Hay cosas más importantes que el dinero y más grandes: cuatro tizas de colores, sin ir más lejos
Le han dado a mi hija, los muy ladinos, un sobre para que lleve dinero para el Domund. Uno se piensa que ya tiene cubiertos todos los flancos de dar dinero, vía impuestos, ay, o vía ayudas y caridades, oh, pero no el de una hija. Y es un flanco al descubierto muy amplio, porque quién se muestra cicatero ante los ojos de su hija, que pide para los pobres, y, a la vez, quién le explica en plan contable las ayudas que ya hace. No queda más remedio que llenar el sobre sin rechistar.
En cantidad que no le parece suficiente a ella, que no admite tampoco el argumento de que su hermanito, que escucha, también trae otro sobrecito y está aprendiendo la dialéctica. Me siento como la golondrina de cuento de Oscar Wilde: "Swallow, little swallow!" Aumento mi aportación.
Pero no queda todo ahí. Cuando la niña vuelve, feliz, con su sobre cerrado, lo observo sospechosamente voluminoso. Temeroso de que haya añadido, por su cuenta y riesgo, algún objeto de valor o parte de la cubertería de plata (si la tuviésemos), pregunto. Son cuatro tizas suyas para que los niños de la familia pobre pinten lo que quieran. "El dinero es para los padres, papá, pero los hijos también tienen que tener algo", me aclara con entonación de argumento inapelable y, por obvio, innecesario.
Me temo que le he dado demasiadas muestras de que el dinero es cosa de padres, pero ha merecido la pena, por las tizas. Me explica −con la magnanimidad que se tiene con el derrotado− que la roja y la rosa son para las niñas, la verde y la azul para los niños. Así queda todo tan ordenado (y, por tanto, tan políticamente incorrecto).
Y me trae a la memoria un artículo del más joven Chesterton en el que detallaba todas las cosas que llevaba en su bolsillo porque llevaba una tiza. Con un delicado pensamiento primitivo, altamirano, sostenía que bastaba con dibujarlas para poseerlas. Podía dibujar un caballo, una montaña, el mar, un barco... ¡Llevaba el mundo a la mano! Y te lo demostraba. Eso es lo que, en la intención y en la metáfora, le ha regalado mi hija a los cuatro niños de esa familia que ella tiene entre ceja y ceja ayudar hasta la última gota de nuestro aliento.
Y ha hecho verdad el viejo adagio que asegura que queda más rico el que da que el que recibe. No me esperaba el gesto y el símbolo y la lección y el recuerdo. Hay cosas más importantes que el dinero y más grandes: cuatro tizas de colores, sin ir más lejos.