El modo de amar, la acción más noble que puede realizar un ser humano, desvela su propia constitución
No es fácil explicar cuál es la diferencia entre el modo de ser y de actuar del varón y la mujer, ni en qué consiste la diferencia entre el amor paternal y maternal. Ser padre y ser madre son dos modos de amar sobre los que casi todos sabemos si no nos lo preguntan pero difíciles de distinguir si tenemos que explicarlos.
El amor paterno protege, el amor maternal cuida. En ellos se encierra algo intangible que hasta ahora sólo se ha podido expresar a través del lenguaje simbólico o de metáforas. Una de ellas, la más conocida, es el famoso pasaje bíblico de la costilla de Adán que aparece en Génesis 2, donde varón y mujer, después de haber sido afirmado en Génesis 1 que fueron creados a la vez, aparecen entrelazados en su origen, procediendo Eva del costado de Adán. Se han hecho muchas interpretaciones sobre el misterio que este relato encierra, lo cierto es que en él el varón tiene cierto carácter de principio y la mujer cierto carácter de fin.
Otro modo de abordarlo son las descripciones fenomenológicas. Karol Wojtyla, en su obra Esplendor de paternidad aporta una sobre la maternidad, a través de unas palabras poéticas que una madre dirige a su hijo:
No te vayas. Y si te vas, recuerda que permaneces en mí. En mí permanecen todos los que se van. Y todos los que van de paso, hallan en mí un sitio suyo; no una fugaz parada, sino un lugar estable. En mí vive un amor más fuerte que la soledad (...) No soy la luz de aquellos a quienes ilumino; soy más bien la sombra en que reposan. Sombra debe ser una madre para sus hijos. El padre sabe que está en ellos: quiere estar en ellos y en ellos se realiza. Yo, en cambio, no sé si estoy en ellos; sólo les siento cuando están en mí.
El modo de amar, la acción más noble que puede realizar un ser humano, desvela su propia constitución. Y el modo de procrear, aunque no es el único ni el más importante modo de amar, expresa gráficamente una diferencia entre el modo de amar del varón y de la mujer.
El amor supone siempre una apertura al otro, aunque no siempre un salir de sí mismo, porque el amor vive en el propio corazón. Pues bien, en el modo de engendrar observamos que el varón se abre para darse, hacia fuera, saliendo de sí mismo y la mujer hacia dentro, sin salir de ella. El varón al darse sale de sí mismo. Saliendo de él se entrega a la mujer y su don se queda en ella. La mujer se da pero sin salir de ella. Es apertura pero acogiendo en ella. Su modo de darse es distinto al del varón y a la vez complementario, pues acoge al varón, su amor y su don, que junto al suyo, en ella germinan y fructifican.
Esta descripción gráfica de dos modos de darse al otro expresan algo que ocurre en las demás facetas de la vida, incluso las más espirituales. Sin la mujer el varón no tendría donde ir: estaría perdido. Sin el varón la mujer no tendría a quién acoger: seria como una casa vacía. La soledad femenina adquiere unos tintes peculiares porque ella, ontológicamente, es como el cañamazo en el que se teje y asienta la comunión interpersonal. Ella es la que aúna, el centro en torno al cual los demás se encuentran.
A través de la mujer y con ella el varón está en el hijo/a. El varón está en la mujer y está en el hijo/a, pero como fuera de él. La mujer, sin embargo, es sede, casa. El varón está en la mujer. El hijo, cuando ya está fuera de su madre, en cierto modo, sigue estando en ella. También la mujer está en el hijo, pero fundamentalmente ellos están en ella.
Desde el punto de vista filosófico, la descripción de la condición sexuada dentro de la persona sólo se puede hacer con PREPOSICIONES, que son los términos gramaticales que describen las relaciones. Al varón le correspondería la preposición DESDE, pues parte de sí para darse a los demás. Justamente la preposición con que el Magisterio describe a la primera persona de la Trinidad: el Padre. A la mujer le correspondería la preposición EN: pues se abre dando acogida en sí misma. La preposición con la que la Teología y la Liturgia describen a la tercera persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, que es lazo de unión entre el Padre y el Hijo. La persona varón se podría describir, entonces, como SER-CON-DESDE, o COEXISTENCIA-DESDE, y la mujer como SER-CON-EN, o COEXISTENCIA-EN.
La persona humana sería, entonces, disyuntamente o SER-CON-DESDE o SER-CON-EN. Ahí radicaría la principal diferencia entre varón y mujer, en ser dos tipos de personas distintas, que se abren entre sí de un modo respectivo diferente y complementario, a imagen de las diferencias relacionales de las personas divinas.
Blanca Castilla de Cortázar Doctora en Filosofía y Teología, de la Real Academia de Doctores de España