada. Tal vez ya no sirvan las palabras “habladas”, quizás estemos ya cansados de discursos. Pero las palabras del corazón, palabras verdaderas, como las escritas en una carta como esta, esas no cansarán nunca. De hecho, dan descanso. No eliminan ningún dolor pero llaman a las cosas por su nombre. Las afronta, las mira a la cara.
Son palabras para los que piensan que el dolor debilita el alma y que el miedo aniquila nuestras fuerzas. Es el odio lo que debilita y aniquila, aunque parezca vencedor. “Juntos somos más fuertes que todos los armamentos del mundo”, dice un poco más adelante. “Nosotros que perdonamos somos más fuertes que los que nos odian”. “Nosotros” son él y su hijo: la unión hace la fuerza y el amor une. El amor vence siempre, incluso cuando parece que ha perdido.
Para los que piensan que París es el principio del fin, esta carta servirá para descubrir en cambio que siempre se puede volver a empezar: por nuestros hijos, por nosotros mismos, pero también por los inocentes que han muerto. Se puede y se debe. Escribir, rezar, callar. Y luego ir a preparar la merienda. Porque para empezar, ¿qué hay que hacer? ¿Qué puedo hacer yo? La merienda.